Mi tío, el ingeniero civil, ha transitado por la vida en forma muy aventurera, trabajando no solo en su profesión, sino también en cuanto negocio creía redituable.
En sus mocedades, recién recibido, realizó numerosos trabajos de agrimensura - grandes loteos y mensuras - que lo acercaron nuevamente al campo de donde era oriundo.
Una hermana suya, que vivía en la ciudad de Córdoba, criada en el campo, le encomendó que, cuando encontrara algún panal de lechiguana, se lo trajera.
Pasó el tiempo, llegó el invierno y mi tío se había olvidado del pedido. Se movía en una voiture Ford, de esas que tenían un asiento tipo baulera en la parte posterior. Para llegar al campo que estaba mensurando, debía dejar su vehículo a un kilómetro de distancia al pie de una sierra de cierta altura.
Cruzó mi tío la sierra y llegó al frente de trabajo. Lo hizo hasta la media tarde. Durante el trayecto de regreso, por el sendero se topó con una lechiguana y recordó el pedido de su hermana. Se acercó lentamente, la tocó y cuando vio que estaba congelada por el frío, la arrancó. La envolvió en un papel y la metió en la baulera, pensando entregarla esa misma noche. Pero sus compromisos laborales le impidieron hacerlo. Al día siguiente ya ni se acordó.
Transcurrido cerca de una semana fue al pueblo cercano a comprar unas herramientas que necesitaba. ¡Mediodía caluroso! Después de elegir varias cosas necesarias se las embalaron y mientras pagó y charló con el dueño, un dependiente a quién le dio las llaves, fue a guardar lo adquirido dentro de la baulera. Al abrirla, las avispas, que con el traqueteo del vehículo, el calor y el hambre de varios días estaban furiosas se abalanzaron sobre el bien intencionado muchacho.
Gracias a Dios que era muy joven y pudo escapar rápidamente... aunque con algunas huellas.
A mi tío, en el pueblo, casi lo linchan!