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Vedetismo egoísta



Se cumplen 214 años de la Revolución de Mayo, el primer gran hito de la historia argentina, que muchos chicos/as no conocen en profundidad y sobre el cual algunos docentes hacen gala de una severa ignorancia (mezcla de amargura, desaliento y vergüenza ajena causa -en el último sentido-, haber tomado conocimiento de la convocatoria hecha por una autoridad educativa del interior provincial al acto conmemorativo de hoy, confundiendo el 25 de Mayo de 1810 con el Día de la Declaración de la Independencia Nacional, 9 de Julio de 1816).

Pero mejor reflexionemos sobre el aniversario de hoy y el concepto de “revolución”, en un contexto de crisis económica y populismo continuado (antes de centroizquierda, ahora libertario) que está llevando a una peligrosa ¬división de la sociedad, con fracciones enfrentadas en lo que parecen ¬posturas irreconciliables, y un Gobierno que postula ideas supuestamente “revolucionarias” en el marco de una “batalla cultural contra el socialismo”, corriente ideológica emparentada con innumerables revoluciones a lo largo del siglo veinte en todo el mundo.

La Real Academia Española define como “revolución” a todo cambio rápido y profundo en cualquier cosa. Cuando se trata de las instituciones políticas de una nación, le agrega violento. Muchas sociedades, empezando por la nuestra, han sufrido revoluciones que generaron resistencias violentas, las que, a su vez, engendraron más violencia por parte de quienes buscaban “cambiar las estructuras”.

Opuesto a “revolución”, el diccionario define como “evolución” al desarrollo de las cosas, los organismos o los sistemas, por el cual pasan gradualmente de un estado a otro. Aquí puede haber resistencia al cambio, pero aparece otro elemento en la ecuación: la posibilidad de acomodarse, la adaptación.

En los sistemas sociopolíticos, para que este cambio “ideal” se pueda efectuar es indispensable su aceptación tanto por parte de conservadores o defensores del estatus quo, como por los revolucionarios. El entendimiento será, siempre, condición sine qua non para mantener la paz social. Pero los cambios, aunque lentos, deben ser significativos, permanentes y perceptibles. De otra manera volverá a imponerse el juego hipócrita del gatopardismo.

Desde el dictado de la Constitución Nacional, en 1853, los golpes de Estado, las revoluciones y los conatos revolucionarios han sido tan numerosos en nuestro país que impiden, por razones de espacio, ser enumerados aquí.

Sólo encontramos jus¬tificativos para la Revolución de Mayo, o para la de 1890, cuando una alianza cívico-militar exigió a la aristocracia gobernante la instalación del sufragio universal. El resto resultó del deseo de poder de algunos y de la miopía de muchos, y todos/as contribu¬yeron, en más o en menos, a la decadencia argentina.

Vale tenerlo presente hoy, cuando el vedetismo egoísta de algunos políticos hace que la grieta empeore. El aumento de la conflictividad y la agresividad nos está llevando muy cerca del precipicio. Si caemos en él, revolución y evolución dejarán de ser opciones; habremos tomado el camino de la disolución.



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