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Entre el haiku y el grito: la poética de Nicolás Gómez

Colaboración: Amelia Raquel Báez, docente e investigadora



Nicolás Gómez nació en 1972 en la provincia de La Rioja y los caminos lo condujeron a Formosa. Integró el grupo “Alquímico”, con quienes compartió su pasión por la literatura, la escritura y la edición. Publicó numerosos poemarios y formó parte de varias antologías tanto provinciales como nacionales.

“Permafrost” fue publicado en forma independiente en mayo de 2011. Su peculiar nombre posee una gran carga semántica y anticipa su contenido. En este libro, los versos manifiestan una constante preocupación por la naturaleza, la sociedad, los desamparados y las injusticias. Resalta también la fuerte presencia de convicciones religiosas a través de la inclusión de citas bíblicas. Esta comunión entre poética y religión aparece retratada, por ejemplo, en su texto “Abolengo”, donde la voz exclama: “atarme al lomo del cosmos para intentar ser Dios / no me sirve”.

Como se dijo, lo divino es una figura latente que atraviesa el poemario guiando al lector, quien observa cómo la sociedad maltrata a sus pares y destruye la tierra: “mi Dios; todos mis ojos; mi gentío abolengo y / tácito de verdades”. Desde esta perspectiva, no es casual que esta obra cuente con treinta y tres producciones, número espiritual y religioso, que bien podría referir a la edad en la que Jesús fue crucificado. En el mundo literario, dicho número evoca el poemario “Los treinta y tres nombres de Dios”, de Marguerite Yourcenar.

Por su parte, el texto “Visceral” traza los lineamientos de una poética: versos sensibles y rebeldes que giran en torno a las causas que considera justas y necesarias.

Sus composiciones son el retrato de esas voces silenciadas: la voz del niño que duerme en un cartón, la del mendigo con sus perros al que el hambre no deja dormir, la del aborigen que siente la indiferencia y el abandono de la sociedad. También están las voces de quienes piden justicia por los desaparecidos: por un hijo, un padre, un bebé, un hermano…

La fuerte presencia del lobo puede leerse como una metáfora recurrente y significativa, ya que en este libro es un depredador que intenta vender una realidad, que quiere devorar y de quien hay que cuidarse, denunciando las figuras manipuladoras y destructoras de la naturaleza.
En el camino que nos dibujan estos poemas, topamos con palabras raras que nos hacen recurrir al diccionario y, a veces, sólo para darnos cuenta de que es una invención del poeta, que juega con las palabras, creándolas. En la mayoría de sus composiciones emplea el verso libre con apuestas y tipografías caprichosas, desparramando los versos de manera desordenada en el blanco de las hojas.

Sin embargo, encontramos otros poemas que emplean una versificación clásica pero que, en el fondo, no dejan de ser un grito de protesta. Esta juntura de versos tradicionales y la necesidad de una revuelta aparece con mayor claridad en el romance “Bushido” -de la tradición japonesa, “camino de guerrero”-, que invita a lucha contra los ataques de los lobos y desconfiar de sus promesas.

Asimismo, sus haikus dan cuenta de la mirada aguda de Nicolás Gómez para revelar la naturaleza urbana donde asoman el hombre trabajador, el mendigo, el hambriento y abandonado, el desaparecido político. Son poemas breves y profundos, impregnados de la presencia de quienes, muchas veces, la sociedad evita, normaliza e invisibiliza.

La ecuación resulta clara: Mejor no ver para ver. El yo lírico nos dice: “El hambre no es una metáfora”, recuperando la imagen de los niños que empujan carros, que abandonan sus guardapolvos, sus juguetes y juegos para caminar a la par de los adultos. La vulnerabilidad de la niñez, de los pueblos ante los invasores, se mezcla con la naturaleza. Una naturaleza magnífica y poderosa que se encuentra en peligro por la ambición capitalista.

No hay escapatoria. Al terminar de leer “Per­mafrost”, hay mil imágenes que gritan, versos que protestan. Así es la poética de Nicolás Gómez.



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