Contradiciendo su propio compromiso de combatir a la “casta política”, el joven partido que hoy conduce los destinos de la Nación se ve envuelto en internas y bajezas que, en pocos meses, lo han puesto a la altura de lo peor que supo mostrar la vieja dirigencia en 40 años de democracia. Todo un récord para La Libertad Avanza que, incluso, se perfila para establecer nuevas y escandalosas marcas.
Aprovechando que esto sucede dentro del espacio libertario a nivel nacional -con réplicas igual de viles en muchas provincias y especialmente en Formosa-, la mentada “casta”, en lugar de esforzarse por recobrar prestigio, saca a relucir sus más oscuros atributos; en el caso de la oposición, poniendo trabas de todo tipo al accionar gubernamental.
Los ejemplos grotescos que bajan de las cumbres del poder, donde tirios y troyanos comparten decisiones en un toma y daca interminable, impactan fuerte en el pueblo argentino, cada día un poco más huérfano de comportamientos humanos ajustados a principios que apunten a mejorar los niveles de convivencia social.
No obstante, resultan alentadoras aquellas actitudes que, por pequeñas que parezcan, son capaces de dejar testimonio de la perduración de valores éticos y cívicos en distintas situaciones que se presentan en la realidad cotidiana.
En esas instancias es cuando se comprueba que la generosidad, la decisión por aportar ayuda solidaria a quienes la necesitan o por brindar desinteresados aportes a favor del bien común, dejan a salvo las virtudes intrínsecas y las bondades de la condición humana. Contrariamente a lo que ocurre en el campo de la política, donde la especulación aparece generalmente asociada a la solidaridad, y donde la trampa es moneda corriente.
Sería importante que, además de reconocer los verdaderos ejemplos sociales -distantes de esa o ese dirigente que dona algo pensando en su carrera política-, tanto el sector educativo como los padres y las madres transmitieran a niños/as y jóvenes el valor que tienen para la vida en comunidad aquellos gestos que, por mínimos que parezcan, traslucen la existencia de cualidades propias de buenos ciudadanos/as.
Es falso que los tiempos que corren no sean propicios para ello. La prueba reside en las corrientes de simpatía que generan muchos de esos actos, cuando toman estado público. Existe un sentimiento difuso de aceptación a las conductas valiosas, que sólo necesita de algún estímulo para expresarse. Tampoco tiene sentido minimizar el valor de aquellas luces, que aún se encienden y a veces se multiplican en épocas que parecen dominadas por la oscuridad.
Reconocer y destacar tales actitudes, y sobre todo contrastarlas con las que provienen de la “casta” (la vieja y la nueva), será una forma de estimularlas y ayudaría a generar nuevas conciencias dirigenciales. Porque, como dice el libro, las y los políticos “no nacen de un repollo”.
Las sociedades civilizadas se enriquecen y nutren de las pequeñas pero concretas contribuciones cotidianas que cada ciudadano/a hace a la convivencia. Reside en la conducta individual, en definitiva, una de las claves de la armonía social.