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HISTORIA

Cuando un soldado que huye sirve para otra batalla

Carlos Cleto Castañeda versus Cándido Elormendi: ¿un duelo frustrado por cuestión de peso?



- Colaboración: Emmanuel Crozy

El doctor Marcos Raúl Molares, autor de los Tomos I, II y III de la “Historia General de Formosa”, reveló a Cronopio datos poco conocidos acerca de un duelo frustrado entre dos personalidades de la historia formoseña. En este sentido, contó que Carlos Cleto Castañeda, prócer de la historia oficial formoseña, tuvo “innumerables enfrentamientos personales con sus contemporáneos”, destacándose su “reyerta pública” con Cándido Elormendi, dirigente de la Unión Cívica Radical, con quien mantenía “diferencias irreconciliables, por cuestiones personales y, sobre todo, políticas”.

“Por aquellos lejanos años iniciales de Villa Formosa, el primero era concejal del municipio, y el segundo, comisario inspector de Policía, a cargo de la Jefatura de la Policía Territorial. Castañeda, uno de los personajes históricos de Formosa, cuya historia de filantropía y entrega por las causas justas es por demás conocida, tenía una rara habilidad para prosperar en los negocios, de modo que en poco tiempo había acumulado una fortuna más que apreciable”, explicó Molares a este Suplemento.

“De tendencia política conservadora, era afecto a propulsar una enseñanza, entre los hijos de los colonos, de corte pragmático, como era la usanza de la época, dado que se creía que así se favorecía la formación de individuos que debían progresar económicamente para hacer rico al país de fines siglo”, agregó.

“En cambio, Elormendi, dirigente radical de la primera hora, era pobre, no tenía más que un rancho en un terreno fiscal en las afueras del pueblo, donde vivía y atendía los reclamos de los indígenas y criollos fuera de sus horas de servicio: por aquel entonces era el jefazo de la Policía Territorial”, aclaró.

“Militante radical, pero no de los tibios, sino de los revolucionarios, de las filas de Alem, no creía en una república posible donde las elites retenían el poder y, por el contrario, la masa de trabajadores y desposeídos debía aprender cómo producir para hacerles generar ganancias a los que, para esa época, eran de la ‘clase decente’. Estos, justamente, decían de él: ‘¡Ahijué… Dios nos libre y guarde de este sujeto!’”, contó.

EL DUELO FRUSTRADO

CARLOS CLETO CASTAÑEDA.

A continuación, Molares contó que el 23 de marzo de 1897, a las 20 horas, como si fuera “una fecha que varios vecinos expectantes del pueblo esperaban”, muchos transeúntes nocturnos creyeron que “por fin había llegado el momento de tener el privilegio de presenciar el gran espectáculo de la lucha, cuerpo a cuerpo, de dos titanes de la política vernácula”.

“Como en una escena del Far West, se empezaron a medir a la distancia, cuando caminaban, desde distintos puntos cardinales, hacia el punto de confrontación. Era la hora de la paradoja, porque las cosas estaban sucediendo por azar, pero indefectiblemente empujadas por las circunstancias, que hacían inevitable lo que se aguardaba que ocurriese”, detalló.

“Ambos hombres estaban cebados por el odio, la furia y el deseo de violencia. No había dudas y las precarias veredas de esa calle ancha, muy ancha, de villa Formosa, hacían que el desplazamiento de ambos personajes hacia el exacto sitio de la definición, no se interrumpiese por más que tropezasen con algún bache impertinente. En teoría, ningún avezado duelista puede cometer la torpeza de perder el equilibro, porque si perdés esa virtud de la gallardía, en el acto te llevan puesto, con vacilación y todo, especialmente si el oponente es ducho”, remarcó.

“Entonces, Cándido Elormendi fue el primero que apuró el paso para ir al encuentro de Carlos Cleto Castañeda y lo detuvo, a los insultos: ‘Te voy a dar una paliza… y una pateadura’, le gritó. Y así, siguió vociferando, mientras avanzaba hacia él esgrimiendo un bastón. Castañeda saltó de la vereda a la calle -según los comentarios existentes, el hecho ocurrió en la avenida 25 de Mayo-, y sacando un revólver lo encañonó, presuntamente para intimidarlo y así detenerlo, porque se le venía encima. Pero el atacante continuaba avanzando, indiferente a la amenaza contundente del arma que lo apuntaba. ¡No había cómo disuadirlo! Castañeda habría retrocedido media cuadra, limitándose a contestar los insultos, cuando decidió dejar su vanidad y orgullo de lado, y procedió a abandonar el campo de batalla, y… darse a la fuga”, puntualizó.

“Elormendi no le tenía miedo a nada -salvo a su mujer, una española muy liberal, que lo tenía ‘cortito’ y a los saltos, mientras que ella hacía de su vida lo que quería, al punto de humillarlo en lo más sensible de su hombría-. Y, la verdad, a veces desconcierta, y más en estos percances, dado que todo hombre o mujer que no tiene temor a la muerte, efectivamente se convierte en el ser más peligroso del universo porque no tiene nada que perder, dado que está vacío o vacía de todo -hasta de la dignidad del miedo-, como un cuenco roto tirado a las alcantarillas”, expresó el investigador.

A su vez, Molares dijo que al día siguiente, el contrincante fugado “se presentó al Juzgado Letrado para denunciar el hecho, pálido como un espectro y temblando como mariposa martirizada. Y temeroso de ser provocado o agredido nuevamente por el Señor Elormendi, cuenta al Juzgado para su salvaguarda sin exigir por ahora procedimiento alguno, haciendo presente que en lo sucesivo hará uso de arma por cuanto su composición física no es de comparar con la de su contrincante. Pidiendo que esta acta se archive…”, expuso Castañeda.

“Desde la temprana edad del Territorio Nacional, Castañeda fue un propulsor de la enseñanza privada, se anticipaba a los tiempos y se definía, también, como un casual pionero del reglamento de luchadores por ‘categorías’. Vale decir, en una época donde en Formosa primaba el ‘todo vale’, este caballero sentaba el precedente de que un hombrecito pequeño no podía pelear con un orangután de volumen alarmante y que medía casi dos metros”, consideró el autor de “Historia General de Formosa”.

“Estábamos asistiendo a la germinación norteña de la normativa pugilística que regulaba la lucha según la ‘composición física’, como sabiamente lo había declarado Castañeda, al azorado secretario judicial que hasta ese día lo tenía fichado como un hombre ‘muy valiente y temperamental’. Empero, nadie se lo reconoce en los libros de historia, no obstante sus visionarias e higiénicas recomendaciones para el cuidado de la salud de los púgiles. A Elormendi, ni ahí, porque siempre arremetía contra todos, cualquiera fuese el peso. ¡A menos que sea su pareja, la española…, por supuesto! ¡Para colmo, con chapa de capo de la Policía Territorial! ¡Ahijué… Dios nos libre y guarde!”, manifestó Marcos Molares.



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