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Un gol al patriarcado: en Formosa las chicas también sueñan con hacer carrera en el fútbol profesional

Constanza Urbieta debutó en el plantel de Defensores de Belgrano que disputa el torneo de Primera División en el fútbol femenino argentino y aspira a jugar en la selección nacional. Sabrina Peña creció atravesada por los prejuicios de una chica que quiere ser futbolista pero no la dejaron, y hoy anima a otras mujeres a que lo hagan. Yanina Sosa es de Las Lomitas y salió campeona jugando en Belgrano de Córdoba. Tres historias similares pero diferentes que retratan las adversidades que debe trascender una mujer si quiere jugar al fútbol.



Por Florencia Zanello

El fútbol es un deporte históricamente asignado al género masculino. De un tiempo a esta parte, y gracias a las luchas por la igualdad de oportunidades para los géneros, las mujeres ganaron espacios en este terreno hostil y las instituciones se hicieron eco de las demandas y oficializaron el fútbol femenino.

El martes 3 de diciembre, la formoseña Constanza Urbieta debutó como jugadora de Defensores de Belgrano en el Torneo de Primera División. Tiene 24 años y estudia veterinaria en Buenos Aires.

Pero antes, para Constanza este deporte era un ámbito impensado. Empezó con la pelota en cancha de 5 con sus amigas, recién en Buenos Aires. Y se dio cuenta de que le gustaba.

En el 2015 comenzó a entrenar en la USAL, el equipo de fútbol 8 de su universidad, que este año salió campeón.

A la profesionalización de la disciplina llegó de la mano de su DT de fútbol 5, que la recomendó a Defensores y la llamaron. Entrenó una semana y debutó.

Constanza dice que nunca se imaginó una carrera profesional en el fútbol, que su meta era estudiar y recibirse, porque una no puede dedicarse sólo a ser futbolista profesional.

“De hecho, ahora tampoco lo podría hacer, los sueldos para las jugadoras son muy bajos. En mi club, por ejemplo, sólo dan sueldos de veinte mil a ocho jugadoras, en otros se reparten los sueldos entre todo el plantel”, relata.

Y asegura que muchas de sus compañeras, al terminar de jugar, deben volver a sus lugares de trabajo o pedir ciertos permisos para poder jugar en horario laboral.

“Lamentablemente, todavía es difícil pensar en hacer carrera en el deporte, pero lo que ocurrió con la profesionalización del fútbol femenino sigue siendo un gran avance”, cuenta.

“Yo me compré mi primer botín”

Pero la historia de Constanza no es la de todas las mujeres que sueñan con ser jugadoras profesionales de fútbol.

Sabrina Peña nació en los ’90, donde el lugar de la mujer estaba en la tele cosificada o en su casa, al servicio de la familia.

Empezó a jugar fútbol a los 6 años en el Polideportivo del barrio La Paz, que antes era casi un potrero.

“Era la única nena del barrio y alrededores que jugaba y nadie podía creer que lo hacía. Había personas que me preguntaban si era una nena por el sólo hecho de practicar ese deporte. No les entraba en la cabeza”, explica y en su tono aún resuena la indignación.

Cuando cumplió 7 años, el técnico del club San Martín de Formosa la vio jugar y la llamó para entrenarla. Debutó ahí y jugó torneos importantes. En el fútbol femenino, nunca hubo categorías; entonces a veces se enfrentaba a nenas más grandes o más chicas que ella.

“Me fue bien ese tiempo, pero en uno de los torneos más importantes mi familia no me dejó ir a jugar. El único argumento es que estaba mal porque al parecer dimensionaron que estaba haciendo carrera y eso no era una actividad para una nena”, expresa.

Y sigue: “La final de ese torneo no jugué. Me entregaron incluso el premio de jugadora revelación y no lo pude recibir porque no me dejaron ir. Eso fue así, siempre”.

A los 12 años, el sueño se terminó. Los discursos en torno a su carrera futbolística fueron cada vez más despectivos y estigmatizantes.

“Fue tan fuerte todo lo que una vivía, hasta incluso llegué a no contarles a amigos o compañeros que jugaba al fútbol justamente porque estaba mal visto y a los 12 años tuve que dejarlo. No porque quería, sino porque para todos estaba mal y yo creí esa verdad absoluta”, se lamenta.

Recién cuando se fue a vivir a Rosario, pudo superar ese prejuicio impuesto y volvió al fútbol cinco. De regreso en Formosa, “decidí que no me iba a importar lo que me dijeran y volví a jugar”.

Desde ese momento jugó en más de diez equipos de fútbol femenino de la provincia y, además, creó su propia escuela de fútbol “Desde Cero”, para que las mujeres que no tuvieron la oportunidad, como ella, puedan formarse en el deporte que les gusta.

“Me di cuenta de que todas mis alumnas eran mayores que yo, porque fue la generación que se quedó sin la posibilidad de poder jugar. Lo he charlado incluso con las pibas, contaban que jugaban de chicas, pero después dejaron”, sostiene.

Y aclara que antes no había clubes femeninos, como sí tenían los hombres, en los que podían entrenar y hacer carrera.

“No podías ni siquiera soñar en ser una jugadora profesional, como pasa ahora”, asevera.

Y confiesa: “Yo tuve muchas ofertas de ir a jugar, entrenarme en otros clubes y para mis padres nunca fue algo viable, ni siquiera pensaban que podría trabajar de eso. Yo me compré mi primer botín y mi primera camiseta de fútbol, porque era imposible pedírselo a ellos”.

Por otro lado, Sabrina da fe que dentro del fútbol femenino también se vive un ambiente muy machista, ya que “somos muy pocas las que jugamos hace veinte años al fútbol e incorporamos la perspectiva de género en nuestras prácticas y discursos”.

La gran mayoría son conservadoras y repiten el patrón machista y misógino característico del fútbol argentino y se peleó muchas veces con ellas por este tipo de cuestiones. “Es muy raro y contradictorio”, analiza.

Por último, se muestra convencida de que los prejuicios en torno a la práctica son exclusivos de los adultos.

“Cuando no me dejaban jugar al fútbol me compraban muñecas, y yo les hacía jugar al fútbol a mis muñecas. Los chicos del barrio siempre iban a buscarme a mí para jugar fútbol, porque los nenes nunca te discriminan, también lo sufren, porque tenía amigos que querían jugar conmigo y no podían, porque los grandes no me dejaban”, recuerda Sabrina y se arrepiente de haber perdido “muchos años de mi vida sin jugar por ese motivo”.

“Era imposible pensarme como una jugadora de fútbol profesional como le podía pasar a mi primo. Pero al menos tengo la esperanza de que las pibas que empezaron a luchar, como Maca Sánchez, puedan derribar todas esas barreras de desigualdad”.

Siempre hay una formoseña

Yanina Sosa nació en Las Lomitas y toda su vida jugó al vóley. Cuando terminó el secundario, fue a estudiar Profesorado de Educación Física en Córdoba. Siguió con el vóley un año y de vez en cuando jugaba torneos chicos de fútbol 5 con sus compañeras de facultad.

“Ahí conocí a unas chicas que jugaban en Belgrano y me invitaron al club a probarme. Por suerte quedé”, relató a La Mañana.

Jugó un año en ese club. En 2013 salieron campeonas. Luego pasó por Lasallano, Juniors y Camioneros, con quienes ascendieron a la A. Hace seis meses volvió a Belgrano.

Yanina dejó el vóley para dedicarse de lleno al fútbol. También jugó varios torneos nacionales con la selección de Córdoba de Futsal. En Las Lomitas también, como por ejemplo en los Juegos Evita y algún que otro torneo.

“Al principio fue difícil, no teníamos los mismos privilegios que los varones, como una buena indumentaria para poder jugar. Usábamos la ropa de ellos”, especificó Yanina.

Y reconoció: “Hoy, gracias a Dios y a tanta lucha de las mujeres por el derecho de igualdad, tenemos nuestra propia camiseta con nuestros nombres de color violeta. Hoy, somos reconocidas después de tanto gracias al trabajo de todas las mujeres argentinas”.

Hace unos días, Yanina salió campeona con Belgrano de la Copa Córdoba tras derrotar a Talleres por penales. Y la carrera de futbolista sigue en proyección.

Las tres jóvenes transitaron por distintos caminos con triunfos y frustraciones para llegar a su meta, pero están seguras de que nadie más les va a decir que no pueden hacerlo sólo por su condición de género.

Constanza, que empezó su carrera profesional con un golpe de suerte, afirma que su meta es seguir progresando hasta lograr la titularidad en su equipo.

“También quiero darme a conocer en el ámbito y mejorar mis habilidades en lo deportivo. Y a largo plazo sueño con jugar en la selección”, sentencia.

Un deseo que hace veinte años era impensado, pero que hoy parece potable, aunque hayan nacido en Formosa.



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