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Abuso de la vía pública



El estacionamiento de camionetas, autos y motos en veredas y parterres es uno de los paisajes locales más frecuentes. La Municipalidad capitalina decidió hace poco comenzar a perseguir y castigar esta infracción, en una campaña tendiente a remover esos “obstáculos”, sobre todo, de las aceras, para que los peatones puedan transitar libremente.

Sin embargo, la apropiación del espacio público, costumbre para nada novedosa entre los formoseños, tiene otras variantes aparte de la vehicular. La practican, además, los comerciantes que ponen mesas y sillas en las veredas -en algunos casos ocupando inclusive la ochava, como puede observarse en pleno centro de la ciudad-, las constructoras que estacionan volquetes en cualquier sitio, los vecinos que dejan sus materiales de construcción en las veredas, sin contar a los vendedores “ambulantes” y puesteros que hacen de la calle su “lugar de trabajo”.

También están los “trapitos”, por supuesto, que se adueñan del derecho de recaudar una suerte de “impuesto a la tranquilidad ajena” al cobrar -en algunos casos bajo distintas formas de presión o de intimidación- por estacionar en lugares autorizados para tales efectos.

Se trata de ejemplos claramente demostrativos de lo que nos ocurre como sociedad. De más está aclarar que muchas ciudades del país tropiezan con el mismo problema o tienen dificultades similares, como este claro avance de los individuos sobre las instituciones, donde colectivos diversos se atribuyen el derecho de decidir hasta dónde se sienten alcanzados por las leyes y cuánto de los derechos ajenos van a respetar.

No puede separarse de este análisis la preocupante situación social que atraviesa de punta a punta el país, donde la desigualdad y la pobreza conviven con un Estado incapaz de controlar todo lo que debería controlar. Pero suponer que la urgencia de algunos sectores -los cuales por otra parte se comportan igual en épocas de bonanza- pueden gozar de regímenes excepcionales es una buena manera de destruir lo poco que hemos construido como nación los argentinos.

Nadie, ni siquiera en estado de necesidad, puede sentirse autorizado a conducirse al margen de la ley y las ordenanzas vigentes. La violencia desmadrada, que se practica en todo el país en muchos órdenes, y que el fin semana último tuvo en Formosa un capítulo escalofriante puertas adentro del domicilio particular de un empresario de medios, no puede ni debe ser tolerada. Mucho menos, ser atribuida a “descuidos” de las víctimas por guardar dinero u objetos de valor en sus hogares.

En este contexto, al que no escapan el vandalismo, las patotas, la inseguridad vial, los excesos nocturnos, los abusos de los propios partidos en la utilización del espacio público para su propaganda política (son habituales los tropezones y enredos con los vientos de los carteles en las plazoletas); estacionar sobre las verdades es una falta menor que debería ser considerada en su justa medida por las autoridades, y entendida como el resultado de décadas de imprevisión en materia de políticas urbanas vinculadas con el tránsito y el estacionamiento vehicular.



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