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Tregua política



El contagio del presidente Alberto Fernández obligó a suspender, en vísperas de las segundas Pascuas en pandemia, la esperada reunión entre autoridades nacionales y porteñas para discutir los parámetros que se usarán para determinar nuevas medidas restrictivas en el AMBA, frente a los rebrotes de coronavirus en la Argentina.

El encuentro se había convertido en una señal alentadora, dentro de todo, después de varias semanas de duros cruces entre oficialismo y oposición, que se extendieron hasta el mismo Jueves Santo, en el Congreso de la Nación.

En días de honda reflexión espiritual y renovado compromiso para los creyentes es oportuno volver a advertir sobre la necesidad de una tregua política, para que las energías y los esfuerzos que demanda la lucha contra el COVID-19 no se diluyan en peleas inconducentes al objetivo central, que es reducir el número de infecciones.

La fiesta religiosa de hoy, lejos de tratarse de un simple y teatral conjunto de gestos con referencias bíblicas, es toda una viva realidad. La sola palabra Pascua suscita un sentimiento profundo tanto en el alma judía como en la cristiana.

Así como el diálogo interreligioso se construye sobre la base de la verdad y a partir de ofrecer sin remiendos la propia identidad, el diálogo político no debería ser menos. Hoy es un día especial como para sentarse, reflexionar y entender que a nada contribuye profundizar las diferencias; que de nada han servido los más dolorosos enfrentamientos a lo largo de nuestra historia.

La celebración simultánea de la Pascua permite subrayar las similitudes, y semejanzas que unen a judíos y cristianos. Un proceso que se ha ido acentuando particularmente a lo largo del último medio siglo, desde la promulgación de Nostra Aetate, el documento del Concilio Vaticano II que modificó no cuestiones doctrinales sino una intrincada y extensa serie de presunciones erróneas y malentendidos acerca de la verdadera actitud de la Iglesia católica hacia el pueblo judío.

Si esto fue posible. Si el proceso de acercamiento continuó con no pocos gestos comprometidos del Papa Juan Pablo II y el propio Francisco. Si el diálogo interreligioso ha crecido con la incorporación del islamismo, en un abrazo ecuménico enriquecedor, es inconcebible que la clase política argentina siga dando muestras contrarias a ese afán de reconciliación.

Referentes de los principales credos vienen trabajando hace años en que cada feligresía conozca y respete los valores y principios de las demás, comprometidos con la defensa de la dignidad humana. La comunidad política debería dejar de lado la confrontación y seguir el ejemplo de ese diálogo interreligioso, que por cierto encuentra obstáculos en el camino, pero igual prospera.

Es necesario reprogramar pronto la cumbre postergada ayer en Buenos Aires, pues la pandemia recrudece y urge acordar nuevas medidas que ayuden a aliviar la segunda ola. Pero la sociedad argentina espera mucho más; espera que, con la excusa del coronavirus, esta Pascua de Resurrección reavive la búsqueda de un entendimiento más abarcador entre los polos opuestos de la política.



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