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Grave contradicción



En muchos países, importantes fabricantes de bebidas alcohólicas auspician sin ningún tipo de pudor eventos deportivos. El caso paradigmático a nivel mundial es la Copa FIFA, aunque muchos otros acontecimientos, vinculados con el fútbol y con otras disciplinas, reciben el millonario espaldarazo público de multinacionales de cervezas, por ejemplo. Esto se ha convertido en un hábito al que poca gente le presta atención, lo cual permite que se replique en distintas competencias en nuestro país.

No constituyen, sin embargo, las bebidas espirituosas el único caso de relación controversial entre un producto asociado con el consumo nocivo y la actividad deportiva. Las tabacaleras fueron la cara visible de famosos eventos deportivos, como la internacional Fórmula Uno, hasta su prohibición hace unos años. Quienes defendían aquel negocio, argumentaban que las carreras de los monoplazas más veloces iban a desaparecer, algo que, finalmente, no pasó.

Estrategias agresivas similares llevan adelante las firmas que desarrollan y comercializan bebidas con alcohol. En la edición 2014 de la Copa FIFA, realizada en Brasil, el Estado de Río de Janeiro encaró una batalla judicial contra la empresa fabricante de una conocida marca de cerveza, porque en esa ciudad no se permite vender bebidas alcohólicas en los estadios. Sin embargo, el poderío económico de la firma ganó la pulseada y se habilitó la venta como una excepción, lo cual hizo reflexionar al entonces secretario general del organismo rector del fútbol mundial: “Estoy sorprendido por la cantidad de alcohol que se toma. Quizá ha habido mucha gente borracha y la violencia tiende a incrementarse”.

Como muy bien advierten los especialistas en prevención y asistencia de las adicciones, desde el punto de vista sanitario, el auspicio de actividades deportivas por parte de este tipo de empresas es contraproducente, porque el objetivo es inducir, particularmente a los jóvenes, a consumir alcohol.

A esto se suma el dato -más negativo aún- de que se busca relacionar a las marcas de bebidas alcohólicas con emociones positivas, como el compañerismo, la amistad y el triunfo, así como, en un deporte caracterizado por el rigor físico, los supuestos ideales de masculinidad.

La atribución de valores positivos, en ese contexto, debe ser visto como un factor de riesgo, al igual que los penetrantes mensajes publicitarios que hacen hincapié en la necesidad de tomar alcohol para celebrar un triunfo o alcanzar “emociones fuertes”.

El auspicio de una bebida alcohólica a un evento, a un equipo o a una selección deportiva es una contradicción con la salud pública, pero no, lamentablemente, con el afán de lucro de la industria del deporte en general, que termina siguiendo las mismas reglas que el sector privado -fabricantes de cervezas, por caso- que la sostiene.

No hay todavía una mirada social crítica que ayude a cambiar esta realidad. Tal vez la haya cuando, a través de acciones preventivas convincentes, se logre generar un juicio mucho más severo sobre la relación entre publicidad y actividades de entretenimiento, como el deporte.



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