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"CUATRO DE COPAS", LA ANTOLOGÍA NARRATIVA MÁS ESPERADA

Lo que nos narra

* Por Héctor Washington



Allá por el año 2004, con el apoyo de la Fundación OSDE, cuatro de las mejores plumas formoseñas reunían sus textos para la edición de una antología literaria que dieron en llamar “Cuatro versiones sospechosas”, compilación que se presentaba como resultado de innumerables reuniones y “libaciones de sobremesa”, como solían llamar a aquellas tertulias interminables donde se aventuraban a intercambiar opiniones y visiones acerca del oficio del escritor y sus pormenores.

Al poco tiempo de la edición de esta primera colección, Luis Rubén Tula, Orlando Van Bredam, Héctor Rey Leyes y Humberto Hauff lograron reunir otros textos para la publicación de una segunda antología, que no vería la luz sino unos veinte años después de la mano de la Editorial de la Universidad Nacional de Formosa.

“Cuatro de copas” nace entonces en 2024 y reúne diversos textos de estos autores que fueron concebidos en diferentes momentos de su vida creativa pero que tienen un eje vertebral ineludible: una clara radiografía de la idiosincrasia formoseña, aquello que nos narra como espacio de frontera y nos retrata en primera persona en cada personaje que se construye como un ser cotidiano que nos resulta cada vez más familiar a medida que avanzamos en la lectura.

“[‘Cuatro de Copas’] siempre estuvo latente, y probablemente el fallecimiento de Tula y el alejamiento de Rey Leyes de Formosa haya movilizado la nostalgia y también el deseo de volver a encontrarnos de alguna manera. Y qué mejor que con este libro”, expresa Orlando Van Bredam en su prólogo de presentación de la obra, donde “Antología anunciada”, “Crímenes de aldea”, “La vida, más allá de los palmares” y “La última vuelta del perro” dividen en sus páginas los universos creativos de cada uno de los autores.

EdUNaF suma de esta manera a su catálogo una colección anunciada, esperada y acunada como proyecto literario durante largos años, donde -en palabras de Van Bredam- “hay de todo: cuentos, minificciones, relatos y hasta una nouvelle. Muchos de estos textos fueron escritos hace muchísimos años, algunos de ellos fueron publicados en libros y revistas, otros permanecieron inéditos” hasta la presente edición.

Entrega de ejemplares: Orlando Van Bredam y Humberto Hauff, junto a los hijos de Luis R. Tula, Luis Iván y Fabricio. En representación de EdUNaF, la magister Marisa Budiño, junto a las docentes Susana Ríos y Natalia Cacere.

Entrega de ejemplares: Los escritores Orlando Van Bredam, Humberto Hauff y los hijos de Luis Rubén Tula, Luis Iván y Fabricio; en representación de EdUNaF, la magister Marisa Budiño, junto a las docentes Susana Ríos y Natalia Cacere.

Cronopio dialogó con algunos de sus escritores acerca de los textos que componen “Cuatro de copas” y se permitió sondear en la cocina de la escritura de estas historias que en cierta forma nos cuentan a nosotros mismos desde las costumbres, creencias, relatos pretéritos de pueblos fronterizos, personajes arquetípicos que guardan estrecha correspondencia con nuestro terruño, así como también personalidades históricas de Formosa que ya forman parte de nuestro acervo cultural cotidiano.

Concebidos desde un locus situado y particular, los acontecimientos narrados refieren, sin embargo, sucesos que se proyectan hacia lo universal en personajes arquetípicos como Teresa Raquel Aguilar de Segovia, el Negro Ludovico, Victorio Espíndola o Ursulina Garay.

Unos 37 textos narrativos de la más variada índole, por sus historias narradas y la inventiva particular de sus autores a la hora de concebirlos, conforman esta antología esencial de las letras formoseñas que sella también la reivindicación de la amistad a través del tiempo de la mano de la literatura y un homenaje póstumo a la enorme figura del escritor Luis Rubén Tula.

Desconocemos a ciencia cierta si -como asegura el personaje de Humberto Hauff- la literatura sirve para entender la vida. Mientras tanto, hasta dilucidarlo, “Cuatro de copas” supone un ejercicio bastante parecido para entendernos en nuestra propia aldea, nuestro propio espacio, desde lo que nos narra y nos configura como parte esencial del paisaje literario nacional.

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Nueve textos componen el universo creativo de Luis Rubén Tula (1941-2019) en esta antología en que el autor echa a volar su imaginación y su inventiva sagaz para retra­tar el absurdo de un mundo convertido en letras danzantes que rodean a sus personajes o la repugnancia de uno de ellos por todo tipo de comida, hasta convertirse en un ser que sólo puede ofrecer indiferencia total ante la vida y los suyos.

La tosquedad de Juan en el ya clásico “Ojo curado” o la inocencia de “Charruino Ruiz”, el pescador que no quería lastimar a los peces, forman parte también de esta selección que nos presenta personajes cotidianos, junto al jocoso ejercicio docente con un texto literario, las vicisitudes y pro­blemáticas diversas a la hora de escribir un cuento o la visita siempre inesperada de predicadores una mañana de domin­go. Así también, hay lugar para el discurso de ribetes histó­ricos en el contexto formoseño de los fortines de principios de siglo pasado, como también la maestría en el manejo del humor y la ironía, con un grupo de mujeres trabajadoras de oficina y una disparatada historia de un vecino del barrio que se hace rico sabe Dios por qué causa.

Su hijo Luis Iván Tula dialogó con Cronopio acerca de este escritor inolvidable y esencial en las letras formoseñas.

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La impronta de Luis Rubén Tula continúa vigente en las páginas de “Cuatro de copas”… ¿cómo mo­viliza a la familia que sus textos continúen atrapando a los lectores y generando nuevos adeptos permanente­mente?

- “Dentro de la familia hay un acuerdo tácito de expandir la obra de Don Tula. Sabemos de su interés, quizá más personal, de que sus escritos puedan leerse. Creemos que sus cuentos merecen ser leídos por su calidad literaria y -mejor aun- por su cualidad humana. Sentimos como familia que su impronta es indispensable para crecer”.

Es un gran acto de justicia por parte de la Editorial de la Universidad de Formosa editar la obra de Tula en este volumen para toda la comunidad lectora… ¿Cómo era el día a día del Flaco Tula como escritor (solía contar historias en reuniones, se encerraba horas enteras a escribir…)?

- “Papá era una persona atenta a todas las conversa­ciones del ambiente. A los chistes y a los relatos de todos. Era tan sencillo hablar con él, ya que contaba con una escucha genial. Muchas de sus devoluciones se convir­tieron en presagios y otras en cuentos. Uno siempre se sentía cómodo hablando con Don Tula de cualquier cosa”.

En “Cuatro de copas” hay un sueño acariciado por estos 4 grandes escritores de Formosa durante unos 20 años que por fin se hizo realidad. Fiel a su estilo -que solía rondar el absurdo, el humor y la ironía-, fue él quien bautizó a esta antología… ¿Cómo definirías a Luis Tula como persona y también como padre de familia?

- “Como persona, fue un hombre muy capaz. Tenía la creatividad justa para los momentos adecuados. Siempre certero en sus análisis y muy irónico cuando algo andaba mal. La mejor virtud fue parecer un boludo para los que no le daban el interés que merecía, y los que sí lo entendían podían comprender su ironía. Como padre de familia, siempre fue claro. Quizá permisivo a veces, pero siempre claro. Todos sus hijos siempre supimos sus intenciones. Nos dio la libertad de elección a todos con qué carrera seguir, a costa de mi madre, que a lo mejor perseguía intenciones económicas; y nos apoyó siempre económicamente y moralmente a todos”.

¿Cuál es la mayor característica que podés destacar de tu padre como escritor formoseño?

- “En una charla personal, papá me reveló que el contexto no debe ser el primer plano de la historia. Debe sugerir y cobrar sentido por sí mismo. Entonces sucede que cuando uno lee a Luis Rubén Tula, se da cuenta solo que es Formosa, que son sus lugares, sus costumbres dentro de la historia, y no hace falta decir ‘Formosa hermosa’, ni ‘soy formoseño’ para el arte. Eso es quizás el detalle más profundo que un ser sensible puede expresar con un verdadero sentido de pertenencia”.

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La minificción y el relato breve ocupan las páginas en las que Orlando Van Bredam presenta sus diecisiete historias en esta antología narrativa. Las primeras, con un gran manejo del efectismo y la inmediatez en unas pocas líneas que cuen­tan las peripecias más disparatadas de sus prota­go­nistas: un asesino que vuelve a la escena del crimen como su víctima, una pareja de bailarines de tango a punto de aniquilarse, la ansiedad haciendo estragos en un perso­naje maniático, el extravío del alma que se escapa del cuerpo, las mascotas que ocupan el lugar de la ausencia, la curiosa transmutación de Teseo (el héroe griego), la in­tromisión de un ventrílocuo en un velorio, el oficio conde­natorio de una prostituta fantasma y el comportamiento en la mirada de los gatos.

Así también, el autor se permite sondear la literatura fractal a través de las visiones cíclicas y perturbadoras de un asesino, además de retratar por medio de una narración caótica la desdicha que se esconde detrás de una antigua fotografía, el horror que duerme bajo los secretos de una familia o el espanto del matricidio en el relato breve “No más de diez palabras”.

Van Bredam también se permite el homenaje a la lite­ratura oral de Formosa a través del recordado Pinocho Benítez y otras personalidades conocidas del ambiente cultural formoseño, además de retratar personajes arque­típicos de pueblo, como Sinforiano Barrios, el Negro Lu­dovico o Marujita en su habitual Raíces, producto de su inventiva pero que además se corresponde con nuestra Formosa cotidiana.

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En “Cuatro de copas”, usted alterna el relato breve con minificciones… ¿qué subgénero literario le genera mayor trabajo con la palabra?

- “No es fácil volver consciente y racional algo que se gesta sin demasiado control. Las minificciones surgieron en su mayoría en una época pasada, los años noventa, cuando las descubrí y me sentí cómodo al escribirlas. No hay dificultad cuando hay placer, y para mí escribir es básicamente eso, una búsqueda de placer que fluye naturalmente o no fluye. Los otros cuentos son posteriores y nacen del mismo deseo. Las mini requieren un repentismo que se agota enseguida, un destello que exige estar atento; un cuento puede esperar mucho tiempo para darlo por terminado en mi caso”.

En el relato “Fotos”, hay un discurso en apariencia caótico y despojado de normas que responde a la técnica narrativa empleada, pero que va ordenándose conforme avanza la historia hasta llegar a su desenlace. ¿Suele imaginar primero la historia y luego idear la técnica narrativa o en general se gestan juntas?

- “En mi caso, nunca generalizo. Se presenta una frase o una imagen que abren la historia que todavía no conozco, como ocurrió en ‘Fotos’. Fue un recuerdo de mi infancia el que me llevó a escribir las primeras líneas, después tomó otros rumbos y poco a poco se volvió turbio. Es curioso, el primer asombrado, como sucede aquí, es el autor. Escribir es buscar y por eso es placentero”.

En “No más de diez palabras” el final de la historia se nos revela nítido en las primeras oraciones. Pero la construcción del personaje principal es lo que atrapa al lector hasta el final. ¿Qué técnica permite lograr definir a un personaje que vaya creciendo hasta devorar por completo la historia?

- “En ‘No más de diez palabras’ fue distinto. El personaje es el centro y es real, es el protagonista de un crimen muy conocido en El Colorado. Lo traté, lo tuve de alumno, conocí a su familia, fue un caso que me desveló hasta que encontré el modo de narrar esa historia después de mucho tiempo. La técnica consistió en ponerme en el lugar del asesino, reconstruir su pensamiento a partir de las conver­saciones que tuvo conmigo y de todo lo que se murmuraba en el pueblo. Fue un crimen muy anunciado. No hicimos nada para impedirlo”.

La frontera entre realidad y ficción se diluye en textos como “El gran narrador”, con la mención de personajes conocidos y reconocidos de Formosa. ¿Cómo concibe a la hora de narrar el rol de cada una? ¿Existe un límite prestablecido o más bien coexisten y se retroalimentan mutuamente?

- “En ‘El gran narrador’ quise hacer un homenaje a Pinocho Benítez y a quienes desde la oralidad se ocupan de hacer menos aburrida la realidad al contaminarla de hermosas mentiras. La ficción sólo tiene sentido si funciona dentro de nuestra realidad y nos alivia el alma. No me gusta la ficción pura, alejada de la inmediatez humana, como tampoco una realidad sin ese toque de poesía que le pone la gente ingeniosa, aunque no sea escritora o artista. No debe haber fronteras, todo debe fluir de la misma manera que fluye la imaginación en un niño o un anciano solitario”.

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El escritor Héctor Rey Leyes ofrece en esta an­tología tres textos narrativos (que podríamos deno­minar macrorrelatos) que proponen un permanente ejercicio con la palabra, una suerte de laboratorio de la escritura por la manera en que se encuentran estructurados y por las técnicas a las que echa mano a la hora de presentar y desarrollar las historias, ya sea a través de la diversidad de discursos que vertebran los textos o la propuesta lúdica en que sus narradores dialogan a la hora de dar a conocer los hechos.

Narraciones, diálogos, crónicas deportivas, discursos epistolares, textos de índole administrativa y demás dan cuenta del amplio conocimiento y la audacia de un escritor para valerse de la hibridez discursiva y que tiene muy en claro cómo se cuenta una historia de una manera novedosa y efectiva.

De esta manera, puede explorar el humor en “La concentración”, desde el universo futbolístico y la cuestionable disciplina de un grupo de deportistas en un club en ascenso, apelar a la técnica cinematográfica en “Los fleteros de la noche”, por medio de flashbacks y anticipaciones que nos hacen entrar en la historia como partícipes necesarios o hacer gala de una gran diver­sidad de puntos de vista narrativos en “Cielos proviso­rios” y encastrar los sucesos, cual rompeca­bezas, en una historia intrigante y verosímil.

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En “Cuatro de copas”, hay en “La concentración” y en “Cielos provisorios” una amplia variedad de discursos que componen las historias como mo­saicos diversos: la narración, el diálogo, la crónica deportiva, el discurso epistolar, textos de índole administrativa… ¿Qué efectos buscó como escritor a la hora de combinar estas técnicas para contar la historia?

- “Tal vez tenga una doble finalidad. Por una parte, hacer más heterogéneo el texto, más polifónico (si no suena muy culturoso…), de manera que pueda despertar mayor interés, si es que la variedad textual puede generar ese tipo de emociones en el lector. Y, por otra parte, para integrar al lector, comprometerlo, porque la unidad de esa disparidad la debe hacer él. Mis cuentos tienen esa característica, que el hilo del relato no es lineal, sino que tiene saltos en los escenarios o en el tiempo, de manera que él se vea obligado a darle la unidad de la que parece carecer”.

En “Los fleteros de la noche”, el tratamiento con el tiempo opera más de modo cinematográfico, co­mo presentando las escenas retrospectivas y pros­pectivas en saltos permanentes. ¿Cómo fue que ideó esta técnica para lograr mayor verosimilitud en el relato?

- “Ese cuento guarda una cierta curiosidad, porque la historia (sucedida hace muchos años) me la contó un amigo supervisor del Nivel Primario, que había ocurrido en la zona en la que él se desempeñaba. Y me interesó el hecho, al punto que sin querer me fui imaginando a los protagonistas, sus pretensiones, sus angustias, el terror ante la muerte posible. Y comencé a escribirla. Pero siempre siguiendo esa línea no lineal (valga la contradicción) que explicaba antes, para obligar al lector a ir armando lo que en apariencias puede aparecer como desordenado”.

Ya en “Cielos provisorios”, a la diversidad de los discursos se suman los puntos de vista de los na­rradores y la disposición en la puntuación, que transmite esa sensación apabullante de quien no para de hablar, como el vecino de Rogelio en su declaración. ¿Cómo construir el perfil de un personaje sin desviarse de la historia a contar?

- “Cuando comencé a escribir (allá lejos y hace tiempo…), adopté una postura algo curiosa pero muy útil, y era imaginar el escenario en que sucedían los hechos, y yo me sentaba en una esquina, en un rincón, sin molestar a nadie, y miraba lo que sucedía. Observaba a los actores, que actuaban por sí mismos, los escuchaba, y yo anotaba todo eso. Y así se iba organizando el cuento. En el caso de ‘Cielos provisorios’ hay un personaje que existe pero que no se ve. Es al que le hablan los protagonistas. Y por esa razón es dable pensar que debería ser un encargado de investigar qué sucedió, y por eso entrevistó a las personas involucradas. Después, yo las escuchaba mientras declaraban y escribía lo que ellas decían. Siempre traté de que los personajes digan lo que ellos piensan y no obligar a nadie a decir lo que yo quisiera que digan. No es sencillo, porque muchas veces uno se siente impulsado a corregir a un personaje, pero entonces sería yo y no él el que hablaría”.

La verosimilitud de estos relatos también está lograda desde los espacios geográficos, el habla de sus personajes y su caracterización. ¿En qué medida tienen estas historias narradas algún anclaje con la realidad o pertenecen puramente a la ficción literaria?

- “Creo que siempre hay un vínculo con la realidad, con alguna realidad. Nosotros inventamos a los marcianos, y los imaginamos. Generalmente los pintamos feos, pero con piernas, brazos, cabeza, boca, ojos, etc., etc. Y esos son rasgos antropomórficos, es decir, análogos a los rasgos humanos, aunque distorsionados. Yendo al tema de los cuentos, en ‘La concentración’, por ejemplo, se avizora un choque entre dos formas de ver el deporte del fútbol: Una, que se va manifestando y se terminará imponiendo, que viene de la técnica, de las nuevas experiencias físicas, de nuevos marcos teóricos del deporte; y la otra tradicional, más barrial diría, que se formó en el fútbol de los pequeños clubes y que descree un poco de las nuevas tendencias. Y en el medio están los jugadores, que no terminan de asumir lo nuevo, pero tampoco han dejado de practicar lo viejo. Y he respetado sus hábitos lingüísticos, porque no hacerlo sería falsear ese aspecto. En ‘Los fleteros…’ la zona es la misma en la que sucedió la historia; la conozco, y la describí tal como la he transitado. Y los personajes hablan según su procedencia. Y en ‘Los cielos…’, Las Mercedes es un pueblo como cualquiera de los pueblos del interior formoseño. Mirado años atrás, claro. Y si bien ningún personaje tiene su correlato real, concreto, no puedo negar la coincidencia en ciertos conflictos con tantas personas que he conocido en mi labor docente. Sobre todo de aquellos que vinieron de tierras lejanas y muchos hicieron de Formosa su lugar en el mundo, pero muchos otros, por causas diversas, se mudaron. Y este es un caso de los últimos. Pero está claro que cada lector creerá reconocer a alguien en cierto personaje. Y ese es el anclaje con la realidad que, intencionalmente o no, deslizó el autor”.

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El marco histórico y social suele ganar el trasfondo y fun­ciona como marco inconfundible de cada una de las ocho historias narradas de Humberto Hauff en esta antología, con escena­rios fácilmente reconocibles por su aguda y detallada capaci­dad para describirlas en la extensión precisa que pueda exi­girlo un texto breve. Mujeres sufridas de pueblos remotos, arquetipos de un modelo social del todo cuestionable, como la sumisa Cristina o la desesperada Ursulina Garay, dan cuenta de un compromiso del autor con la escritura que va más allá del componente distractivo.

Historias profundas de pueblo y sus medicinas alternativas -como en “Los milagros del rocío”-, sucesos extraídos de la realidad -como la fotografía de época en “Al Paí Santiago”, en el marco del golpe de Estado de los años ’70- o la descripción cabal de una época acuciante a nivel social y político -como en “El piquetero” o en “Los sueños se concretan mañana”- conforman la inconfundible pluma de un escritor paciente y minucioso a la hora de presentar sus historias, más o menos trascendentes, pero siempre atrapantes por la atmósfera en la que orbitan, como la inundación clorindense de principios de los noventa o una serie de consejos de un hombre agonizante en su lecho de muerte.

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Hay en los textos que integran “Cuatro de copas” un componente social importante que le da marco a la histo­ria y le aporta también verosimilitud. ¿Qué importancia suele darle a este marco a la hora de crear sus relatos?

- “La narrativa realista debe, necesariamente, estar sujeta a vicisitudes humanas y caracterizada por el compromiso social. Esta verdad descubierta en el contexto (que no es más que afán de objetividad) se une, en el acto creativo, a la experien­cia personal, el conocimiento del mundo que el escritor busca retratar. Los acontecimientos, sucesos, incidentes o dilemas que constituyen los ejes de mis cuentos en este libro exigie­ron, demandaron fidelidad con una realidad determinada. Aunque la pieza titulada ‘Los milagros del rocío’, por ejemplo, sugiera una incursión en las comarcas de las supersticiones, el contexto y el convencimiento del personaje en los benefi­cios de un rito determinado para sanar una dolencia aportaron la verosimilitud necesaria”.

Hay personajes que rompen su molde genérico y cre­cen, sin embargo, con luz propia, como Ursulina Garay, Cristina, Romualdo Arístides Cantón o Ángel Zapata. ¿Cómo son concebidos este tipo de personajes tan acabados en su caracterización, como si los viéramos moverse dentro e incluso fuera del universo ficticio?

- “Se trata de personajes que fueron creados a partir de personas que realmente existieron y que vivieron situaciones parecidas a las que se relatan en los cuentos. Tu afirmación de que están bien logrados es, para mí, un elogio, y una evi­dencia de que el propósito fue alcanzado. La idea primigenia para la composición de una historia siempre fue, y siempre es, mostrar un evento singular, por lo menos llamativo por cierta emergencia. Así, en ‘Los dolores infinitos’, una adolescente sufre una severa infección después de un aborto ilegal y clan­destino, y que mereció una nota en la sección policial de un diario local, hace ya una buena cantidad de años. Ursulina Garay quizá ya no viva, pero estoy seguro que muchas veces esperó ilusionada las bienales campañas políticas para mejo­rar un poco su precaria situación económica. A Ángel Zapata la política no le cumplió los sueños, en los años en que lo co­nocí ni nunca. Y si hoy tuviéramos oportunidad de conversar con Romualdo Arístides Cantón, posiblemente nos daría es­peranzas de sanación acudiendo a la curandera del barrio o de la colonia. Los personajes, en mis cuentos, se construye­ron solos, a partir de sus propios problemas y sus propias decisiones”.

“Al Paí Santiago” presenta, sin embargo, una fotogra­fía cabal de época aquí en Formosa, con mucho anclaje en la realidad de los ‘70. ¿Cómo concibió este texto?

- “El padre Santiago Renevot se preocupó en serio por el destino de los campesinos formoseños, y eso tuvo un precio muy alto para él: persecución y cárcel, por lo menos. En el cuento hay exaltación de su nobleza, de su humanidad y de su sensibilidad por los problemas cotidianos de las familias rurales, pero también hay, de manera implícita, una alabanza a los sentimientos de amor inmenso por él de las personas que lo conocieron y de la gratitud más genuina. Lo que Ángel Rosendo Gómez expresa en su carta es una estampa de los años de dictadura en nuestro país”.

La literatura… ¿sirve para entender la vida, como asegura su personaje? ¿O para qué sirve?

- “No sé si la literatura sirve para comprender la vida, por­que la vida tiene demasiados misterios que requieren aclara­ciones. Para mí, la literatura sirve para ver mejor el entorno y a nuestros congéneres, no a comprenderlos; para apreciar los rumbos y quizá elegir el camino menos complicado para volver a casa, que suele ser un lugar seguro. La literatura no resuelve problemas, te los muestra. Y eso es casi todo, como ocurre con gran parte de las producciones artísticas. Un poe­ma o una canción pueden alegrar nuestros ratos o nuestros días; un texto narrativo difícilmente nos haga felices”.



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