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El agua y la política



Como si faltaran temas para profundizar la grieta, apareció con fuerza este verano el problema de la sequía y sus enfoques políticos. Mientras que para un sector de la oposición local hay responsabilidad del Gobierno en la falta de agua en el interior, para el oficialismo “el Modelo Formoseño es pionero en el manejo de los recursos hídricos”.

Más grave que la escasez del vital líquido es la falta de racionalidad de nuestra dirigencia, incapaz, como siempre, de reconocer aciertos o errores, según el lado del mostrador en que transitoriamente se encuentren unos/as y otros/as.

Salvando por un instante lo que concierne a la sequía histórica que se presenta hoy en la Argentina, es necesario señalar que en el último siglo el gran crecimiento de la población mundial produjo una fuerte presión sobre los recursos naturales y eso generó un crecimiento en el consumo de agua seis veces mayor en solo cincuenta años.

Como se sabe, el agua dulce es muy escasa comparativamente con la cantidad de agua total del mundo: sólo alcanza un 2,5 por ciento, y lo particular es su distribución absolutamente caprichosa y despareja en la superficie terrestre.

Por esto tiene un valor económico, y también porque para adaptarla al consumo humano y animal debe ser potabilizada y trasladada por ductos o envasada adecuadamente de las variadas formas que actualmente conocemos. Lo cierto es que cada día la distancia es mayor entre la oferta y la demanda de agua.

Según especialistas en la materia, la cantidad de agua disponible en la actualidad es la misma que había hace unos 4.000 millones de años, calculada en unos 1.400 millones de kilómetros cúbicos en total; correspondiendo al agua dulce sólo 35 millones almacenados mayoritariamente dentro de la tierra. Esta cantidad es suficiente para abastecer a toda la población mundial, pero es imposible llevarla a cada hogar debido a las dificultades de su distribución, purificación, gestión, mantenimiento y contaminación.

Su escasez, por otra parte, se está convirtiendo en fuente de conflictos que por ahora son regionales, pero que en un futuro no muy lejano podrían ser más significativos. Lo inaceptable es ver cómo en Formosa se hace política con un asunto tan delicado. Ni la oposición tiene la fórmula mágica para resolver la sequía actual, ni el manejo de los recursos hídricos por parte del Gobierno provincial ha sido totalmente exitoso en las últimas décadas.

La importancia del agua en el planeta es tal porque no tiene sustitutos y sin ella no hay vida. La renovación se produce sólo por precipitaciones -como la lluvia o la nieve- activando así el ciclo hidrológico. Por ende las consignas políticas deberían ir por otro lado.

Sin más aspiración que la de ser escuchado, este diario propone a tirios y troyanos dejar de “dividir las aguas” y concentrar los esfuerzos en repensar una administración rigurosa de dicho recurso, comenzando por conservarlo y no contaminarlo, distribuirlo eficientemente y reciclarlo, tareas que no son fáciles pero que pueden ser hechas si se abandona la politiquería y se toma conciencia de las vidas que están en juego.



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