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Dos pandemias



Hicimos visible días pasados, en esta columna, una epidemia silenciosa que corre imperturbable aún durante la pandemia de coronavirus: los siniestros viales, causantes de decenas de muertes en nuestra provincia en lo que va del año. Hoy, vamos a referirnos a otra pandemia oculta que continúa inalterable, aunque en este caso sumando más casos que antes de la aparición del coronavirus: la violencia familiar, y su rama principal: la violencia contra las mujeres.

A menos de una semana de haberse conmemorado el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer debemos coincidir con la presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer, Mabel Bianco: “Son dos pandemias, una nueva y una vieja pero que continúa matando y enfermando a miles de mujeres en todo el mundo”.

Los números alarmantes en el territorio nacional dan cuenta del arraigo social que tiene la violencia de género en nuestro país. Pero, como toda pandemia, el problema no es local, sino global. Es la principal diferencia con los hechos de tránsito, que se reproducen en la Argentina como en casi ninguna otra parte.

La Organización de las Naciones Unidas ha redefinido a la violencia de género como la pandemia silenciosa o invisible. No la oímos o no la vemos, pero cada día se cobra nuevas víctimas. Y acá viene la comparación con el coronavirus: los contagios de COVID-19 se actualizan a diario, las autoridades nacionales y provinciales los informan en conferencias de prensa y pueden consultarse en los medios de comunicación. Los números de la violencia contra la mujer, en cambio, no son tan claros; de hecho, los gobiernos no suelen llevar buenas estadísticas sobre la cuestión y recurren muchas veces a las que manejan las organizaciones feministas, que en los últimos años han afinado el lápiz para que la sociedad tome conciencia.

Por otra parte, y más si las vacunas que el mundo espera con tanta ansiedad resultan exitosas, el coronavirus quizá (ojalá) llegue a ser una situación tan extraordinaria como pasajera. Al revés que la violencia doméstica, la violencia sexual y el femicidio, que son constantes; conviven sigilosamente dentro de muchas familias y por eso son demasiado estables en el tiempo.

Ya desde el comienzo del confinamiento, allá por marzo y abril, se avizoró un año particularmente difícil en esta materia. Los números terminaron confirmando las sospechas más temidas: aumentó -tanto en Argentina como en otros países con cuarentenas estrictas- la cantidad de denuncias de violencia familiar y sexual.

Parece extraño pero no lo es: el prolongado aislamiento obligatorio acentuó las desigualdades de género. La explicación más lógica es la siguiente: el hogar, en términos de limpieza y cuidado, está feminizado; es el espacio “naturalmente” asignado a la mujer, pero la violencia doméstica y sexual lo termina convirtiendo en un espacio inseguro para ellas.

Mientras haya sociedades aferradas a patrones culturales típicamente machistas- como las hay en muchos países-, la pandemia de coronavirus podrá desaparecer o atenuarse, pero persistirá la otra, la más antigua.



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