El Alzheimer es un término generalizado que se utiliza para determinar la pérdida de las funciones mentales superiores de una persona: la memoria, el pensamiento, la percepción, la atención. Es la causa más común de demencia, pero no la única.
La neuróloga Valeria Gómez dialogó con La Mañana y explicó qué señales hay que tener en cuenta para detectar un posible caso de Alzheimer. También dio detalles de su tratamiento y de cómo repercute en las familias.
Lo primero que hay que saber es que una persona puede sufrir Alzheimer recién a partir de los 65 años. Son mínimos los casos que se desarrollan en menor edad (en Estados Unidos son 1 de cada 200 mil personas).
Luego, si ese adulto o adulta mayor pierde la capacidad de realizar sus actividades de la vida diaria, como higienizarse, vestirse, reconocer los lugares y personas habituales o se olvida las cosas en un lapso corto de tiempo, deben recurrir a un médico clínico para que descarte todas las posibles enfermedades antes de diagnosticar demencia.
Si finalmente se detecta un nivel de demencia, se deriva con un neurólogo, quien tiene el reto de determinar si es Alzheimer o no.
“Nosotros, para llegar al diagnóstico, nos valemos primero de la clínica, un interrogatorio, también de neuroimágenes, como tomografía o resonancia, aunque eso ayuda pero no es definitorio”, relató la profesional.
Y agregó: “Los que más rápido se dan cuenta son los del entorno familiar, los amigos, las personas que están más cerca del enfermo, porque repite muchas veces las mismas preguntas y con el paso del tiempo ese trastorno de memoria va avanzando y se van comprometiendo otras funciones, como ser la del comportamiento, la de los cambios de personalidad, trastornos del sueño”, explicó la especialista.
La enfermedad es progresiva; por ende, va avanzando con el paso del tiempo.
“Yo recibo muchas consultas que vienen y me dicen: ‘Doctora, pierdo la memoria y tengo miedo de que sea Alzheimer’; y por ahí son personas de 40, 50 años. Entonces hay que diferenciar lo que son los trastornos de memoria, el deterioro cognitivo leve, que va acompañado de olvidos benignos, porque no alteran las actividades de la vida diaria, porque si la persona olvida dónde dejó algo, va en sus pasos mentalmente y se acuerda dónde lo dejó”, aclaró Gómez.
Etapas
Una vez diagnosticada, la persona con Alzheimer tiene una sobrevida de 8 a 20 años, depende de los cuidados que tenga por parte de la familia.
Empieza con trastornos de la memoria, “no pueden rememorar, no saben cómo volver en sus pasos mentales para recordar o colocan cosas en lugares inhóspitos”.
La enfermedad avanza cuando no reconoce la cara de los hijos, los nietos, confunde los nombres, los roles, las caras o anormalidades viso-espaciales: no puede medir distancias.
En la etapa final es donde se da un total desconocimiento del medio: no reconocen su casa, tienen alucinaciones visuales, rememoran cosas de su infancia que quedaron preservadas en la memoria, “y eso por las noches no los deja dormir, se tornan irritables, agresivos en algunos casos y también hay que medicarlos aparte”.
Factores de riesgo y tratamiento
Los factores de riesgo son la edad en principio. También la genética, si hay un familiar de primer grado que lo tuvo; pero “no es taxativo”, sólo hay más probabilidades.
Existen otras causas comunes, como las enfermedades cardiovasculares, cuidar el colesterol, hacer una buena dieta, el tabaquismo…
“Todo lo que uno hace durante la vida, después en el cuerpo repercute”, aseveró la neuróloga.
El Alzheimer no tiene cura, pero sí se puede tratar hasta el final.
“Los tratamientos que tenemos ahora son farmacológicos, que en realidad lo que hacen es aplacar el síntoma pero ni siquiera lo enlentecen. La enfermedad avanza inexorable. Algunos medicamentos son para los trastornos de la memoria y también se usan mucho medicamentos para alucinaciones, para los demás síntomas”, detalló Gómez.
La aceptación familiar
Una pata fundamental para las personas que padecen esta enfermedad es la aceptación de la familia, que -en términos de la especialista- es lo que más cuesta.
La mayoría de las veces piden “una segunda opinión” porque no se ponen de acuerdo; y después la organización, con el cuidado del paciente.
“Aceptar que una persona que te dirigió toda la vida, de repente no te conozca, no sepa cómo leer, se olvide cómo vestirse, te acuse de robo -que eso también es muy común o regale sus pertenencias-, es muy difícil de procesar para el familiar y de reorganizar una vida en base a una persona que hay que cuidar”, argumentó la médica especialista.
Otra opción es poner un cuidador, pero debe ser “de total confianza”, porque en muchos casos se pueden aprovechar de la condición de la persona.
“Aparte de la enfermedad, yo asesoro en esta parte, que también es importante”, expresó Valeria Gómez; y finalizó con una aclaración: “La vejez no es sinónimo de demencia, hay personas de 80 años totalmente lúcidas”.