Como en las peores viejas y malas épocas, nuestra provincia viene sufriendo problemas graves en el suministro de energía eléctrica que se reflejan en cortes, caídas y repuntes bruscos de la tensión. Todo en medio de una sofocante ola de calor.

El golpe más fuerte de las últimas horas se produjo el jueves a la siesta (sí, casualmente -o no- en las horas más agobiantes, y por ende en el lapso de mayor consumo), según REFSA por “la salida de servicio del Transformador de 300 MVA, en la estación transformadora ‘Chaco’”; lo cual afectó también las prestaciones en la provincia homónima y en Corrientes.

Se trató, por tanto, de una falla técnica, y no natural como se pensaron muchos formoseños/as, habida cuenta la tormenta que se avecinaba y que al final no deparó ese día más que un corto chaparrón.

La triste experiencia puede contarse como un nuevo capítulo de la novela de terror que estamos viviendo y que describen muy bien sus víctimas. Como las y los vecinos de Virgen del Carmen, tal vez el barrio más afectado por la inestabilidad del servicio eléctrico en las últimas semanas.

Basta una frase para tener noción de las dificultades que ocasiona un corte de luz de cinco horas como el padecido el jueves por dicha comunidad: “Los abuelos/as estuvieron toda la siesta bajo los árboles tratando de refrescarse”. Sí, como en la tierra adentro más profunda y aun sin electricidad de la provincia, pero en pleno ejido municipal capitalino, a quince minutos del centro.

Las quejas son tantas y de tan fuerte tenor últimamente que la Defensoría del Pueblo se hizo eco del clamor social y salió a plantear crudamente la situación. Sin embargo el cuadro, en lugar de mejorar, empeora.

A esta altura, ante cada nuevo episodio negativo, poco le interesa al formoseño/a saber de quién es la responsabilidad, si de la distribuidora local o de alguna planta eléctrica asentada en otra provincia, sea ésta una estación transformadora o una transportista. Y aclaramos esto por los esfuerzos comunicacionales que suelen hacerse para señalar culpas ajenas, o, en ocasiones, desligarse de las propias.

Lo sustantivo es el sentimiento de pesar de la gente y los daños en electrodomésticos por un servicio calamitoso que, para colmo, se ha vuelto a poner por encima de las posibilidades económicas de muchos usuarios/as, tanto particulares como comerciantes.

La falta de energía eléctrica, se sabe, genera serias dificultades en las viviendas familiares, y a los trastornos directos que provoca esa carencia, se suma por derivación el corte de un elemento tan vital como el agua. La situación deviene en dramática cuando la falta de luz pone en riesgo cierto la salud de personas que necesitan sí o sí de algún aparato eléctrico para no empeorar sus condiciones físicas.

Esta novela de terror acumula ya tantos capítulos que cuesta enumerarlos. Y la historia tiene tantos vericuetos que no se sabe cuándo empieza. Lo que está claro es el protagonismo y la responsabilidad del Estado en su compleja trama; por acción estando al frente del servicio, o por omisión de controles cuando lo privatizó. Detrás de tanta impericia, el dolor de la gente.