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Por una sociedad mejor



Si hubiese una máquina capaz de multiplicar los buenos ejemplos dentro de la sociedad, otra sería la realidad. Pero como esa máquina no existe, ni existirá jamás, sólo queda la posibilidad de promocionar aquellas actitudes que pueden resultar provechosas en términos de ética o moral ciudadana.

Pero hay un detalle fundamental a tener en cuenta en esta tarea: el mensaje de cualquier campaña de concienciación social se pierde si quienes lo reciben no lo adoptan como rector de sus propias conductas y no se convierten en sus nuevos difusores.

Hace unos años, alumnos/as de una escuela pública de la ciudad de Córdoba fueron los actores principales de una campaña de concienciación sobre la trata de personas, desplegada a través de varios instrumentos. Interactuaron con las los ciudadanos en una plaza; realizaron intervenciones escénicas, y produjeron un audiovisual que luego proyectaron en varias escuelas, justamente para que el mensaje crezca en difusión.

El tema no fue elegido al azar. Sus impulsores/as partieron de una consideración que tranquilamente puede ser extrapolada a Formosa: “Gran parte de la población piensa en este flagelo como algo lejano que no les pasará a ellos; sin embargo, está presente más cerca de lo que se cree de cada uno de nosotros”.

La mencionada campaña estuvo inscripta en un modelo de prácticas escolares en la Defensoría del Pueblo cordobesa, en el marco de un proyecto de intervención socioeducativo. Y la ponemos simplemente a modo de ejemplo de cuánto se puede hacer con muy poco, en pos de una mejor sociedad.

Podría hacerse una extensa lista de los grandes problemas sobre los cuales debemos tomar conciencia si de verdad queremos atacarlos: la pobreza, las adicciones, la violencia de género, la homofobia, la exclusión de las y los discapacitados, las conductas de riesgo de conductores/as de vehículos y peatones/as, la discriminación, etc.

Otra lista larga podría hacerse con las instituciones en condiciones de colaborar con quienes deseen convertirse en agentes de cada una de las campañas que nos conciencien sobre todos esos temas: cada uno de los poderes del Estado, por supuesto; las asociaciones profesionales; las cámaras empresariales; las organizaciones sindicales; los distintos cultos religiosos; los establecimientos educativos de todos los niveles; los medios de comunicación.

Si el compromiso social que hoy tienen unas pocas personas y entidades estuviese a otro nivel, el tiempo de alumbrar una nueva cultura ciudadana estaría más cercano. Cómo no pensar que podríamos vivir mejor si mucha más gente se involucrase en una red donde las y los ciudadanos se conciencien unos a otros sobre distintas problemáticas sociales que nos atañen a todos/as, y entre todos/as tratáramos de estimularnos para cambiar los hábitos que sean necesarios.

Es un alto objetivo por el que vale la pena trabajar, pero con compromiso en serio. Como dijimos: el mensaje de cualquier campaña sobre toma de conciencia social caerá en saco roto si quienes lo reciben no lo adoptan como rector de sus propias conductas, o luego no se ocupan de difundirlo.



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