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El tiempo de la esperanza

Tras la tormenta más severa, la calma retorna y la vida continúa. Se terminó el ciclo de Mauricio Macri. No merece que hablemos más de los números que reflejan su fracaso. Todos conocemos las cifras, aun aquellos que, insólitamente, lo volvieron a votar. Hablemos de lo que nos espera, que sin duda no será fácil ni rápido, pero que por cierto, es necesario.



La Plaza de Alberto:

La televisión nos trajo en vivo la movilización de miles, cientos de miles, ¿tal vez más de un millón? de personas que en la zona del Congreso, y luego en los alrededores de la Casa Rosada, vivieron, pese al calor agobiante, una jornada de júbilo, desde la mañana a la noche.

Familias, jóvenes, pueblo en estado puro y en estado de gracia festejaban a la democracia, el retorno de un modelo de país que les dé lugar y pertenencia. Y sorprendía la falta de agresiones o de epítetos groseros hacia los que se fueron.

Era una fiesta, sin necesidad de insultar al otro.

Contaban a las cámaras lo duro que fueron para ellos y sus familias estos años, aquel que perdió el trabajo y con él la dignidad, el que tuvo que cerrar su negocio por la caída de las ventas y las tarifas. Tras la penuria, coincidían. Ahora tenemos de nuevo esperanza. Está difícil, pero hay esperanza.

Y eso, creo yo, sintetiza lo que viene. Nadie se ciega a la realidad tan compleja… pero con otro modelo de país, confiamos en revertir la situación.

Fue la plaza de la fiesta, del encuentro popular genuino.

Y sí, hubo choripanes, porque somos pueblo y el choripan es nuestro sushi, nuestro tentempié popular, accesible y folklórico.

La Plaza de Mauricio:

Contrasto lo descripto con la otra plaza, la de “la despedida”, donde una multitud infinitamente menor loaba a la república y a las libertades, mientras agredía y escupía al cronista de C5N… ¿Qué entenderán por libertad de prensa?

Una señora de clase media confesaba a cámaras que “a la Cristina la odio, la odio”. Y yo recordaba cuando las señoras bien hace más de 7 décadas gritaban “Viva el cáncer” al enterarse de que Evita lo padecía.

Dos países, la grieta tan famosa y tan profunda.

Habrá que convivir con eso.

Los problemas que nos esperan no son sólo económicos.

Esa es la Argentina que recibe a Alberto Fernández, mezcla de esperanza con la certeza de la difícil situación económica.

Una porción de ella, cargada de odio y antiperonismo, que durante décadas los medios y la oligarquía supieron sembrar hasta que se hizo carne en sectores de nuestra clase media.

Será tarea de Alberto encauzar la economía, devolver las utopías a las clases trabajadoras y levantar el tejido productivo de la Nación.

Sus palabras iniciales y el perfil de sus equipos parecen corroborar el rumbo hacia el modelo de estado de bienestar. Habrá que revertir la caída de los indicadores económicos y generar riqueza genuina de nuevo.

Sabe Alberto cómo hacerlo y parte de quienes integran hoy sus equipos. Ya lo hicieron después de la crisis del 2001/2003, recuperando la trama productiva y generando 5 millones de empleos registrados.

No está de más repetir la necesidad de paciencia, hay que generar riqueza primero y luego garantizar su distribución equitativa para no repetir el error de los hermanos chilenos. El Estado debe regular los mecanismos para que la riqueza generada por el sistema económico llegue a todos.

Conocemos los mecanismos: salarios dignos en el marco de paritarias libres, empleo registrado, red social de contención a los excluidos apalancada por programas de capacitación laboral, ya que los planes sociales deben ser temporales; apoyo del estado a las PyMEs con políticas crediticias y tarifas de servicios más razonables; provisión de remedios a los jubilados que cobran la mínima; fortalecer los sistemas educativo y sanitarios con aportes del Estado a las provincias; obras públicas con criterio federal para que se desarrollen las regiones interiores.

No son delirios, es lo que se hizo durante 12 años con los Kirchner, es lo que aprendimos con Perón.

Cuando pasen los díasy la nube de odio se aplaque en los antiperonistas, seguramente serán parte de esta nueva Argentina que ha empezado. Porque al cabo, sólo la realidad logrará que se sumen y sean parte de la comunidad, cuando ya sin odio entren en comunión con sus hermanos de la gran Nación.

No será con discursos que cerraremos la grieta entre los sectores será con resultados de gestión y una realidad superadora de esta crisis, que repito no es sólo económica, sino social y cultural.

Porque al cabo nos situemos a cualquier lado de la grieta, somos todos partes del gran colectivo de la Nación.

No habrá Argentina unida hasta que integremos a todos.

Integrar no significa desconocer o negar que somos diversos y plurales. Dios nos hizo diferentes y esa diversidad enriquece al colectivo.

Pero las cuestiones de Estado, como el hambre, la pobreza, el desarrollo y la calidad de vida, necesitan que los diversos busquemos puntos de encuentro, consensos mínimos para el bien común.

Encontrar y fortalecer esos espacios comunes será desafío de cada argentino, de cada territorio y ciudad, de abajo hacia arriba.

Es un quehacer colectivo, no de un Presidente, sino de una Nación toda.



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