Los negacionistas del cambio climático, entre ellos el próximo presidente de la Argentina, deberían al menos saber explicar, con algún fundamento lógico, a qué obedecen las catástrofes naturales que se suceden en el planeta.
Hace 18 años, el exvicepresidente norteamericano Al Gore presentó “La verdad incómoda”, un documental que le valió el Nobel de la Paz, que mostraba evidencias de daños ambientales graves y enumeraba acciones para contrarrestarlos.
Lo más importante de aquel informe es que ayudó a crear conciencia global ciudadana y política con cuestiones tangibles.
Quien no lo haya visto puede hacerlo. Se alarmará con las cifras fabulosas de pérdidas materiales, y también con experiencias humanas diarias frente a tornados y huracanes; sequías, inundaciones e incendios. Todo ello como producto de que la temperatura -entrado el siglo en curso- aumentó un grado en dos décadas, lo que no había ocurrido en tres milenios.
Posiblemente dé para entender, de paso, lo ocurrido durante el mes de noviembre en Formosa y la región. Sumado el diluvio de ayer, en la capital de nuestra provincia cayeron más de 350 mm en apenas una quincena, lo que produjo graves anegamientos de viviendas y calles, más la afectación de vehículos y problemas de traslado para miles de personas. El capítulo meteorológico de la víspera dejó, además, un hecho inédito: la suspensión del servicio urbano de pasajeros/as.
Es habitual que esta columna dedique las horas posteriores a una gran precipitación pluvial a reflexionar sobre el deficitario estado de la red de desagües y también sobre los vecinos/as que, con sus malos hábitos, contribuyen al taponamiento de las bocas de tormenta. Pero ante la magnitud del agua que viene cayendo en las últimas semanas creemos necesario darle una vuelta de rosca al tema y hacer foco en el impacto del cambio climático.
La principal hipótesis científica sostiene que un aumento de dos grados centígrados en la temperatura media del planeta haría que vastas regiones se vuelvan inhabitables por condiciones climáticas extremas. El mundo oscilaría, entonces, entre grandes períodos de sequías y copiosas lluvias en poco tiempo (casualmente, la geografía formoseña sufrió durante noviembre, al mismo tiempo, anegamientos en el este y falta de agua en el centro).
La propia Casa Blanca -no durante el gobierno de Donald Trump, obvio, sino con Barack Obama- coincidió con las predicciones de un Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas, que sentenció que los efectos dañinos por las emanaciones de gases de efecto invernadero son irreversibles. La única esperanza es no seguir agravando el problema.
Los países deben reducir al mínimo las emisiones, cambiando la mentalidad hacia una cultura política y tecnológica que favorezca la generación de energías renovables. Para lograr este cambio no hay tiempo ni excusas. Los gobiernos tienen el desafío de respetar el concepto de “naciones unidas” y trabajar en soluciones de consenso. Y los negacionistas, el deber moral de dar explicaciones sensatas de su postura, si es que las hubiere.