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Las coronas, sólo para jugar

Hablemos de igualdad, por Heliana Guirado



En la provincia de Buenos Aires (más puntualmente en el partido de Escobar), cada año se realiza la elección de la Reina Nacional Infantil del Capullo.

Según informa el medio “El día de Escobar”, las inscripciones para 2019 ya abrieron y las postulantes deben tener “5 años cumplidos al 29 de septiembre”, además de vivir en el partido mencionado o “en un radio de hasta cien kilómetros”.

El diario explica también que “las concursantes serán evaluadas por su belleza física, desenvolvimiento, simpatía y creatividad”.

Este hecho abre aún más el debate que existe hace mucho tiempo sobre las elecciones de reina, en las que se reproducen conceptos e ideas relacionadas con las niñas y mujeres que es necesario erradicar.

El más notorio es el modelo de belleza que se les exige para ser aceptadas socialmente, generando un patrón tan fuerte que no es necesario ni siquiera decirles cuál es. Ellas lo conocen, porque constantemente el sistema las bombardea con imágenes alusivas, y si no entran, pues que se esfuercen por hacerlo. Si por cuestiones obvias no llegan, entonces el puesto de trabajo deseado, el amor y cualquier sueño quedará muy lejos.

Esa idea tiene una relación directa con los estereotipos de género.

Según se explica en el cuadernillo “Comunicación y Derechos Humanos” (que escribí junto a mi colega Leticia Beltrán), el género es “cultural, ideológico y social”, y “también se puede decir que tiene una dimensión subjetiva, que es el de la identidad”.

“Es justamente a partir de la conformación de esta identidad que se construyen socialmente roles asignados a cada género. Estos roles refuerzan las desigualdades y es a través de los medios de comunicación y las instituciones que se reproducen y profundizan”.

Para reconocer a los estereotipos de género en la práctica, podemos responder una sencilla pegunta respecto al tema tratado en esta nota: ¿Por qué no se elige un Rey Nacional Infantil del Capullo? La primera respuesta podría ser porque a los varones no se les exige casi con crueldad que sean bellos, elegantes, sensibles y casi perfectos. A ellos, desde pequeños, se les da libertad, eso que a las mujeres se les quita.

La “belleza femenina” como concepto tiene entonces dos caras: la subjetiva, que nos dice que cada persona tiene su idea de lo que considera bello o no, y la objetiva, que en el caso de las mujeres define un único modelo de belleza.

Desde un aspecto formal, el concurso bonaerense (que no debemos olvidar tiene como postulantes a niñas de 5 años) viola la Ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres, ya que incurre en la violencia simbólica, definida como “la que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmita y reproduzca dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad”.

Lo anterior se plasma en la modalidad de violencia mediática contra las mujeres, entendida como “aquella publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, como así también la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”.

La violencia simbólica es uno de los tipos más difíciles de reconocer y, por ende, de derribar. Esto sucede por dos motivos: uno porque que no deja marcas físicas (lo que hace complicado identificarse con un hecho concreto, como sí puede suceder cuando se ve a una mujer golpeada) y otro porque alcanzó (gracias a la comunicación como herramienta de transmisión de ideas de generación en generación) un alto nivel de naturalización, que genera no sólo la aceptación de esos estereotipos, sino también la puesta en práctica de los mismos en los entornos más íntimos de las personas (aquí se incluye por ejemplo la crianza de las hijas y los hijos).

¿Qué se debería hacer entonces con estos espacios? En primera medida, por supuesto, prohibirlos. Sin embargo, esta acción no surtirá el efecto deseado si la problemática no es trabajada desde una red que incluya a todas las áreas de la sociedad.

Si a través de un decreto se eliminan estos concursos (que en su mayoría son financiados por el Estado), estaremos dando un primer paso. Pero los estereotipos asignados a cada género y la reproducción de la violencia simbólica sólo podrán ser eliminados a través de un trabajo de concientización profundo y de la puesta en funcionamiento efectivo de la Educación Sexual Integral en todos los niveles.

Esa tarea de deconstrucción deberá ser trasladada a los medios de comunicación, los hogares, la industria textil y cualquier otro espacio donde las mujeres desarrollen sus actividades o establezcan relaciones.

Los estereotipos de belleza generan consecuencias durísimas para la salud de las mujeres. Dos de las más conocidas son la anorexia y la bulimia.

La Organización Mundial de la Salud explica que esos y otros trastornos alimentarios “comúnmente aparecen durante la adolescencia y la adultez temprana” y la mayoría de ellos “afectan a las mujeres con más frecuencia que los hombres”.

En el artículo “Consideraciones psiquiátricas de los trastornos de la conducta alimentaria: anorexia y bulimia”, sus autores, Jesús M. del Bosque-Garza y Alejandro Caballero-Romo, explican: “La publicidad dirigida a los sectores juveniles de la población está notoriamente enfocada a la exaltación de las características corporales consideradas socialmente atractivas. El ser delgado se ha convertido en un salvoconducto para transitar por la vida, es una garantía de seguridad que proporciona al individuo la libertad para el desempeño social sin temor a ser criticado por sus congéneres”.

Es tarea de todas las personas trabajar para eliminar las violencias que se ejercen contra las mujeres y lograr que se conviertan en seres libres, con amor propio.

En un sistema que ha modificado sus deseos y las hizo odiar lo que tenían (para hacer que lo modifiquen completamente), criar a niñas fuertes que se acepten como son es un deber.



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