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Tarea ciclópea



La permanente confrontación política en nuestro país hace que los ánimos se mantengan alterados. A ello contribuyen, como es obvio, los ataques verbales del Presidente de la Nación a toda persona o colectivo que no piense como él.

Esta crispación -que antes promovía el kirchnerismo y hoy brota de La Libertad Avanza- crea un clima de convivencia no deseado por la mayoría de la población, y pone en riesgo la paz social. En Formosa, sin ir más lejos, el intendente Jorge Jofré condenó enérgicamente “los hechos lamentables y sumamente violentos” ocurridos el lunes último en el predio de la empresa Crucero del Sur, “que ponen en riesgo la paz social, valor muy preciado por la sociedad formoseña”.

El conflicto local entre empresa, gremios del transporte y Municipio por los sueldos impagos a los trabajadores del ramo, se agravó este año por la quita de subsidios del Gobierno nacional. Ergo, el brutal ajuste en marcha genera también intranquilidad social.

Hace años que la ONU viene bregando -sin éxito en algunas regiones, lamentablemente- por extender la cultura de la paz a todos los países, como un compromiso visceral en contra de todo tipo de violencia. Porque hasta una escaramuza puede derivar en situaciones inmanejables.

Corresponde clarificar aquí el concepto de cultura y su sentido en relación con la noción de paz. Con mayor rigor y de una manera amplia, se suele considerar que la primera palabra designa a todo lo que es obra humana, lo que incluye no sólo el arte, la ciencia o el derecho, sino también las técnicas de variada aplicación, los usos, las costumbres, los juegos, el deporte; en suma, todo lo que el hombre y la mujer aprenden, hacen y comparten como miembros de una sociedad. Esto implica el reconocimiento de los valores que sustentan la vida social y la vigencia de la normativa religiosa, moral o jurídica que habitualmente respetamos.

El crecimiento cultural humano, pues, ha permitido desarrollar comportamientos por encima de la esfera de lo natural. En ese ámbito, la afirmación de una cultura de la paz ha de entenderse como el conjunto de acciones y obras realizadas con el propósito de afirmar, fundamentalmente, una constructiva convivencia.

En cuanto a la palabra paz, no implica solamente la erradicación de la violencia, organizada o no. Se refiere a algo mucho más hondo y valioso: un modo activo de reconciliación, un sosiego tranquilizador; la existencia, en fin, de una confraternidad auténtica dentro de un mundo civilizado.

Este nivel de aspiración reclama el pleno reconocimiento de la dignidad de las personas, sus derechos, el ejercicio de la tolerancia, la solidaridad, la justicia.

Pero la ciclópea tarea por la paz abre a su vez dos enfoques: en el orden macrosocial, se tienen que proponer las políticas referidas al tratamiento de los derechos humanos y la orientación de las inversiones destinadas a reducir los problemas sociales. En el espacio de la vida cotidiana, en tanto, la demanda se cifra en la acción constante de una educación que desaliente la violencia, otorgue prioridad a los derechos humanos y promueva la tolerancia y la solidaridad.



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