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Lenguaje inclusivo: la lucha por darle voz al silencio

Hablemos de igualdad: por Heliana Guirado, periodista y licenciada en Ciencias de la Comunicación



Uno de los temas más rechazados por gran parte de la sociedad de habla hispana es el lenguaje inclusivo, una de las tantas luchas del feminismo que intenta plantear cómo la desigualdad y el sexismo también están presentes en este medio principal de comunicación humana.

Para comenzar, es importante hacer un breve análisis teórico: el lingüista suizo Ferdinand de Saussure explica que la lengua es un sistema de signos (es decir, palabras) que se mueven socialmente. Estos son definidos a través de convenciones, lo que significa por ejemplo, que ese objeto alrededor del cual se come se llama mesa, porque las personas así lo decidieron.

Otras dos características que sin dudas sirven para este análisis son la inmutabilidad y mutabilidad, que explican que a pesar de que la palabra mesa se usa hoy y posiblemente se siga usando dentro de diez años, los signos lingüísticos pueden alterarse a medida que pasa el tiempo. Por ejemplo, la palabra mezquino/a antes era sinónimo de pobreza y hoy es asociada con alguien miserable, que no quiere gastar dinero o compartir algún objeto.

Entonces, si la lengua muta, se crea por convenciones y es un reflejo de la sociedad, ¿Por qué las mujeres y otras identidades no están incluidas? ¿Por qué se sigue insistiendo con la idea de que el genérico masculino es inclusivo?

La respuesta inmediata a estas preguntas es que lo que existe detrás de la resistencia es el rechazo profundo a la rotura del orden hegemónico, a la propuesta de romper con lo impuesto planteando que lo que existe, tal y como está, es sexista. Cualquier cambio implica ciertas incomodidades, pero siempre que se proponga sacar el poder a quien lo tiene, se genera una parálisis social.

La filóloga y docente española Teresa Meana explica que "lo masculino se considera la medida de lo humano". Es decir, excluye, pero como se lo toma como "lo válido", instala la idea de que allí todas las personas deben sentirse representadas.

Otro punto usado para rechazar esta propuesta de cambio es que es redundante decir "las y los", o "los hombres y las mujeres". Sin embargo, para "economizar" palabras se puede ahorrar por otro lado. Por ejemplo la frase: "En campaña, los políticos se acercan a los barrios para hablar con los vecinos", podría ser reducida si se dice: "En campaña, las y los políticos se acercan a los barrios" (quedando más que entendido que pretenden hablar con las personas vecinas). 

Otro recurso propuesto es utilizar genéricos como "las personas", "el directorio", "el equipo médico", entre muchas otras.

Otra respuesta para defender el rechazo es que llevar esta lucha al lenguaje es una exageración, porque así como está se refiere a hombres y mujeres. Pero si se realiza el simple ejercicio de decir "las mujeres" y proponer entonces que allí están incluidos también los varones, seguramente generaría una reacción negativa.

La Real Academia Española manifestó públicamente su oposición al lenguaje inclusivo aduciendo que "en los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos". 

No es ilógico que esta institución se oponga al cambio, debido a sus antecedentes machistas. Dos ejemplos claros son que hace sólo cuatro años eliminó de su diccionario la acepción "débil" a la palabra "femenino", "babosear" definida como "obsequiar a una mujer con exceso", o gozar como "conocer carnalmente a una mujer". Y recién en 2018, sacó la acepción "fácil" referida a la mujer.

Por otro lado, de sus 46 miembros sólo 6 son mujeres. Su propio director reconoció este año la resistencia histórica que existe al respecto, cuando dijo: "Fue una enorme equivocación en el siglo XIX rechazar a la primera mujer que se propuso, que fue la hispano-cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, luego se repitió con Emilia Pardo Bazán y hubo que esperar al año 1977 para que entrara Carmen Conde".

En su carta de presentación, la RAE dice que su misión principal es "velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico".

Entonces, ¿por qué esta institución acepta incluir términos nuevos como "despelote", o incluye versiones en castellano de palabras de origen inglés como "baipás" (bypass), "bluyín" (blue jean), "espray", "esmog", "jipismo" (de hippie) y "órsay" (offside), pero se opone a decir "las y los"?. Esto sucede por la intención de romper con la hegemonía, eso que Antonio Gramsci define como la que da origen al poder y genera dominación de unos grupos sobre otros. La aplicación de este concepto a las instituciones es fundamental para entender que a través del discurso se da una sensación de igualdad, pero en realidad se beneficia sólo a la clase que domina.

Es una realidad que por acción u omisión las mujeres quedan afuera del discurso actual. También lo es que la lengua está viva y por lo tanto puede cambiar. De hecho debe hacerlo, porque necesita adaptarse a lo que su entorno le está pidiendo.

Si el lenguaje es una herramienta útil para reforzar relaciones desiguales, también sirve para que a través de un uso diferente, se genere una resistencia y reinvención. Así, se podrá entonces desnaturalizar formas de nombrar que estereotipan y empezar a ponerle voz al silencio.

El cambio no es fácil, claro está. Sin embargo, es más difícil continuar reproduciendo un discurso discriminativo, que poner en crisis a la lengua y comenzar a dar un giro semántico justo e inclusivo.


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