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Coherencia despreciable



Se recordó ayer el Día Mundial de la Concientización sobre el Autismo, establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2007.

Lo primero para aclarar, precisamente en el afán de crear conciencia en nuestra sociedad, es que el Trastorno del Espectro Autista (TEA) no es una discapacidad del aprendizaje, pero sí afecta el aprendizaje. De tal forma que los/as niños/as autistas demandan con frecuencia servicios de educación especial.

El llamado de este año a generar mejores oportunidades laborales para personas autistas necesita ser amplificado, ya que no son pocas las personas que, junto a su trastorno, arrastran enormes dificultades para conseguir empleo en el país.

Como se informó ayer en estas páginas, cerca de 700.000 personas forman parte del espectro autista en la Argentina. Y atención a este párrafo: “Muchas de ellas tienen talentos y habilidades singulares, como atención al detalle, alta productividad y creatividad; sin embargo, la tasa de desempleo para personas neurodiversas es muy alta: más del 80 por ciento de las personas que están en el espectro no tienen trabajo, y esto se debe más a las barreras del ambiente que a sus propias características”.

En rigor, la inserción laboral sigue siendo un problema mayúsculo no sólo para los autistas. La diversidad y la inclusión, claves para brindar igualdad de oportunidades a las personas, no encuentran demasiado eco todavía en muchas empresas.

Si algo reclaman las familias de personas con discapacidad, además de un trato no discriminatorio, es una ocupación para sus seres queridos. Y acá debemos detenernos en un aspecto poco tenido en cuenta: todos podemos tener discapacidades en algún momento de nuestras vidas... No se trata de un principio fatalista, sino de una conclusión apegada a realidades que vivimos a diario.

Tomemos nada más una de ellas: los hechos de tránsito. En Formosa, sin ir más lejos, se producen miles de siniestros viales cada año, con un saldo que supera las cien muertes e infinidad de heridos de distinta consideración, muchos de los cuales resultan con secuelas diversas. Cabría preguntarse cuántos de los sobrevivientes de estos incidentes -que se suman a otros ocurridos por diversos motivos- pasan a engrosar diariamente la dura lista de la discapacidad en toda la provincia.

Por desgracia, amplios sectores de la sociedad argentina persisten en considerar a la discapacidad como una desventaja. Culpa de ello algunas personas discapacitadas que trabajan, lo hacen temerosos de exigir los derechos que les asisten- pueda significar renuencia de los empleadores a toda promoción o, peor aun, decidirlos a prescindir de sus servicios.

La negación de la propia discapacidad, además de no colaborar con la buena rehabilitación psíquica o física, impide a muchos el acceso a los derechos reconocidos por ley, que no son pocos y en cuya promoción el Estado debería poner mayor énfasis.

En tiempos de coronavirus, a algunos el tema les puede parecer secundario. Postura coherente con la postergación que aún sufren miles de personas discapacitadas en nuestro país.



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