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Imprevisión previsional



Los cambios de todo tipo que se dan en el mundo obligan a los gobiernos a realizar permanentes adaptaciones institucionales con el fin de evitar conflictos o frenar etapas de decadencia.

La Argentina viene adaptándose en parte a esos cambios. Sin embargo, hay un aspecto demorado que la lleva a jugar con fuego: su sistema previsional, cuyos orígenes datan de 1877.

En aquella época, la expectativa de vida era de 47 años para varones (hoy es de 75) y 49 para mujeres (82 en la actualidad). El trabajo remunerado era una típica actividad masculina; la mayoría de las mujeres se dedicaban a las tareas domésticas. Además, el ingreso al mercado de trabajo se daba a edades muy tempranas y el acceso a la educación era muy limitado.

Hubo cambios previsionales desde entonces, por supuesto, pero muchas de las normas hoy vigentes fueron diseñadas a comienzos del siglo pasado.

Hubo de todo a lo largo de esta centuria: desidia, inercia, conveniencia política, intereses espurios, pero lo cierto es que nunca se abordó en profundidad la adaptación del sistema a las nuevas realidades. O sólo se lo hizo de modo parcial.

Abundan los ejemplos. Por caso, las pensiones fueron diseñadas bajo el supuesto de que el varón era el único sostén de la familia. Al no adaptarse las reglas a la extensión del trabajo femenino, se masifica el doble beneficio: la pensión derivada del fallecimiento del cónyuge se suma a la propia jubilación.

Es necesario ir adaptando las normas previsionales a las nuevas realidades sociales y familiares, apuntando siempre a ganar sostenibilidad y solidaridad.

Otro ejemplo, alarmante, es el impacto que tiene el envejecimiento poblacional sobre la sostenibilidad financiera del sistema. El no haber ido adaptando oportunamente las reglas condujo a sucesivas y reiteradas improvisaciones que desencadenaron situaciones críticas en el sistema nacional, así como enormes costos y traumas en la mayoría de las cajas provinciales.

En plena crisis sanitaria, social y económica, el Estado argentino no puede darse el lujo de continuar improvisando. Debe dar un paso trascendental para adaptar las reglas previsionales a los desafíos presentes y de las próximas décadas. Entre ellos, el fuerte incremento que se proyecta en la cantidad de beneficios, asociado al crecimiento del número de empleados públicos en los últimos años.

El sistema previsional, como un barco que hace agua por todos lados y necesita reparaciones urgentes para no terminar de hundirse, necesita una amplia revisión. Para ello debe haber un consenso político que permita poner fin a los privilegios que se mantienen vigentes a través de regímenes especiales creados durante distintas administraciones cuando en el país había más vacas y éstas estaban un poco más gordas.

Todavía no es posible calcular cuánto daño generará la crisis del coronavirus. Ante la incertidumbre mundial reinante, es fundamental activar políticas públicas que distribuyan los esfuerzos de manera equitativa. Lo que sí es fácil prever es que una vez superada la crisis, y aun suponiendo una rápida recuperación económica, el sistema previsional argentino seguirá en franco deterioro si no se adoptan, valga la redundancia, previsiones.



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