Vienen tiempos muy difíciles. “Más difíciles aun” que el que estamos atravesando, adelantó el gobernador Gildo Insfrán ayer en la Legislatura provincial, luego de criticar el “brutal ajuste” y los “tarifazos” del Gobierno nacional.
En su discurso de apertura del 51º período de sesiones ordinarias de la Cámara de Diputados, el mandatario no anduvo con medias tintas. Describió crudamente la situación que atraviesan todas las provincias del país por las medidas que viene adoptando la gestión libertaria, dijo que el “Modelo Formoseño” se sostendrá a pesar de todo y lanzó una amplia convocatoria a aglutinar fuerzas para resistir los embates de lo que, considera, es una “repetición” de las políticas neoliberales aplicadas durante la última dictadura cívico-militar.
Entre muchas frases para destacar, queremos hacer hincapié en una que suena de las más sensatas y que debería llamar a la reflexión al -hoy más que nunca- unitario Gobierno central: “Respetamos plenamente los resultados de las elecciones nacionales. Del mismo modo, exigimos el respeto a la voluntad soberana del pueblo de esta provincia, que eligió en las urnas al Modelo Formoseño con el 70 por ciento de los votos”, dijo Insfrán a poco de comenzar su exposición.
No es casual que el Gobernador haya mencionado este aspecto, habida cuenta que el presidente de la Nación defiende su “plan motosierra y licuadora” apelando a la “legitimidad” que le dieron las urnas en el ballotage.
Javier Milei está donde está porque así lo quiso la mayoría del pueblo argentino, que indudablemente lo votó para que lleve adelante un cambio profundo en el país. El electorado fue claro y tajante: en las PASO se deshizo de la oferta moderada de Horacio Rodríguez Larreta y las “palomas” del PRO; luego dejó en el camino a los “halcones”, liderados por Patricia Bullrich, para finalmente, con el 56 por ciento a su favor, sacarse de encima al peronismo y su variopinta representación encabezada por Sergio Massa.
Un triunfo legítimo. Pero no el único. Gildo Insfrán y el resto de los gobernadores, e incluso el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, gozan de la misma legitimidad, pues ninguno ha sido puesto a dedo. Es más, algunos -como el mandatario formoseño, con dos tercios de los sufragios de su lado- recibieron proporcionalmente un apoyo mucho mayor. A todos ellos/as, al igual que a los jefes/as comunales, les cabe exactamente el mismo respeto institucional.
Entender algo tan simple permitiría recomponer rápidamente las relaciones entre la Casa Rosada y las provincias. El Estado argentino no es solamente el Ejecutivo nacional. En una República hay -debe haber- división de poderes. Pero además están las distintas jurisdicciones -provinciales y municipales-, con sus autoridades elegidas bajo las mismas normas democráticas.
Pensar que alguien puede gobernar solo, ignorando las bases mismas del Estado de derecho, es un riesgo enorme. No hay legitimidad de origen ni “fuerza del cielo” que pueda justificar el mínimo atisbo de atropello institucional. De ahí el respeto que se reclama a la voluntad soberana de cada pueblo.