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La pobreza apremia



Se han hecho frecuentes en todo el país las manifestaciones y reclamos de distintas organizaciones sociales. Se trata, por lo general, de expresiones que intentan dimensionar el pulso y la gravedad de la crisis económica que golpea desde hace años a cientos de miles de hogares argentinos.

Las protestas, aunque distorsionadas en algunos casos por movimientos piqueteros claramente ideologizados, no dejan de traslucir una realidad perentoria, que es el continuo empobrecimiento de la población.

De 2001 a la fecha, numerosos gobiernos han admitido la gravedad de la situación, pero también desde entonces la situación tomó otro cariz, ya que quedó demostrado que los planes que se implementan desde el Estado no alcanzan para cubrir una demanda constante, sobre todo en materia alimentaria.

Muchos funcionarios, al día de hoy, han abandonado el viejo libreto que les marcaba que lo políticamente correcto era minimizar las turbulencias sociales, la mayoría de las veces para no desnudar falencias propias de gestión, y muestran abiertamente su preocupación por el deterioro de las condiciones de vida de millones de compatriotas.

La crisis golpea tan fuerte que desde las mismas esferas oficiales provienen voces alertando sobre un agravamiento de la situación social en los últimos años, que se ve reflejado en los pedidos de asistencia de personas y de comedores comunitarios, y en una mayor demanda de alimentos en relación a otras épocas.

Personas que realizan promoción social en los barrios más humildes fueron las primeras en advertir cómo los comedores iban quedando chicos para atender una demanda creciente. Hoy, esa red nacional resulta insuficiente para satisfacer las necesidades más elementales de las personas (en su mayoría, menores de edad) que acuden en procura de un plato de comida.

El problema es urgente porque, como dicen las madres que sufren el agravamiento de la pobreza en sus hogares, “hay más hambre”. Y esto lo perciben las iglesias, a través de sus representantes en los sectores más carenciados, hasta la última organización con compromiso social serio.

Imposible permanecer impasible frente a este cuadro. Ya no se trata sólo de procurarse unos ladrillos o unas chapas para levantar una vivienda precaria. La gente pide comida. Un fenómeno que se verifica en los presupuestos oficiales que se esfuman con la celeridad de la demanda.

El cambio de Gobierno nacional traería, como primera medida, un plan alimentario urgente. Pero los pronósticos económicos no son alentadores, lo cual determina que la Nación, las provincias y los municipios deberán poner los máximos esfuerzos en paliar una estampida que galopa al ritmo de los recurrentes aumentos de combustibles, tarifas, y de los valores de la canasta familiar.

El peor escenario que podría presentarse en los próximos meses es que los índices de pauperización social en el país sigan subiendo debido a la inflación y el estancamiento de la economía. Por lo tanto, quienes manejan los resortes del poder en todos sus niveles no deberían ni tomarse vacaciones. La pobreza apremia. No hay margen para dilaciones.



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