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Cimbronazo



Como ya se ha dicho en esta columna, el cierre inédito de escuelas durante tantos meses por la pandemia afectó sensiblemente la formación de niños, niñas y adolescentes en todo el país, ya que las clases virtuales no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Ahora, el cimbronazo fue peor a nivel de las y los alumnos con discapacidad o con dificultades en el aprendizaje, que requieren de adaptaciones curriculares. La educación a distancia obligó a docentes y profesores/as a rediseñar sus clases, adaptarlas y crear contenidos específicos para cada uno de sus estudiantes especiales.

Este proceso de integración escolar en la Argentina lleva décadas; sin embargo, aunque algunas provincias han avanzado más que otras, la meta sigue lejos. Por lo general, las escuelas especiales son las encargadas de acompañar a las y los alumnos integrados en escuelas comunes a través de docentes capacitados/as en inclusión, que trabajan con maestras, profesores y directivos en la adaptación de contenidos y en el asesoramiento general de los/as estudiantes que lo necesitan.

El problema es que hay pocos docentes integradores/as para las decenas de miles de alumnos/as en proceso de inclusión en escuelas comunes de todo el país, sin contar el número de chicas y chicos con dificultades en el aprendizaje que necesitan de algún tipo de adaptación curricular.

Según datos oficiales de provincias que han seguido la situación, durante el primer año de la pandemia, el trabajo se duplicó, quedando en evidencia que la cantidad de docentes especiales es insuficiente para las escuelas estatales.

Por su parte, la Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica, realizada el año pasado por el Ministerio de Educación de la Nación, muestra que casi la mitad de las maestras/os de escuelas primarias estatales de todo el país tiene en su aula algún alumno/a con discapacidad en proceso de inclusión educativa.

Sin lugar a duda, con la llegada del COVID-19, el apoyo a los niños/as y jóvenes con discapacidad se vio afectado. El aislamiento social vino a confirmar que hay desigualdades que estuvieron desde antes de la pandemia, pero que ahora se hacen visibles y se profundizan aun más.

De hecho, la Sociedad Argentina de Pediatría advirtió oportunamente acerca de las barreras para la inclusión durante las clases virtuales: falta de acceso a Internet y de comprensión de los entornos digitales, dificultades de las familias en la supervisión de las tareas, situaciones de estrés, suspensión de tratamientos específicos y ausencia del intérprete en lengua de señas, el principal soporte para estudiantes sordos.

Aun cuando las clases presenciales se normalicen a corto plazo, la integración escolar sigue siendo un claro desafío para el sistema educativo nacional. Hay especialistas que consideran necesario y urgente repensar todo y rediseñar las prácticas pedagógicas en función de las posibilidades de los alumnos/as. Porque así como hay docentes muy comprometidas/os con su tarea, hay padres y madres que, en la prepandemia, ya venían decepcionados con el proceso de inclusión de sus hijos/as.



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