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Desquiciados/as



El desquicio que padece la Argentina llegó al extremo de afectar la celebración de una de las fechas patrias más significativas. Hoy, de hecho, en Buenos Aires, algunos/as confundirán por un momento el 213° aniversario de la Revolución de Mayo con los 20 años de su desembarco en la Casa Rosada.

En realidad, la salida de quicio del país en su conjunto tiene distintos ribetes, uno más grave que el otro. Luego de décadas de descomposición -sobre todo política-, finalmente la sociedad argentina luce desencajada.

Un mundo paralelo se ha instalado en muchos cerebros. Un mundo donde las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo y donde los límites son líneas imaginarias que un funcionario/a puede ir ampliando a medida que el pueblo crea que eso es lo correcto.

Esto hizo que todo lo recaudado durante los años de azarosa bonanza económica -consecuencia del mejor contexto internacional de nuestra historia- fuera virtualmente dilapidado en políticas que, a la postre, no dieron los resultados esperados en términos sociales ni económicos ni de empleo ni…

Lo que sí hubo, a mediados del decenio anterior, fue un cambio de gobierno, producto de la pérdida de credibilidad de una administración que se quedó anclada en la “década ganada” y no supo cómo enfrentar los nuevos problemas generados.

El malestar ciudadano se hizo notar donde realmente cuenta, en las urnas, y dio paso a otra expresión ideológica. Parecía entonces que se había llegado a un principio de acuerdo para dejar atrás una artificial forma de vida basada en el subsidio estatal en casi cuanta actividad pueda realizar el ser humano y comenzar una nueva era en el país.

Nada de eso. Llegado el momento del “cambio”, todo siguió igual o peor. Hasta los planes sociales, en vez de disminuir, aumentaron, en tanto que los ajustes que se encararon, por otro lado, fueron tan brutales que crearon más pobreza aun.

También ese Gobierno tuvo que irse envuelto en un malhumor social creciente. La esperanza, ahora, anidaba en otro cambio, que se resumía en una frase: “Volvimos para ser mejores”. Sin embargo, al cabo de tres años y medio nos encontramos con que la situación -en gran medida porque ni algunas conductas ni las políticas públicas mejoraron realmente- fue para peor.

A 213 años del primer grito independentista, la Argentina continúa esperando de su dirigencia gestos que la hagan madurar como Nación y alejarse del bochornoso grupo de países que lideran los más vergonzosos índices mundiales (de inflación, por ejemplo).

Somos un país tan increíble, que hasta se puede ser y no ser al mismo tiempo. Todos queremos que acabe la inflación, pero las conductas dicen lo contrario. Es la señal más evidente del desquicio que estamos atravesando. Las cosas no se arreglan proclamando un cambio, siempre y cuando éste no implique cambiar nuestra insostenible forma de vida o no afecte determinados privilegios.

Las promesas de “volver mejor” -sin importar de donde provengan- no sirven. La única salida es asumir el contexto delirante en el que vivimos y esperar que este año nos depare un Gobierno que haga el histórico favor de ponernos en quicio nuevamente.



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