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Procesos adictivos



Muchas dudas asaltan a madres y a padres a la hora de hablar de adicciones. Dudas que se generan en torno a cómo actuar si le encuentran un “porro” al hijo/a en el bolsillo, qué hacer con los menores que consumen alcohol, a quién recurrir cuando las relaciones familiares se salen de carril por culpa de situaciones como las señaladas, para asesorarse convenientemente o pedir orientación.

El actual contexto sociocultural colabora poco con los adultos obligados a desempeñar esos roles complejos. Se deben enfrentar enormes desafíos para educar y guiar respecto de un tema en el que se conjugan fuertes intereses comerciales, entrelazados a nivel global, con valores de salud pública que no siempre los referentes sanitarios promueven. Ante esta difícil situación, muchos familiares se sienten solos y suelen no acertar o demorar en ensayar respuestas necesarias.

El consumo de alcohol, marihuana, cocaína u otras drogas no es fácil de advertir en una primera etapa, por lo que el problema suele complicarse más de la cuenta. Por ello, los nuevos paradigmas ubican la noción de proceso en un lugar protagónico, facilitando la comprensión de la gradualidad con la que avanza la dependencia a sustancias adictivas y las intervenciones tempranas que conviene realizar.

Las chicas y los chicos en general saben cómo ocultar los efectos de estos consumos, por lo que en sus hogares no imaginan lo que puede estar pasando. La idea de los mayores, equivocada, es que sólo la presencia de daños evidentes requeriría su intervención.

Por lo tanto, es conveniente hablar de procesos adictivos. La descripción en estos términos permite registrar que al comienzo, aun cuando no hubiera dependencia, los efectos que producen estas sustancias en cada episodio de consumo son un problema en sí mismo: no se corresponden con la posibilidad de ejercer plenamente las capacidades motoras, perceptivas, afectivas e intelectuales, y generan también una disminución paulatina de la libertad del individuo.

La cuestión es que este avance procesual sutil tampoco es fácil de asimilar por parte de los consumidores. Quienes debutan en estas prácticas sólo piensan en el disfrute o supuestos “beneficios” que les proveen, sin calcular que la relación con las drogas se les puede ir de las manos, más allá de su voluntad, cosa que en la mayoría de los casos efectivamente ocurre.

Reconocer y aceptar estos hechos entraña diversas dificultades, en especial cuando el entorno (industrias tabacalera, cannábica, farmacéutica, vitivinícola, etc.) los induce y estimula.

Resulta imprescindible, pues, encontrar el modo de incidir oportunamente en la secuencia de los procesos adictivo. Impulsar campañas que permitan a padres, madres e hijos/as sentirse identificados con ciertas imágenes. De hecho, hay mensajes que interpelan mejor que otros, situaciones frecuentes y estimulan a dar el primer paso para buscar orientación y asistencia.

Las adicciones deben dejar de ser un tema tabú. Este flagelo afecta a todo tipo de grupo social y estructura familiar, por lo que habilita la empatía e incentiva a hablar del tema.



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