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Mala relación



Dañar el patrimonio público es un acto de vandalismo y desaprensión al que debería caberle una efectiva sanción. El problema es que casi nunca son individualizadas las personas que los producen, a pesar de que en ocasiones estos daños son cometidos a la vista de todo el mundo y con una curiosa garantía de impunidad.

La ciudad de Formosa ofrece, en este sentido, ejemplos lamentables de larga data. Las dos principales avenidas, especialmente, cuentan con esculturas que llevan años mutiladas, y con monumentos a los que les han arrancado sus placas hace también bastante tiempo. Por supuesto no faltan los bustos y las estatuas pintadas.

Este crítico diagnóstico sobre el patrimonio escultórico formoseño vandalizado implica, una vez más, un fuerte llamado de atención a las autoridades por la falta de cuidado de esas obras de arte, que no serán numerosas como en otras ciudades -Resistencia, sir ir más lejos-, pero que son nuestras, y como tales deberían ser apreciadas.

La destrucción de piezas valorables en términos artísticos e históricos constituye un problema nunca resuelto, favorecido por la pasividad de sucesivas autoridades comunales, en las que está depositada la obligación y la responsabilidad de preservar esas obras frente a las agresiones que padecen.

De hacerse un relevamiento en particular de las esculturas céntricas se tendría un panorama de la condenable barbarie descripta. La mayoría de las obras luce algún grado de deterioro o faltante. Lo llamativo es que no haya existido en las últimas décadas una gestión municipal que se ocupe seriamente del tema. Hoy podrá argumentarse que “no hay plata”, aunque todas y todos sabemos que el área de Cultura es siempre una de las más relegadas -si no la más- en todos los gobiernos. Las pruebas están a la vista.

El robo de placas, la destrucción y los grafitis no hablan bien de la relación entre nuestra sociedad y su patrimonio escultórico. Vale reiterar que ante esta penosa situación se requiere una acción más vigorosa por parte de las autoridades responsables del cuidado y mantenimiento de tales piezas; tarea que, la realidad lo demuestra, hace años no se realiza.

A la vez, es necesario emprender una política de concienciación social que debería comenzar en la escuela. El valor de las obras mencionadas pareciera no ser comprendido en su profundidad por las y los niños, adolescentes y jóvenes.

Los ataques contra las estatuas merecerían un exhaustivo análisis para determinar las razones -o las sinrazones- que impulsan a las o los responsables. Se trata, en verdad, de un fenómeno que exhibe a través de la historia no pocos y tremendos ejemplos a nivel mundial, pero que en Formosa no despierta, al menos hasta aquí, el rechazo que en otras partes sí.

La “comunidad organizada” no sólo debería repudiar estos actos vandálicos, sino que debería reclamar por la falta de controles para prevenirlos y de sanciones cuando ya fueron cometidos. En ese sentido, a la par de acciones para evitar que las obras de arte callejeras sigan siendo atacadas, es necesario un plan de recuperación de aquellas que han sufrido los daños más visibles.



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