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Hiperalertas



La pandemia del COVID-19 debe servir como oportunidad de aprendizaje en varios aspectos, algunos de los cuales ya han sido abordados en esta columna. Pero hay uno que vuelve a instalarse con fuerza a partir de la segunda ola: el impacto psicológico de las nuevas medidas de restricción.

Especialistas en psiquiatría que trabajan para mitigar el padecimiento mental de quienes atraviesan situaciones de desastres rechazan la comparación entre pandemia y guerra y aseguran que el aislamiento tiene impacto emocional, pero no debe convertirse en un trastorno.

Es esperable que, en emergencias como la actual, se manifieste un impacto en la población. Se llama “impacto psicosocial”. Resulta muy difícil separar lo psicológico, individual, familiar o social, porque la afectación va más allá de la persona y de su entorno cercano.

Frente a situaciones que irrumpen inesperadamente y resultan amenazantes, se dispara el estrés, que es una respuesta fisiológica normal que se expresa en diversos planos: físico, emocional, etc. Es un estado de “hiperalerta” ligado al instinto de preservación que, siempre según los expertos, hace que una persona esté todo el tiempo tratando de detectar casi inconscientemente de dónde puede venir el peligro.

Ese estado también altera las relaciones sociales, ya que puede haber más roces, discusiones, y hasta enfrentamientos violentos como los sucedidos en Formosa hace un mes.

La cuestión, hoy, es hasta dónde puede crecer el impacto emocional si se toman medidas más duras para frenar los contagios. Desde la psiquiatría se advierte que el impacto psicosocial no necesariamente tiene que desencadenar en un padecimiento psicológico. Sufrimiento, tristeza y dolor no son sinónimos de trastorno mental; son emociones que atravesamos a lo largo de la vida. La diferencia es que ahora estamos todos en el mismo barco.

A la gente le cuesta lidiar con la incertidumbre, aunque ésta sea inherente a la condición humana. No negar la incertidumbre, aceptarla y a partir de esa aceptación ver qué cosas pueden quedar bajo nuestro control y qué cosas no, es fundamental en momentos de alta responsabilidad social, donde el uso de barbijo, el distanciamiento social y la higiene adquieren trascendencia vital.

Párrafo aparte para una regla básica de quienes trabajan en salud mental en emergencias y catástrofes de todo tipo: no mentir. El éxito de muchas intervenciones en estos contextos es la construcción de confianza, de manera que crear falsas expectativas -como se crearon a fines de 2020 con las vacunas- está contraindicado.

La crisis global, finalmente, es una oportunidad para reflexionar y pensar una nueva forma de vida, revisar costumbres y pedir a los gobernantes que se sienten a planificar cómo podrían mejorarse algunas cosas.

Habría que trabajar fuertemente como sociedad para que no haya más personas viviendo en condiciones de vulnerabilidad habitacional. El problema de mucha gente que no puede cumplir con normas básicas de higiene por no tener agua potable no es la pandemia, son las inequidades sociales que la peste puso brutalmente en evidencia.



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