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CARLITOS KASTEN, 60 AÑOS EN EL CAMINO DE LA MÚSICA

Algo más que decibeles



* Por Héctor Washington

Cuando en su “Otro poema de los dones”, Borges nos hablaba de la música como una misteriosa forma del tiempo, probablemente refería un sinfín de universos y sensaciones intimistas que nos permiten trazar un recorrido cronológico en un plano metafísico que no halla sustento desde una lectura terrena.

Así de insondable la concibe Carlos Kasten, que se aventura a explorarla desde hace más de 60 años, cuando de niño comenzó a esbozar sus primeros acordes sentado al piano. Trabajador incansable y explorador inquieto desde sus primeros años, supo conformar, a lo largo de estas seis décadas, numerosos grupos que trazaron a fuego la línea de tiempo de la música en Formosa.

Pasó por los más variados géneros y estilos en los que supo destacar por su oído atento y prodigioso, además de su dedicación férrea y disciplinada en esa búsqueda de matices sonoros que hasta el día de hoy lo mantiene trabajando en “Guayabahit”, formación que integra desde hace unos cinco años junto a su hijo Exequiel, Oscar Ramírez, Fabián Núñez, Nicolás Chatruc, Lorena Dionisi y Angélica Ayala, y con la que aborda el rock latin-afrocaribe, mixturado con corrientes y estilos musicales como el afrobeat, el funk, candombe, soul-afro, boogaloo, guajiro, mambo, songo, tumbao y samba brasilera.

“‘Guayabahit’ no es un grupo con el que nos dedicamos a estar en todos los tablones comercialmente. Es el placer de querer tocar lo que nos gusta. Y cuando hay algo interesante de fusión, que tiene mucha armonía, nos prendemos y consensuamos los estilos. A mí me gusta que también se sientan cómodos donde poder desplegarse. A esta altura en que yo ya estoy por pisar los 70, no es que me vuelvo loco por estar arriba de un tablón y estar amaneciéndome”, confiesa.

Kasten recibió muy amablemente a Cronopio en su casa y rememoró sus inicios en este extenso camino desde pequeño, los tiempos florecientes de Formosa en materia de espectáculos musicales en el casco urbano, algunas anécdotas invaluables y su posición frente a las nuevas generaciones de artistas que hoy por hoy ganan las consolas y los algoritmos.

“¿Sabés lo que me mantiene joven?”, pregunta. Y ante la pausa, no duda un segundo la respuesta: “El espíritu. Tengo amigos colegas que son jóvenes músicos y siempre me piden asesoramiento. Hasta me invitan a tocar y a mí me gusta compartir con ellos, con los jóvenes”. Y se confiesa: “Yo soy muy exigente, muy mañoso, muy quisquilloso, muy detallista. Por ahí, tengo ideas muy raras que a ellos les resultan galácticas o extrañas. Son cosas que por ahí nunca pude hacer en los 70 o en los 80”.

Carlitos Kasten comenzó su derrotero artístico a los 5 años de edad, tiempo en que Formosa empezaba a dar sus primeros pasos en la urbanización y el desarrollo que hoy conocemos en materia de shows: “Empecé a los 5 años a tocar el piano; a los 6, actuaba en casas de familia. Las familias que podían, dentro de la clase media, solían contar con un piano. Era muy importante, era una necesidad antes tener un piano. Y cuando había visitas, me decían: ‘Nene, tocales una pieza’. Y ya me sentaban al piano. Terminaba de tocar y venía mi abuelita o mamá, y me daba un bollito pequeño y me decía: ‘Esto te pagan porque tocaste’. Me ponía unos pesitos en el bolsillo. Y yo, contento, porque juntaba para comprarme soldaditos o tableros de ajedrez”, rememora. Y agrega: “A los 7, tocaba en la comparsa ‘Bumba’ como percusionista. Yo tenía un bongó. Los corsos convocaban mucho antes y fomentaban mucho el turismo”, añora.

“Ya a los 10 años, armé una orquesta en la escuela primaria que se llamaba ‘Los Baby Kumba’ y actuábamos en los lugares donde había piano. Hacíamos la música tropical que estaba de moda en esa época. Teníamos batería, tumbadora, maracas y trompeta. Íbamos a Radio Nacional Formosa y yo usaba el piano de ahí. Tocábamos en el programa ‘El Club del Disco’, allá por el año 66”, grafica emocionado.

Con el paso del tiempo, se adentró en el estudio de la trompeta y conformó “Los Vagos del Caribe”, junto a algunos compañeros. De esa etapa recuerda con nostalgia haberse aventurado ya a la ejecución del acordeón: “Tocábamos cumbia, toda la música del ‘Cuarteto Imperial’, que estaba de moda. Y ellos vinieron a Formosa, fuimos a verlos con un permiso especial y acompañados de un mayor, porque era de noche y nosotros éramos menores”. Fue en ese show que les despertó fascinación el sonido de un güiro de marfil de elefante que la banda ejecutaba. Y decidieron echar mano a un instrumento que lo supliera: “Queríamos demasiado un güiro así. Fuimos a un matadero y encargamos un cuerno largo de buey. Pero había que curarlo. Lo secamos al sol, lo metimos en soda cáustica, lavandina, agua hirviendo, lo zambullimos en perfume… lo calamos con la sierrita y lo raspábamos con un peine. Parecía que ya estaba curado. Y en una actuación para un casamiento, donde nos iban a dar una propina, empezó a despedir un olor a osamenta impresionante, no se aguantaba. Y las señoras pasaban por al lado y decían: ‘¡Por Dios, qué olor tan fuerte! ¡Alguien pisó algo’”, recuerda entre risas.

A sus 13 o 14 años, nos cuenta, “empecé a escuchar mucho a ‘Los Beatles’, era el auge de ‘Creedence’ y de ‘Los Rolling Stones’. Venían muchas orquestas y apareció el órgano eléctrico. Con el tiempo, me compré yo un ‘Scandalli’ y formé mi grupo ‘Cebolla de Vidrio’. Hacíamos temas de ‘Lafayette’, de ‘Los Adventures’… temas instrumentales, temas de películas…”.

Ya entrada la década de los 70, junto a unos amigos conforma “El reflejo de la nada” y después llegarían “Los Blue Caps”: “Ya tenía 16 años ahí. Acompañamos a Juan Ramón en el Don Bosco, a Leo Dan en Pirané cuando vino. Después me fui con ‘Los Nuevos Estudiantes’, que fue la orquesta que más me redituó. En una noche tocábamos ‘triplete’. Viernes, sábado y domingo, ‘triplete’. Viajábamos al interior en la época de la cosecha del algodón, en el Oeste, a Pozo del Mortero, Laguna Yema, Estanislao del Campo, Juárez, Matacos, Ramón Lista… Las pistas tenían grupos electrógenos con motores diesel de dos metros por dos metros. Tocamos mucho en pista nosotros, en pistas de tierra, eran las pistas de baile de la época”, grafica sobre aquellas noches en que ya comenzaba a perfilar cada vez más su actividad de manera profesional.
Por aquellos años, nos cuenta, el contexto presentaba un gran florecimiento de bandas musicales, como “Terrón de Azúcar” o “Mate Cocido”. Ya el rock nacional ocupaba un gran espacio en la radiofonía, con grupos emblemáticos como “La Joven Guardia”, “Séptima Brigada”, “Trocha Angosta”, Litto Nebbia y “Los Gatos”, entre otros. “Nosotros en ese entonces hacíamos toda la línea nacional ‘al palo’; ‘Los Volcanes’ fueron los pioneros en hacer rock en inglés, música beat. Nosotros tocábamos temas de ‘La Joven Guardia’, de ‘Pintura Fresca’, de ‘Los Iracundos’, les gustaba Carlos Bisso y su ‘Conexión Nº 5’… Y en los carnavales estábamos siempre tres o cuatro orquestas, en Casa Paraguaya, la Sociedad Española y el Club Patria”.

En la etapa en que culmina sus estudios secundarios, Kasten interrumpe su carrera para cumplir con el servicio militar obligatorio por entonces, pero por un breve período, “porque ahí mi jefe me daba permiso y pude tocar un año con ‘Los Volcanes’ en ese tiempo”.

Después fue a vivir dos años en Clorinda, donde se adentró en la formación de “Acuario”, con quienes hacía música internacional: “Ahí conocí a Richard Albospino, pionero del rock nacional paraguayo, que estaba con el grupo ‘Faro Callejero’. Con él hicimos muchos covers acústicos, temas de ‘Pastoral’, ‘Sui Generis’… piano y guitarra, y cantábamos a dúo”. Luego conformó ‘La Banda Eléctrica’, “con Omar Gaona en batería, Nino Garay en voz, Gustavo Giménez en guitarra, Rodolfo Luparello en bajo y yo hacía los teclados. Duró dos o tres años esa banda. Tocábamos en Carmina Burana, donde se llenaba siempre. Era uno de los primeros pubs de Formosa; o Dulcinea del Toboso, frente a Vialidad. Ahí vino César ‘Banana’ Pueyrredón y tocamos de soporte ahí; en Caramba lo acompañé a Cameron Williams, nieto del cantante de ‘Los Plateros’ norteamericanos. Acompañamos a King Clave; más adelante a Cris Manzano, que era el cantante de ‘Safari’, en el estadio Centenario; y a Juan Ramón también, en el Don Bosco, cuando yo estaba con ‘Los Blue Caps’”, recupera de su memoria sin demasiado esfuerzo.

“Acá en Formosa antes había muchas confiterías bailables, no había boliches. Con los años aparecen Caramba, El Túnel, El Palenque, que era para la gente joven, el Club Social, donde tocábamos en los 15. Ese era el circuito de la sociedad. En Casa Paraguaya actuaron ‘Los Iracundos’, ‘Los 4 Planetas’, Johny Tedesco, Palito Ortega… mucha gente solía venir”, grafica.

“En el año 78 -recuerda también-, que fue la inauguración de Argentina Televisor a Color, vinieron a filmar a Formosa un cuadro que hicimos con los profesores del Polivalente que se llamó ‘La Pulpería’, una dramatización gauchesca que llevamos también al Centro Cultural San Martín de Buenos Aires, en un encuentro cultural de colegios artísticos”.

La actividad docente comenzó a ocupar su agenda con los años, lo que lo obligó a abandonar sólo un poco los escenarios, debido a su agenda sobrecargada: “Trabajaba mucho en esos tiempos, me absorbía mucho”, refiere. Y continúa: “Después fui instrumentista de danzas folklóricas, ejecutando en vivo el piano, todas las danzas; tenía todos los cursos. Así hice casi 39 años. Después me afectaron en la Subsecretaría de Cultura, iba como embajador a representar a la provincia. Estuve como cuatro o cinco años así. Pero pedí que me desafecten y volví al Polivalente de Arte, hasta que decidí jubilarme. Pero la música siempre estuvo y me hacía de tiempo para eso”, aclara. “Y volví… Comenzamos a tocar con Omar Gaona, con Carlos Amarilla, con ‘Pili’ del Turco, con todos los Del Turco. Actuábamos en el Casino Blackjack en ese tiempo. También trabajé mucho con el ‘Oso’ Florentín tocando en los casinos del interior, en El Colorado, Pirané, Villa 213… También toqué con ‘Las Voces del Camino’ mucho tiempo, con ‘Las Voces Tinkus’, el grupo ‘Cantares’, el Dúo Vocal Argentino de Norma y Antonio Colman, con Elena Godoy, Carlos Amarilla, Alberto de Luque de Paraguay, en los tiempos del Teletón de los años 90. Recorrí también festivales importantes: del Banano, del Pomelo, a Cosquín fui con delegaciones, como solista, con el Ballet Municipal de Pirané; con el ballet ‘Danza y Tradición’ de Alejandro Pantoni”, repasa como en un acelerado flashback incesante de diapositivas.

Consultado acerca de los sentimientos que lo movilizan al saberse parte fundamental de la música en Formosa desde sus primeros años, confiesa: “Tuve muy buenos profesores, aparte de mi vieja, que fue quien más me enseñó. En esa época se tenía que perseverar mucho. Nosotros no tuvimos un acceso tan fácil como tienen los jóvenes de ahora, con toda la tecnología. A nosotros nos llevó muchos años de práctica aprender cosas que hoy en día se pueden hacer en poco tiempo, por la información disponible que hay para investigar y explorar. Nosotros teníamos que conectarnos con músicos experimentados, mayores, veteranos, para que nos expliquen cómo hacer un yeite; por eso respetamos a los viejos, porque tenían mucha bohemia de la cultura urbana callejera y nos enseñaban muchas cosas que no están escritas en los libros de formación académica musical”, asegura. Y se permite ahondar en esta reflexión: “La formación académica te da una técnica de cómo ejecutar un instrumento, lo que está muy bien; te corrige, porque uno a veces hace ejercicios con mucha velocidad pero la inversión de los dedos puede estar mal y no ser la correcta. Aparte está la capacidad auditiva y de recepción que tiene la persona; eso se potencia con la educación, con la formación técnica. Lo que tienen los músicos intuitivos es que pueden tener mucho talento pero el arte puede llegar a ser castrador: llegás a un techo, y lo que te hace pasar ese techo justamente es la formación académica y estudiar”, resalta.

Así también, deja en claro que el camino del arte es arduo y hay que invertirle tiempo y esfuerzo. “Y si no le das gimnasia, no te ponés en forma, podés tener ganas pero necesitás de una rutina, de sentarte unos minutos o unas horas con el instrumento”, acentúa.

Así también, sobre los tiempos que corren y las particularidades que presenta el ambiente de la música actual, analiza: “Lamentablemente, hoy la música es muy competitiva y es muy difícil lograr un clima de camaradería entre los artistas. Nunca te van a decir que están compitiendo, te muestran otra cara de la moneda, ‘de la boca para afuera’. Antes había más camaradería, nos hablábamos, nos solidarizábamos, intercambiábamos conocimientos para poder crecer, porque nunca se termina de aprender. Y también hay que tener cuidado con el ego, porque la gente puede inflarte más y llega un punto en que solamente uno quiere recibir halagos. Y también hay que aceptar las críticas”.

Aun así, en este sentido, evalúa como muy positivo de los tiempos actuales la tendencia a innovar desde la composición de temas propios, sin recurrir demasiado a los covers, algo que solía verse mucho décadas atrás: “El gran problema de la época era que la gente quería escuchar en vivo lo que escuchaba en la radio, nada más. En cambio, ahora vos hacés un tema propio, lo elaborás, lo difundís y lo pasás. Y se acostumbra la gente. Pero antes, tocar un tema propio que la gente no conocía era más difícil. Nosotros empezamos a hacer temas propios recién en los años 80, con Rodolfo Luparello, con ‘Magma’. Pero las radios perdían rating de audición, porque una radio que pasaba siempre temas propios de una banda no era muy escuchada”, sostuvo.

Aventurando una definición acerca de la naturaleza del arte, Carlitos Kasten asegura que “no tiene fronteras, no tiene religión, credos ni banderas políticas, va más allá. Pero lamentablemente, como ‘obrero de la cultura’, el artista es muy manoseado porque a veces se acuerdan de él cuando quieren hacer una concentración política y después en todo el año, cuando el artista busca un espacio -sobre todo los rockeros- para tocar, no lo encuentra. Hay chicos que hacen metal que son muy buenos y no tienen espacio, porque a veces la demanda popular se vuelca por lo más sencillo, por lo más paupérrimo”, disparó.

En este sentido, aseguró sentirse muchas veces en la dura tarea de estar “desagotando con una cuchara el agua del océano”, ya que en el escenario actual, “lo que complica mucho es que con la música más mediocre es con lo que mejor se comercia. Y las grandes discográficas financian y ponen mucha plata por una música que muchas veces sólo aturde con los decibeles de una manera anestesiada”. Y diferenció finalmente: “Hay dos tipos de música: la música para divertirte y la música para sentir placer. Pasa en la música, en la literatura, pasa en todos los órdenes de lo artístico”.

Admirado y respetado por sus pares y la comunidad que supo disfrutar de su arte a través de los años, Carlitos Kasten nunca cesa de imprimir su impronta creativa en cada proyecto que encara, con la enorme sensibilidad que lo caracteriza y que hasta el día de hoy lo mantiene latiendo a pulso constante con la música, esa misteriosa forma del tiempo donde suele escudriñar de manera permanente detrás de la quintaesencia que sabe imposible, que lo lleva a buscar cada día algo más que decibeles en cada instrumento que pasa por sus manos.

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MI VIEJO, MI MÚSICO

Colaboración: Exequiel Kasten

Crecer al lado de Carlitos Kasten en el plano de la música, como hijo, como artista, como persona, es un camino que nunca dejé de transitar. Pasa el tiempo y me doy cuenta de que es un camino en el cual voy a seguir hasta el final de nuestra coincidencia en este plano, no voy a dejar de aprender nunca. Quizás ahora yo un poquito le puedo retribuir humildemente desde mi visión algunas cuestiones que creo que le pueden servir también a él, porque es una persona abierta el crecimiento, a lo nuevo que sucede, porque las formas cambian, la cultura va teniendo otra dinámica.

Carlitos es un soñador empedernido, tiene una inquietud constante respecto de la cultura, una imaginación privilegiada y una creatividad sin límites. Eso es algo que siempre admiré de él. Yo trato de sacarle el mayor provecho a todo lo que él tenga para aportarme. A veces es difícil entenderlo en algunas cuestiones; pero cuando captás su idioma, te das cuenta de que la data que te está tirando es increíble y no tiene desperdicio. Él es muy certero con lo que propone.

En el plano del artista, músico, compañero de banda, amigo… nunca separamos nada. Y no lo veo como algo malo sino como algo bueno que todo el tiempo logremos generar ese vínculo de estar discutiendo dos horas acaloradamente sobre una cuestión musical, una cuestión artística, de un yeite, de un golpe, de un detalle… y después llega la hora en que me vuelvo para mi casa y nos fundimos en un abrazo, en un beso, un te quiero. Y está todo bien. Nunca hay malos entendidos porque generamos un lenguaje en el cual convergen todas estas cuestiones que implican crecer con la música al lado de él, de crecer como hijo y como persona. Es tanta la apertura y la intención de él y mía de seguir aprendiendo, que en esas diferencias creo que más nos enriquecemos, porque aprendemos a tolerarnos y a entender lo que piensa el otro y a respetarlo.

Carlitos siempre fue muy exigente en el plano de mi formación artística y nos tuvimos mucha paciencia mutuamente. Hoy en día le agradezco, porque me dio las herramientas y la posibilidad de elegir lo que hoy quiero ser. Él siempre me dijo que mientras más herramientas tenga, mayor va a ser el abanico de posibilidades que tenga yo para desenvolverme artísticamente. Hoy en día veo los frutos: yo vivo de la música, y todo es gracias a mi viejo, que hizo ese laburo tremendo al forjarme no sólo como músico sino también como persona. Hoy en día me doy cuenta de lo que generó en mí. Compartir este camino artístico con él no tiene precio, es algo increíble.

Yo me siento privilegiado porque entiendo que no todo el mundo tiene la posibilidad de compartir lo que le apasiona con un ser amado. Y es algo tan fuerte como la música. El solo hecho de ser músicos, de interpretar una canción, de crear juntos, yo lo celebro todos los días.

No hay un solo día en que no piense lo afortunado que soy por la posibilidad que me brindó y me sigue brindando la vida de seguir compartiendo, no sólo música con él sino también enseñanzas que él me da todo el tiempo. Me quedo corto si digo que me siento bendecido y espero que este camino lo podamos transitar muchísimo tiempo más.



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