El árbol ya nació, el fruto conserva la tierra y el sol y un cielo inmenso, elogio de la perduración. Bajo ese cielo, desde un tiempo que pareciera de ayer o de mañana, crece el canto imperecedero de Omar Khayyam, el persa, celebrando la vida desde el vino más puro, más báquico o más sagrado.
El canto es una iluminación que trasciende cualquier siglo con su delectación estética, porque el espíritu de los hombres viene y va cantando, en una marcha de coral de corazones ineluctables, certezas como estas: “Una jarra de vino y los labios de la amada, han gastado mi dinero y arruinado tu crédito, toda la raza humana está comprometida al cielo o al infierno, pero ¿quién fue jamás al cielo? ¿Quién jamás vino del infierno?”.
Los manuscritos de Khayyam escritos en la ciudad de Nishapur, en una región del Irán, fincan ese capital lírico de celebración al vino, como no se ha escrito jamás en otro testimonio. Su síntesis profesa la perplejidad de los dioses; sin embargo, a cada trago en que se escancia el jugo, los dioses embriagan su alegría sin más y cantan a Khayyam con recuerdos indelebles.
Las Rubaiyat son sentencias estróficas, cuartetas líricas, en algunos casos con un ligero panteísmo, que desoye áridas filosofías y refugios dogmáticos de existencia. Dice nuestro Khayyam, en un canto grave, alucinado: “El día que yo no exista y estéis todos reunidos gozando de los encantos de la amistad (...) llenad las copas hasta la última gota”, o también: “...lavad con vino mi cuerpo inerte y haced con las maderas de la viña las tapas de mi féretro”.
Omar-Al-Khayyam murió entre los años 1111 y 1135, y el consuelo desde entonces es sentir que sus cuartetas estuvieran en el tiempo como el tiempo mismo, y que se citara una y mil veces, aquí y allá, como en aquella zamba argentina “Padre del Carnaval”, en donde se dice “...qué lindo si Omar, el persa, por ahí te hubiera hallao (...) cuánta poesía nos hubiera soltao...”.
Los hermosos versos de Rubaiyat, con sangre y canto de un bardo inevitablemente imperfecto, desbordan el vino de la vida y redimen hasta aquella sentencia sabia del poeta catamarqueño Luis Franco, cuando decía que “el vino es para todos, menos para los borrachos”. Yo los veo sentados a estos poetas en una mesa tosca de taberna, de jarras terrenales, haciendo un lugar al poeta Háfiz, a Tejada Gómez, mientras Baco, con un tonelete de servidor, canta un himno de embriagada danza.
Las Rubaiyat, esas estancias formadas por cuatro versos, en donde las dos primeras líneas riman con la cuarta, dejando la tercera libre, seguirán llenando los vasos de la eternidad en una preocupación tributaria y única, esta es la de la celebración del alma.
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“Rubaiyat”
Omar-Al-Khayyam
Prólogo de Rubén Darío
Páginas 183
Editorial: Osvaldo R. Sánchez Teruelo
Buenos Aires
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