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La necesidad de superar la grieta

A días de asumir Alberto Fernández, representantes de entidades rurales ya están en pie de guerra, y amenazando a un gobierno que todavía no asume, con cortes de ruta, por supuestas medidas que aun no existen. Puede parecer ciencia ficción, pero es la realidad. ¿Cómo llegamos a esto?



La construcción del relato:

La gran virtud del Macrismo, o de los poderes reales de la sociedad (que llevaron a Macri al poder), fue configurar un relato a partir del cual los argentinos reciben la información procesada.

La realidad no es lo que es, es lo que cuentan los medios hegemónicos. Ellos actúan por lo que dicen, pero también por lo que ocultan.

Desde 2014 y durante 2015, el multimedios y sus satélites lograron convencer a gran parte de los Argentinos de su relato: estábamos a un paso de Venezuela y el desastre, el país estaba al borde del abismo.

Ayudado por errores propios, y algunas inconductas, bombardearon las 24 horas con una mirada sesgada, para instalar una realidad paralela; Lanata recorría Formosa mostrando falsas escuelas, cada provincia opositora era un antro feroz de corrupción, cada dirigente político o social que no se prestaba a su relato era demonizado.

Cuando comparamos los números de la economía real, (de la UCA) resulta que no estábamos tan mal como país, pero la percepción del ciudadano común era otra.

Si los comparamos con las cifras oficiales del final del gobierno de Macri, aquella Argentina del 2015 era el paraíso comparada al presente.

Pero la semilla estaba sembrada, los peronistas éramos irremediablemente corruptos, los demás eran impolutamente buenos.

Una antinomia -nosotros y los otros- que quedó enraizada en la mitad de los ciudadanos comunes.

Les sirvió para ganar las elecciones: 51 % de los argentinos votaron a Macri en 2015, obviando que tenía 250 causas penales, muchas de gravedad…votaron a un imputado y procesado por corrupción, como remedio a la corrupción.

Si escuchamos a los votantes de Macri en 2019, reconocen que están devastados por la situación económica, productos de la gestión de Macri, y sin embargo, casi un 40 % volvió a votarlo.

Ello prueba cómo el relato persiste en gran parte de la sociedad, y cómo funciona para apalancar un proyecto político, social y económico.

No es original. La oligarquía durante el siglo XIX y XX convenció a la sociedad -desde los medios que manejaba- que el campo éramos todos; cuando en realidad el campo (los latifundios) estaba en manos de 1.000 familias muy ricas, en un país con el 90 % de pobreza y marginación.

Sin educación pública, sin industria y sin trabajo digno, sin sistemas de salud... las mayorías eran un rebaño sumiso que defendía los intereses de sus explotadores.

De allí el odio de la oligarquía para con Perón, darles a los marginados derechos y mejorar su condición de vida, achicó la torta de los poderosos.

Ya la Argentina no fue nunca más de “ellos”, esa minoría; sino de “nosotros”, que para ellos siempre seremos “los otros”. No es casual que en sus manifestaciones usen la bandera Argentina. Se apropiaron de la patria….que ya no es de todos sino de esa minoría y sus seguidores.

De allí la grieta, que aderezada y modernizada, Durán Barba reinstaló con gran provecho para su mandante... que llegó a Presidente.

Como gobernar esta sociedad en crisis

La batalla que se viene es, básicamente, económica. Como refinanciar una deuda impagable, como reactivar la economía, como ayudar a los que pasan hambre, generar trabajo y disminuir la pobreza. Pero también, y sobre todo, la batalla es cultural.

Contra el relato que divide para dominar.

No es aceptable que la sociedad pase dos semanas debatiendo sobre el “dedo índice de Alberto” en el primer debate; y no discuta los “verdaderos índices”: el de la pobreza, que llega al 40% de la población; el de endeudamiento, que supera el 80% del PBI; el de desempleo, que se duplicó; el que muestra que más de 20.000 empresas quebraron en 4 años y que las que subsisten trabajan al 50% de su capacidad.

Hay una verdad primaria: al odio no se puede responder con odio. Sería hacerles el juego, y echar nafta sobre el fuego.

Para desmontar esta división de la sociedad se necesita inteligencia, mucha paciencia, una enorme tolerancia; pero sobre todo la capacidad de generar consensos. Y por ello, Alberto plantea el acuerdo social del capital y trabajo como punto de partida. Son los empresarios (que en estos años vieron como sus empresas perdieron valor y mercado) y los trabajadores (que vieron como cientos de miles quedaban desempleados) los principales interesados en que la economía se recupere.

Luego será el turno de generar los espacios de encuentro sobre las coincidencias, asumiendo que habrá diferencias e intereses antagónicos que superar, donde todos deberemos ceder porciones.

Porque esto es la política, que tanto critica Macri y su equipo: el arte de generar consensos entre intereses contrapuestos. Negarlos es de necios, resolverlos es la cuestión.

El ejemplo de Chile es un espejo para mirarnos; no alcanza con crear riqueza, su distribución equitativa es esencial para la armonía social.

Y no será tarea de Alberto solo… aunque reconocemos su enorme capacidad de negociación y apertura al diálogo, esto debe nacer de abajo hacia arriba.

En cada ciudad, en cada espacio social, hay que recuperar el debate y las propuestas, para que todos los sectores tengan voz en la construcción de esa utopía, de una sociedad más justa e inclusiva.

Hay que empoderar a la sociedad para debatir como salir de esta crisis, y transformarla en una oportunidad para refundar el sistema económico, social y político; para que nos contenga a todos, que asuma la pluralidad y haga de la diversidad un valor que nos enriquezca.

Será tarea de la verdadera dirigencia social y política de nuestra Argentina dar este debate y fortalecer el sistema, para que “nunca más” seamos títeres de los poderes de facto que operan para confundirnos, enfrentarnos y lucrar con nuestras divisiones.

Si así no fuera, no mereceríamos vivir en democracia. Y como no existe otro sistema que permita la convivencia de los diversos, sí o sí deberemos vencer en esta batalla cultural.



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