Cuando todavía falta más de un año para los comicios legislativos, y más de tres para la próxima elección presidencial, el país está siendo envuelto por una prematura competencia de postulantes, a lo que se suma la acción de grupos afines al Gobierno nacional que promueven, ya, la reelección de Javier Milei.
Tan anticipadas y ostensibles son esas manifestaciones dentro del oficialismo nacional, que en Formosa se ha desatado una fuerte competencia -con denuncias incluidas- entre dos corrientes libertarias, una que respondería a la hermana del jefe de Estado, Karina Milei, y la otra referenciada en la figura de la vicepresidenta Victoria Villarruel.
Como no podía ser de otra manera, la carrera electoral se adelantó también en otros partidos, que, argumentan sus dirigentes, no pueden permanecer ajenos al debate que ya se viene dando sobre las candidaturas dentro de cada agrupación. Así, desde sectores aliados a Milei, con el expresidente Mauricio Macri a la cabeza -de vuelta al frente del PRO-, hasta la oposición más acérrima mueve sus piezas pensando en 2025 y más allá también.
La situación se hace más ostensible, como señalamos, en el oficialismo nacional, con sus dos vertientes bien definidas y la libertad que parecieran encontrar sus seguidores/as para decidir detrás de quién encolumnarse. Pero también el peronismo se encuentra frente a la disyuntiva de seguir apostando a la vieja fórmula que lo trajo hasta la última gran derrota electoral, o pegar un volantazo. Ni hablar del atomizado radicalismo, que deambula en busca de un líder.
El caso es que las incipientes disputas, de las que incluso participan con fruición los heridos/as que van dejando las internas partidarias, se dan en medio de un panorama singularmente malo para la Argentina, con una enorme recesión, pobreza y desempleo en aumento y una incertidumbre económica alarmante.
Los tiempos políticos de la democracia -parte esencial de su naturaleza- se transforman así en tiempos electorales cuya reiteración en serie enrarece la actividad pública e impide muchas veces el tratamiento de importantes asuntos.
Por lo demás es sabido que las contiendas preelectorales endurecen los términos de la relación interpartidaria que rige las acciones del Gobierno y de la oposición.
Es lógico que las mujeres y los hombres de partido y quienes los apoyan en la acción interna de las organizaciones políticas aspiren a candidaturas para cargos públicos. Pero no es razonable ni prudente que quienes actúan ya en ellos resignen recurrentemente sus funciones públicas poniendo prematuramente en agenda temas de campaña.
Los problemas del país son lo suficientemente graves como para perder tiempo en cuestiones electorales, más aun cuando se suponía que el nuevo Gobierno nacional venía a desterrar los viejos vicios políticos de la “casta”.
La necesidad de mejorar la economía y de reorganizar racionalmente el Estado requiere toda la atención del Gobierno, la responsabilidad constructiva de la oposición y la atención de la ciudadanía. Pero será muy difícil avanzar en esa dirección con campañas extemporáneas.