Los modestos trabajos de señalamiento que se realizan en la Autovía 11, en el tramo Formosa-Tatané, realzan aun más las obras que quedaron pendientes y que nadie sabe si se van a continuar algún día, dado el divorcio manifiesto del Gobierno nacional con los emprendimientos públicos.
Sólo en lo que concierne al mencionado trayecto vial, podemos apuntar que faltan retornos, iluminación y cartelería, entre otros aspectos que hacen a la seguridad. En cuanto al Acceso Norte, donde los trabajos ya se habían interrumpido durante el gobierno anterior, no hay una sola noticia que arroje certeza sobre la suerte que correrá.
Preocupante, sobre todo, esto último, ya que el segmento comprendido entre la rotonda de la Virgen hasta el barrio Namqon es el más para el tránsito automotor; con un punto neurálgico, el Puente Blanco, convertido desde hace décadas en escenario de incidentes graves, muchos de ellos trágicos.
La Argentina carece de un Plan Nacional de Seguridad Vial que permita mitigar el flagelo de las muertes por “accidentes” de tránsito. Y, por lo dicho al principio, no se observa un cambio estructural de la red vial a corto plazo.
La seguridad vial es un trípode que se asienta en la educación vial, el efectivo cumplimiento de las normas de tránsito y una adecuada infraestructura. Esta última cuestión reviste la máxima prioridad a poco que se advierta que la mayoría de los siniestros mortales se produce en las vías de tránsito que la sabiduría popular ha denominado con propiedad “rutas de la muerte”.
Desde 1930 hasta nuestros días, el parque automotor ha crecido 30 veces, pasando de 300.000 a cerca de diez millones de vehículos. Entre tanto, las carreteras siguen siendo prácticamente las mismas. Hay más kilómetros, por cierto, y más pavimento, pero conservan las mismas características de diseño de antaño: angostas, con tránsitos enfrentados, pasos a nivel sin barrera y curvas peligrosas; atraviesan los cascos urbanos, están abiertas a la invasión de animales sueltos (en Formosa suelen observarse, incluso, dentro del ejido urbano) y carecen del equipamiento electrónico de seguridad que hoy es de norma en las autopistas inteligentes.
La obsolescencia es causa principal de la alta siniestralidad vial que registran las estadísticas. Ante ello, no alcanza con mejorar las actuales carreteras tapando baches, agregando carteles de peligro o incluso renovando la carpeta asfáltica. Es más, ni siquiera alcanza con pintadas de advertencia sobre autovías como la 11, nueva pero incompleta y con rotondas que invitan al despiste.
Duerme hace años, en el Congreso de la Nación, un proyecto de ley para construir la red federal de autopistas. Se trata de una iniciativa orientada a construir casi trece mil kilómetros de modernas autopistas. Pero algo más interesante aún: la iniciativa habla de autopistas financiadas íntegramente por el capital privado, sin aportes presupuestarios del Estado. ¿Un proyecto a medida del gobierno libertario?
Es menester encarar este debate cuanto antes, por cuanto una infraestructura vial segura permitirá salvar miles de vidas por año.