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Vejez flagelada



Lejos del objetivo de alcanzar una vejez digna y tranquila, cientos de miles de adultos mayores atraviesan días de zozobra en todo el país por efectos no sólo de la pandemia, que los obliga a permanecer aislados de sus seres queridos, sino además por la pérdida de poder adquisitivo de sus magras jubilaciones o pensiones y por la inseguridad cotidiana con la que conviven, sobre todo, en los grandes centros urbanos.

Fruto del envejecimiento poblacional, en menos de dos décadas, en la Argentina, habrá más abuelos/as que adolescentes. Este hecho, que podría ser celebrado, representa una verdadera conquista de la ciencia humana; sin embargo lo acompaña una gran paradoja: la gente quiere vivir más, pero no quiere envejecer.

Como afirma la especialista en envejecimiento, desarrollo y derechos humanos Sandra Huenchuan Navarro, “vivir es envejecer y envejecer es vivir; aceptarnos en el espejo del paso del tiempo es muy difícil, y esta dificultad tiene que ver con un imaginario sociocultural asentado en la juventud, en el que la vejez está indefectiblemente asociada a las pérdidas”.

El paradigma de vejez instalado es cultural y tiene que ver con aspectos negativos: pérdidas de salud física y mental, de erotismo, de independencia y de autonomía. Poco se tiene en cuenta, en cambio, que la vejez es la etapa más heterogénea de la vida. En nuestro país, todos los hombres y mujeres de más de 60 años son consideradas personas mayores; pero en ese amplio abanico se encuentran desde recién jubilados/as hasta los más ancianos/as.

La ONU calcula que, para dentro de un lustro, una de cada cinco personas será mayor de 60 años. En este contexto no resulta extraño pensar que muchas niñas y niños nacidos en este siglo llegarán a cumplir un centenar de años. La cuestión, atentos al otro costado de la realidad, que son las afrentas que sufre la vejez en sociedades como la nuestra, es cómo hacer para que los futuros abuelos/as no padezcan más de la cuenta esa prolongación de su paso por este mundo.

Quienes investigan al respecto consideran que las percepciones negativas sobre la vejez pueden disminuir la esperanza de vida. Por el contrario, la autopercepción positiva puede prolongarla. El desafío consiste pues en construir una vejez digna y activa desde una perspectiva de derechos, para que el envejecimiento comience a ser visto como un logro y no como un problema. Un llamado a deconstruir las nociones “viejistas”, prejuiciosas, estereotipadas, y a promover el buen trato entre las distintas generaciones.

Muchos adultos mayores atraviesan hoy en el país situaciones de vida que se vuelven pesadillas. Sufren con jubilaciones de burla, soportan la pobreza estructural, padecen maltratos en bancos, en hospitales y oficinas. Cuando no caen víctimas de geriátricos devenidos en trampas, son presa de llamados engañosos o de bastardos que se hacen pasar por supuestos operarios. Y si no son presa de estafas en cajeros, son blancos de asaltos en sus hogares, donde pasan la cuarentena. Abruma ver sus rostros flagelados en las noticias.

El drama está presente y la solución no parece venir en camino.



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