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Bondi fuera de línea: cómo respirar desde un galpón

Un miércoles por la noche en un galpón céntrico. De esos donde se guardan cosas que por el momento no se utilizan o sirven de depósito. Ellos hablaron de lo que hacen, de sus propuestas y emprendimientos, y también de aquello con lo que sueñan: lo que cumplieron y lo que aún les falta. Para continuar contagiando a otros las ganas de hacer. Dicen que al miedo hay que dejarlo ser, pero no darle armas.



*Yamile González

“Bondi, Colectivo de Ideas” tuvo así su sexta parada: Fuera de línea. Viene de Resistencia. Su primera parada fuera de la provincia viene un poco tardía porque tuvimos que arreglarnos un poco y ahí nos quedamos en un galpón que convirtieron en un teatro. Porque lo bueno, indefectiblemente, encuentra grietas, siempre lo hace. E impulsar a pensar y a crear juntos o incentivar a otros a hacerlo es extraordinario, porque es tener al otro como fin y no como un simple medio. Porque es tenderle la mano para hacer un viaje que transforma.

“Queremos seguir en movimiento, aunque sea fuera de línea, y por eso seguimos buscando las formas de lograrlo”, decían desde las redes sociales; y así cada uno fue anotando en una listita a los amigos que iban preguntando: “¿Dónde se hace?”, “¿cuál es la dirección del galpón?”, “quiero ir con una amiga” o “voy yo y llevo a alguien, anotame”.

“Fuera de Línea” significa comenzar a recorrer circuitos alternativos y espacios que muchas veces creemos no convencionales, pero también inaugura una forma de enfrentar las adversidades y hacerse mucho más fuerte no sólo frente al frío y la lluvia de este miércoles o las adversidades que venían de antes. “Fuera de Línea” es un desvío desde los pequeños fracasos (que enseñan) hacia la pasión de ser un montón de gente haciendo cosas por otro montón de gente.

Buscar un lugar en el mundo

Alejandro Vallejo es productor audiovisual y este parate lo llevó a recordar la primera parada de Bondi en la que se encontró cuando llegó a Formosa, en enero de 1992. Vestido con un traje, venía con todas las pilas y las ganas de llevarse el mundo por delante. Había trabajado en Jujuy después de irse de Córdoba buscando otros horizontes, porque había descubierto que su lugar en el mundo no estaba allí. “Tenés trabajo en Formosa”, le dijeron, y en 24 horas se vino. Con un calor de morirse, con experiencia en televisión y radio, pero no en periodismo gráfico. En la entrevista en un diario local, el director le dijo: “Sacate el saco”. Al poco tiempo de trabajar en la redacción, entra un loco gritando: “Están descerebrados” y se va. Daniel Luppo, que tenía un grupo de teatro. Lo buscó. Transitó por distintos medios de comunicación hasta que en 1995 se volvió a calzar el traje para dar el sí ante el altar. La fiesta de casamiento la hicieron los amigos. A pulmón. El lunes, cuando fueron a trabajar, las persianas estaban bajas y quedaron en la calle. Trabajó en la Universidad Nacional de Formosa y allí logró traer la muestra de José Luis Cabezas, a Adolfo Pérez Esquivel, a Estela de Carlotto, organizar el primer campus virtual, una teleconferencia con Favaloro. En 2011, se pone en marcha un programa de producción audiovisual con centro en las universidades nacionales y así surge el primer proyecto de humor para la TV local: “Por humor a Formosa”, que salió al aire después de 7 años en Canal 3 y Canal 11. La idea original, que estaba planteada con actores, se reconvierte en un proyecto de títeres para niños. Gana el premio Martín Fierro Federal. Realizó la producción general del espectáculo multimedia “Nesoge, la mujer caníbal” y con eso la posibilidad de participar del festival colombiano de teatro. “Voy confluyendo por un montón de lenguajes y formas que tienen que ver con su manera de pensar y lo que sueña y anhela”, dice y asume que es fundamental el soporte afectivo de la familia y el soporte creativo de trabajar en equipo y de gente que sueña a la par. “Es imposible soñar algo si ese sueño no es compartido. Respiro Formosa. Es mi pago, mi lugar en el mundo. Es una huella tan profunda y extensa como la que rodean el Para-guay, el Pilcomayo y el Bermejo, el espacio vital que alberga todo lo que amo, todo lo que soy y todo lo que sueño”, define.

Un salto a una fábrica de felicidad

“Si no construyes tus sueños, alguien te contratará para construir los suyos”, comienza Agostina Fantin de La Gelateria, una frase que le hizo mucho ruido. Trabajaba en relación de dependencia, estaba segura y cómoda, como quien dice ‘en la cresta de la ola’. Pero tenía una pregunta sobre si realmente quería seguir en ese lugar y en el futuro. “Había días en los que hacía a un lado esa pregunta y otros en los que aparecía más seguido. Pensaba qué podía hacer y surge el miedo que bloquea y uno dice: “¿qué voy a hacer?”. “¿Cómo sigo?”. Claramente abandonar la seguridad no es fácil. Y se escuchan historias que nos ayudan a ser más valientes, porque no nacemos así, desarrollamos la valentía para dar un salto, que puede partir de una crisis. Tuvo el respaldo de su familia y seres queridos que la empujaron porque no la veían bien o feliz, no era la persona que solían ver hace tiempo. Su mamá fue quien le preguntó qué quería hacer: “Quiero renunciar”, le contestó y le dio la mano. El día que lo hizo fue el más feliz de su vida. “A veces pensamos que lo económico y la seguridad nos van a sostener y en realidad no es así. A veces tenemos que escuchar: “No sueltes eso”, “es seguro”, “no vas a poder”. Nos autoconvencemos y nos ayuda a posponer las decisiones que queremos tomar”, reconoce. Las nuevas generaciones son más libres y luchan para vivir libres y felices, valoran el trabajo, pero también el ser plenos. Tener las dos cosas. Perseguimos otros sueños. Comenzó a interiorizarse sobre los helados y, en ese momento, apareció alguien que tenía todo para helados artesanales. De un momento todo lo que era malo, porque es válido tener miedo, fue naciendo la heladería y se fue armando La Gelateria. “Creo en darle sentido a todo y emprender también debía tenerlo, era el reflejo del salto que había dado”, sostiene y no un simple emprendimiento; por eso lo de “fábrica de felicidad”. Pudo mostrar lo lindo que una vez tuvo guardado. “Gracias a mi familia, soy hoy lo que soy, y el emprendimiento es lo que es. Van partiendo trabajos, personas, vamos perdiendo cosas, y soltando otras, pero queda lo bueno: La Gelateria es familia”. No es fácil emprender; hay días buenos y malos por esas crisis modo emprendedor: “que no llego” o “no puedo pagar esto”. Hace un año atrás no sabía dónde ir o correr. Hoy le parece importante decir que “se puede”.

Una noche de puntos infinitos

Milena Gómez es artista y toma de Yayoi Kusama, una escritora japonesa obsesionada por los puntos, una forma de ver el mundo y a los otros: “Los puntos son sólidos infinitos, son una forma de vida, sol, luna y estrellas son cientos de millones de puntos. Cada ser humano es un punto, los puntos no pueden existir por sí mismos. Sólo pueden existir cuando se reúnen unos con otros”. Su historia empezó con un fracaso porque dejó la carrera de Abogacía después de dos años. Un día, cuando volvía a su departamento, siente un aroma particular y se encuentra con un taller de pintura en un atelier. Ahí despertó su pasión y su estilo de vida, lo que hoy realmente la identifica. Comenzó Diseño Gráfico y Publicitario y rindió la tesis en un teatro barrial. Trabajó en Córdoba y cuando sintió que ya cumplió un ciclo, se mudó a Buenos Aires, donde comenzó a mandar CV y al segundo día consiguió trabajo en una agencia de diseño y publicidad y luego en una revista, más tarde en SEDRONAR y posteriormente en el Ministerio de Salud. Un día decidió regresar. “Quería volver a mis raíces y decidí mandar CV aquí”. La llaman para un trabajo, pero lo rechaza. Ahí comienza una crisis: “¿Por qué volví?”, “me regreso a Buenos Aires”, “¿qué hago acá?”. “Te sentís la persona más vulnerable que puede haber”. Sus amigos la animan a dar talleres de arte para niños. Leyendo un artículo que hablaba de la crisis en Europa, y cómo un grupo de amigos músicos se habían juntado y habían armado algo, dije: “¿Por qué no hago esto con el arte?, ¿por qué no hacer un encuentro de arte donde se pinte, se escuche una banda, se pueda disfrutar de comida?”. Y ahí surgió “Noche de pinceles y vinos”, encuentros de arte para no artistas. “Era un sueño que anhelaba y lo pude concretar; comenzó con 12 personas en la Casa de la Artesanía y fue creciendo”. Conoció muchas personas gracias a este emprendimiento. Los puntos que atravesó durante su vida, las personas que fueron las que hicieron del encuentro lo que es hoy. “No podemos solos, creo que de las crisis y las vulnerabilidades que uno vive puede salir lo mejor: la pasión. Todos somos puntos infinitos que se conectan entre sí, solos no pueden estar. Esto es un estilo de vida que elegí”, concluye.

Con las mismas muletas, emprender

Andrea González es chef y tiene 25 años. A los 17 fue a Buenos Aires y comenzó a trabajar en un restó bar como bachero en un principio, pero la cocina del segundo piso lo llamaba, así que pronto se desempeñó como ayudante de cocina. Cuando se fue, sus abuelos y su tía pronosticaron que duraría tres meses y volvería. Se quedó dos años y volvió a Formosa. Trabajó como cadete y ayudante de cocina. Las particularidades de Buenos Aires le habían gustado, y se plantea por qué debe irse de su provincia: por qué salir a buscar algo que se podía tener aquí. Estudia para chef y sus amigos le abren las puertas de sus locales. Adquiere experiencia, pero una noche, un accidente le rompe las piernas (literalmente). Sentía que se las habían cortado, más aun siendo la persona inquieta ante un objetivo a la vista. “No podés cocinar, no podés estar parado, no podés hacer esto o lo otro”. No podían decirle que no podía. Le dieron seis meses de recuperación y perder seis meses no era una opción. Empezó a leer más e ir a cursos para aprender más. Al quinto mes se buscó un trabajo a cuatro cuadras; seguía con una sola muleta tras el accidente, pero nunca se enteraron. Salía media hora antes e iba despacio, caminando como un anciano, con 24 años. Comenzó en el Paseo Ferroviario como socio, pero a los seis meses eso no lo llenaba. Su hermano le dice: “¿Por qué no ponés un local vos, si ya sabés?”. Con las mismas muletas que lo sostuvieron tras el accidente, Calle 2 nace en el San Pedro; el lugar era una gomería antes. Ahí fue carpintero, albañil, plomero. “No éramos todo lo que buscábamos, pero teníamos la locura y la pasión que repito cada vez que voy y sirvo una hamburguesa”, recuerda. Un año y dos meses después, se mudaron de ahí. Cinco patrulleros y dos camionetas con una orden de desalojo los obligaron. El dueño tenía un juicio del 86 y en medio de las viandas y del menú del día, comenzaron a sacar todo. Ahora están en un local más grande y visible. Lo negativo se transformó. “La vida siempre te da la opción de ir o no ir, de hacer o no hacer; queda por cada uno el seguir adelante. El emprendedor debe ser eso, ir siempre, de frente, al choque. Es dar el sí a todo, por ahí uno va a errar, pero vas a aprender”, afirma.



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