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La gran causa



A raíz de los fuertes cruces previos a las PASO entre radicales y dirigentes del PRO y la Coalición Cívica, la mesa nacional de Juntos por el Cambio se reunió en los primeros días de agosto para tratar de bajar el nivel de hostilidad interna.

Un grupo de ese espacio político propuso como solución un “manual de reglas éticas”, pero finalmente se trató sólo de un “acuerdo político de convivencia”, con el objetivo de llegar a las Primarias “con competencia interna pero sin agresiones ni situaciones que puedan generar divisiones a futuro”.

La idea dio los frutos esperados: la principal oposición a nivel nacional logró bajar los decibeles puertas adentro y esto le permitió alcanzar un triunfo histórico en las urnas el 12 de septiembre.

La experiencia reflota la importancia de la convivencia política, algo que volvió a faltar el miércoles a la noche en un canal de televisión porteño, cuando la candidata del Frente de Izquierda, tras un caluroso debate, se negó a saludar al adversario que viene agrediendo verbalmente a su sector durante la campaña.

A propósito del mencionado debate, cabe acotar que tampoco estuvo a la altura en términos de propuestas, ya que el pase de facturas y las chicanas superaron por lejos a la exposición de proyectos. Otra muestra de inmadurez y desapego al fin último de la política, en este caso por parte de las y los candidatos por la Ciudad de Buenos Aires.

Si en la Argentina, como quedó demostrado, es posible sellar con éxito un acuerdo de convivencia dentro de un sector, la pregunta es por qué un acuerdo de buenas maneras no puede extenderse a toda la clase política.

Después de tantos fracasos compartidos, la dirigencia partidaria tiene por delante al desafío de cultivar la mejor relación posible entre oficialismo y oposición, incluso en años electores y sobre todo en tiempos de campaña. Obviamente, esto debería ser apoyado con mucho respeto por cada comunidad, máxime cuando entre las y los adversarios suelen producirse tensos debates.

Esto no implica arriar ninguna bandera. Más allá de las amabilidades mutuas, las rivalidades políticas hacen a la democracia. El aprendizaje pendiente tiene que ver, fundamentalmente, con la fortaleza cívica de la dirigencia, incapaz todavía, en la mayoría de los casos, de colocar sus intereses personales o de sector muy por debajo de los requerimientos del país y la provincia.

El llamado es a deponer actitudes facciosas y pensar en los intereses superiores de la sociedad, no a ocultar diferencias ni, mucho menos, a fijar un pensamiento único.

Con independencia de las incapacidades, defectos e ineficiencias de los distintos gobiernos, la gran causa de la situación en que se encuentra nuestro país es la ausencia total de un acuerdo político. La realidad argentina es muy compleja y difícil para que la administre un solo partido, o una alianza, y un Presidente en soledad.

Ya lo profetizó Perón: “Al país lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie”. Un gran acuerdo nacional fijaría los rumbos de acción fundamentales para todos los gobiernos y, por ende, no cabrían las protestas generalizadas ni los fastidios.



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