Tres referentes religiosos argentinos, el rabino Daniel Goldman, el sacerdote católico Guillermo Marcó y el líder islámico Omar Ahmed Abboud, fueron nombrados este año “embajadores de la paz” por la Organización de Estados Americanos (OEA). Los tres son miembros del Instituto de Diálogo Interreligioso (IDI), una organización impulsada por el hoy papa Francisco cuando era arzobispo de Buenos Aires, que promueve la coexistencia desde la convivencia cotidiana.
No hay en el mundo muchos ejemplos de integración cultural comparables al que han brindado en nuestro país, en las últimas décadas, estas tres figuras, que se conocieron en los años 90 y se dedicaron desde entonces a interiorizarse sobre sus respectivas experiencias en el campo pastoral y social, cumpliendo una valiosísima tarea de intercambio y aproximación entre las tres grandes ramas del tronco monoteísta universal: el cristianismo, el judaísmo y el islamismo.
En 2009, se les otorgó el premio Konex, en la categoría “dirigentes comunitarios”, distinción altamente merecida, sin duda, pues la labor de diálogo que Marcó, Goldman y Abboud han sabido llevar adelante constituye un exponente admirable de sabiduría y de aptitud para conocer y comprender las oposiciones y los prejuicios que lamentablemente -después de milenios- aun desangran a Medio Oriente.
Las visiones y las experiencias que se obtuvieron como resultado de ese trabajo de interrelación están contenidas en un libro, titulado Todos bajo un mismo cielo, en el cual se abordan algunas de las cuestiones esenciales de la fe y del mundo de hoy. Es una obra apasionante, que explora los caminos coincidentes que muchos católicos, judíos y musulmanes transitan día tras día, más allá de sus naturales diferencias, en su búsqueda de la verdad y en su esfuerzo por interpretar y transmitir la palabra de Dios, en el contexto de un común esfuerzo por aportar los más altos valores a la civilización.
No se puede ignorar que la Argentina, debido a lo que significó históricamente el fenómeno inmigratorio, cuenta con una larga tradición de tolerancia y de pacífica convivencia entre las diferentes comunidades étnicas y religiosas. El diálogo interreligioso reviste especial importancia porque pone de manifiesto un valor que poseemos las y los argentinos y que, por el contrario, en otras latitudes suele ser motivo de asperezas, cuando no de enemistades difíciles de superar.
En este contexto, resulta inentendible que no se pueda dar un acercamiento igual en la política, o que existan -como en Formosa en estos días- valoraciones tan contradictorias acerca de los derechos humanos y su violación más lacerante: los delitos de lesa humanidad.
Tal vez debamos reflexionar con entereza sobre aquellas palabras de Pascal: no se muestra uno grande por hallarse en un extremo, sino por tocar los dos a la vez. Porque la experiencia histórica a nadie le será útil si no aceptamos, aunque sea por vía de hipótesis, que en algún momento llegamos a parecernos a nuestro antagónico/a.
Recordemos que muchas veces los extremos se juntan. Al cabo, todos/as vivimos bajo el mismo cielo.