Eva
Eva quiere devolver la costilla,
no le interesa parir hijos,
ni trabajar hasta
el
sudor
de su frente.
Antes todo era fácil:
comer hasta el hartazgo,
decorar mares turquesas,
y nadar desnuda
sin sentir frío ni calor.
Ella desea seguir en el Paraíso
con la serpiente;
que se vaya Adán,
no lo necesita.
Pero “el otro” habló,
y fue condenada.
De haber desinfectado
los frutos prohibidos,
muy distinta
sería la historia.
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Atrapada
Un reloj con garras,
como un atrapa-sueños
me desviste de a poco,
en la noche cálida
de ronquidos punzantes
que acompañan mi insomnio.
Los párpados caen,
pero no se cierran.
La persiana trabada.
Recovecos de luz
lanzan dardos
de cansancio en los huesos
con ojeras de cal,
pabellones sucios,
rejas oxidadas.
Ruidos externos
de mortal urbe:
un barrendero hostil
insiste en las veredas.
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Helena
Helena no quiere ser la más bella,
sino un rostro ovalado,
circense,
con ojos y pestañas de vaca,
labios finos,
rectos,
sin deseo;
orejas como puertas que revelen
la pesada
corona
del
hastío;
nariz deforme de pastora
para otear la madrugada desnuda;
manos resecas
que acaricien corderos,
y curen heridas sin morfina.
Deambula el horizonte sólo en sueños,
acosada por Paris y la guerra.
Dioses trágicos y oráculos absurdos
obligan a su encierro.
Un cuchillo ante el espejo es la salida;
la fealdad, victoria:
Helena sitia Troya
desde adentro.
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Bordado en tu piel
I
Marcado, enredado,
revueltos nudos,
un punto adelante,
cien detrás.
Deletreo mi nombre en tu paño
de barniz enmarcado,
tirante y liso bastidor.
Repulsivos puntos,
cruz y arroz,
relleno de retazos
con el que tropieza mi calma.
La cajita azul,
repleta de hilos macramé,
súbitamente se desangra.
II
Bordada resucito,
axioma,
axial vítreo implacable.
La aguja se corrompe,
envilece y desploma,
cava y socava
originales tumbas imaginarias
en cada cruz y en cada ojal.
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Penélope
Penélope no quiere tejer más,
escupe a los oráculos,
enmaraña con arpones
de ojos cíclopes
madejas,
laberintos.
Clava agujas truncas
en su cuerpo.
Levitan fiebres,
tétanos de incendio;
se resigna fugitiva
a entregar su ofrenda.
Penélope cansada
corta ovillos-venas.
Sumergida en saliva,
bilis,
excremento,
vomita solitaria
clandestinas semillas
de otras odiseas.
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Antígona
Antígona desentierra huesos
perdidos en las mazmorras del olvido;
los junta de a poco,
uno a uno los seca contra el viento.
Atesora fémures, costillas, metatarsos,
los recorta con tijeras enormes
para que encastren
en la textura infantil de su hermanito.
Enfrenta élites pintada de savia,
mezquinas lápidas,
sepulcro de rosas,
olor marchito.
Antígona duerme,
y entre sus faldas
se arrastra la serpiente
que la viola,
y ella… como si nada.
Antígona empalidece,
convertida en luna llena.
Desde remotos cráteres
desnuda muertos
de arenas blancas.
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Electra
Electra,
casada con su padre,
se ahoga en cama-espina,
querosén incendia,
tules colgantes de mosquitos.
Maquilla con óleos calcáreos
su rostro asimétrico.
Es la Otra,
dócil mascota
de rugidos tenues y piel lisa.
Archipiélago familiar
se derrumba.
Imperio de odios
contagian muros y plagas.
Rayos centrípetos
en puntos cardinales,
electricidad granate
desploman su furia hostil:
sentencia de dioses.
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Pasifae
Transgresiones de dioses
sobrescriben oráculos
y encienden hogueras:
Pasifae no quiere engendrar al Minotauro,
prueba de la ignominia y los golpes.
Deseos y fetiches ajenos
se agolpan en su carne.
Soberana con corona,
pero no de su cuerpo.
Con un hacha astillada
arranca con dentelladas su clítoris;
y huye vedada y mutilada,
sin familia al exilio,
como hembra sin hombres,
como otra cualquiera.
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Ariadna
Ariadna, estratega,
sortea abismos,
laberínticos cuencos,
dudas, maltratos.
Rutina de voz sin voz,
doméstica servidumbre,
cama sin sueño.
No hay tiempo metafísico,
el agua acarreada
no permite orgasmos.
Filosofal ocio
revienta costuras hipócritas,
librepensamiento
reservado a hombres.
Ariadna corta el hilo de oro.
Que a Teseo lo devore el Minotauro.
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Medusa
Cabellos de sierpe,
ojos lascivos, pétreos,
figura elixir
en el templo de Atenas,
víctima
despreciada.
Tu cabeza-trofeo
exhibida como
talismán de orgías,
¿belleza culpable?
Metal patriarcal
corrompe el lecho,
tu perfume a sombra
convertido en sobras
de un festín ajeno.
¿Quedará impune tu afrenta?
¿Otros dioses marinos
redimirán el crimen?
Probablemente nunca.