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Callejón de la muerte



La salud mental volvió esta semana al centro del debate público, no por la pandemia de coronavirus sino por un conocido músico con problemas de adicción que terminó herido de bala luego de un episodio violento con su familia, médicos psiquiatras y la Policía.

El caso del artista en cuestión estalló en los medios por la fama y los antecedentes del personaje; sin embargo, miles de situaciones iguales o peores no toman estado público por lo ignoto de quienes han caído en las garras de la drogadependencia.

Una de las más tristes formas de autodestrucción en que puede incurrir un ser humano es caer en la dependencia de drogas peligrosas. La psicología se ha dedicado a estudiar esta proclividad de tantos individuos a establecer las pautas de su vida sobre el consumo de determinadas sustancias y, en el presente, se entiende mucho más que hace algunas décadas sobre lo que lleva a muchas personas a ingerir sustancias nocivas que, a cambio de una efímera sensación de bienestar, las desvalorizan como personas, las someten al dominio de traficantes y vendedores al menudeo y, si no se contienen a tiempo, terminarán por matarlas.

Uno de los avances obtenidos hace ya un tiempo, y que sin embargo algunos no terminan de entender, fue determinar que, en realidad, el o la drogadependiente no es un delincuente, sino una persona enferma. Por algún tipo de característica de su personalidad o de carencias que muchas veces se vinculan con lo afectivo, necesitan de una sustancia tóxica para sentirse valorizadas en esos fugaces instantes en que, en la cresta de la ola, se sienten bien, todopoderosos/as y hasta inmunes a cualquier mal. Se desinhiben, experimentan un cambio en su percepción de la realidad -que, por supuesto, no es la verdadera sino lo que la droga les pinta- y modifican sustancialmente sus patrones de conducta.

El precio por lograr ese estado cercano a la perfección o, por lo menos, alejado de las miserias o urgencias de la vida cotidiana, consiste en la adicción y la dependencia. El organismo, que pronto acomoda su funcionamiento a la presencia de las sustancias, les pide cada vez más, y también la mente juega un papel preponderante. De ahí que estemos hablando de un problema de salud mental.

Por una parte se destruyen a sí mismos; y al hacerlo, destruyen también a su núcleo familiar.

El mal es inmenso, y sigue creciendo por la falta de políticas de tratamiento acordes a la gravedad de la situación. El modelo social impulsa a muchos/as a cruzar la delgada línea que los separa de una adicción y es por ello que debe ser preocupación colectiva, no sólo de las autoridades, determinar de qué forma se debe luchar para evitar que más jóvenes o adultos se internen en ese oscuro callejón que puede conducirlos incluso hasta la muerte.



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