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Bienestar común



Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que el año 2020 -aunque recién hayan transcurrido 99 días- figurará en los anales como el peor que ha tenido hasta aquí la humanidad, desde la Segunda Guerra Mundial. Esto porque la pandemia del coronavirus, además del desastre sanitario que viven decenas de países, conlleva una catástrofe económica planetaria sin precedentes.

La Argentina venía de mal en peor en los años recientes, pero, valga la comparación, las crisis más duras deben ser vistas hoy como una leve agitación de las olas del mar al lado del tsunami desatado en enero por el COVID-19.

En su Breve Historia del Mundo, Herbert G. Wells sostiene que cada generación ha considerado su época como la más sombría y violenta; la cercana al final. Los fundamentos de este historiador son complejos, pero destaca que el transcurrir cotidiano, con sus dilemas y preocupaciones, posterga el reconocimiento de los avances que mejoran la condición humana, y que son valorados mucho tiempo después.

¿Desconoce esta obra las características del mundo actual? No. En ella se mencionan la contaminación global, la pobreza como principal enfermedad general y la desigualdad social en diferentes regiones del globo terráqueo. No obstante se subraya que, para modificar esa realidad, es necesario poner en valor los progresos alcanzados en diversos lugares del mundo, que logran mejorar las condiciones de vida de mucha gente.

Lejos estaba H. G. Wells (1866-1946) de imaginar la pandemia que asolaría al mundo 74 años después de su muerte. Sin embargo, aquella Breve Historia del Mundo merece ser repasada hoy, si lo que nos interesa es rescatar el paradigma del bienestar común; aquel según el cual una persona está bien cuando también lo está la comunidad que la incluye. Esto vale tanto para el virus chino como para el que provoca el dengue, ya que si bien las formas de contagio son distintas, en ambos casos la salud de cada individuo depende de las conductas preventivas de sus vecinos.

La emergencia sanitaria pasará en algún momento y las, hoy, atemorizadas poblaciones de los países más afectados volverán paulatinamente a una vida normal. Lo que debe quedar es la solidaridad y la esperanza en seguir mejorando las condiciones de vida de millones de seres humanos en este planeta.

Aun cuando pueden percibirse lejanos o insuficientes, hay ejemplos que atenúan la opinión oscura de algunos sobre la situación mundial. Cada día, cientos de miles de personas se suman al acceso a electricidad y agua potable; los porcentajes de vacunación aumentan todos los años; la mortalidad infantil se viene reduciendo; se acelera el reconocimiento los derechos de las mujeres.

A pesar del COVID-19, y sin olvidarnos del dengue, o quizás gracias a ellos, creemos que hay motivos para confiar en que la humanidad terminará por aceptar que el bienestar de cada uno es posible como construcción entre todos.

Como dijo alguien, no se trata de asumir un entusiasmo banal que olvide las urgencias y abismos sociales, pero tampoco conviene vivir sumergidos en un negativismo apocalíptico que niegue un futuro más esperanzador.



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