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Mundo en crisis



Los estallidos en Francia, así como otras inestabilidades sociales en distintos países -sin contar las guerras ni los actos terroristas que asolan a pueblos enteros en otras latitudes- son la representación cabal de un mundo en crisis, y ahora ya no por una situación sanitaria, sino por circunstancias que hacen a problemas de variada índole.

Latinoamérica y Argentina en particular tienen su propio compendio de vicisitudes, que configura un gran reto para las dirigencias, pero también un desafío social.

Uno, fundamental, pasa por la capacidad para encontrar soluciones nuevas a problemas nuevos y/o a problemas viejos que de forma original acorten la brecha de desigualdad entre la ciudadanía y no se resignen ante la exclusión y la pobreza.

Resulta evidente que algunas innovaciones y transformaciones generan una cierta sensación de realización y autosuficiencia. Pero esta sensación convive con otra -de igual intensidad- de frustración y fatalidad, pues determinados problemas -como el hambre, la xenofobia, la precariedad laboral o el deterioro ecológico-, aunque son objeto de atención, se presentan como cuestiones en donde la creatividad y la innovación, eje del desarrollo de los pueblos y la ciudadanía activa, no parecen hacer mella alguna.

Se presenta un enigma, según la sociología: las nuevas capacidades del ser humano deberían contribuir a desarrollar el denominado “reino de lo social”, para ampliar y fortalecer el bienestar de las diferentes comunidades. Sin embargo, casi siempre han servido para desmembrar lo social a través de la desigualdad extrema.

Los mayores retos humanos, sociales y medioambientales, no pueden desligarse del territorio, ya sea urbano o rural. No hay posibilidades de alcanzar la sostenibilidad a nivel global sin territorios sostenibles. Ello conlleva hacerse cargo con criterio y valentía de cada capítulo local dentro de la agenda global.

Lo anterior refuerza la necesidad de empezar a plantear enfoques y agendas de innovación social en los territorios -urbanos, periféricos y rurales adyacentes-, para que sus habitantes puedan vivir con calidad y dignidad.

Son necesarias ciudades más justas, más igualitarias y sostenibles. Es preciso repensar y rediseñar la urbe como un derecho de la ciudadanía a ocuparla y vivirla con seguridad, como un espacio de convivencia y de esperanza.

Para eso no basta con apelar a nuevas tecnologías. A ellas hay que sumarle talento e innovación ciudadana, activa, democrática, y solidaria. Hay que desarrollar capacidades para la imaginación, para pensar y actuar la ciudad soñada.

La innovación social debe ir adquiriendo mayor protagonismo en las políticas públicas regionales, nacionales y locales vinculadas con la equidad, la justicia social y la lucha contra la exclusión.

Nada menos que el futuro del planeta depende de cómo la humanidad se plante frente a las graves problemáticas actuales. La esperanza está puesta en formar a más personas y organizaciones para que aporten a sus sociedades, desde lo local, trabajando en red en el marco global, y asumiendo que nadie se salvará solo/a.



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