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FESTIVAL ÑAMANDÚ

Bajo el vuelo del ave blanca

Colaboración: Analía V. Benítez / Walter Cirelli



El primer Festival Ñamandú realizado en el bar “Calle 2” el pasado 14 de enero es un eslabón en la cadena de festivales literarios que se sucedieron durante el 2022 y que vienen teniendo amplia convocatoria. Fue gestado por Ariana Cabezas y Julieta Castañeda, dos jóvenes y talentosas escritoras formoseñas que militan la palabra poética y el hacer cultural comunitario desde una preocupación genuina y desinteresada.

En el origen del cambio siempre hay un deseo y una idea: Julieta y Ariana pensaron, en un primer momento, la intimidad de un encuentro de poetas, un compartir de lecturas y sentires para dar cierre al año. Pero, tal vez la inspiración en la maravillosa cosmogonía guaraní que dio nombre al encuentro, fue modificando los rumbos de esa idea primera que devino, ya en el nuevo año, en un festival que abrazó cálidamente diversas expresiones artísticas y el trabajo de artesanos y emprendedores.

El festival Ñamandú, en esta primera edición, desplegó un homenaje que a todos los presentes nos resultó significativo. Y este compartir nos dejó resonando interrogantes que nos invitan a repensar el lugar y la fuerza de la literatura: ¿Qué sinergia maravillosa ocurre cuando dos, tres, más se reúnen en el nombre de la poesía? ¿Qué magia se enciende cuando un homenaje es enunciado poéticamente, desde las entrañas de aquellos que amaron al hoy ausente, desde el corazón de quienes lo conocieron? En esta noche particular del sábado 14 de enero, nombre y poesía significaron lo mismo; son lo mismo: Nicolás Gómez.

Para quienes no lo conocieron personalmente a “Nico”, esa noche pudieron descubrirlo en los sentires y anécdotas que cada uno de los escritores invitados iba transmitiendo: sus búsquedas literarias, su generosidad y apertura a la escucha y al diálogo, su preocupación social como una militancia de vida que no se separaba nunca de su hacer poético; el “Nico” padre y esposo, el amigo, el hermano, el trabajador cultural. Algo de su mística maravillosa se nos hizo presente en esta noche a través de un ave blanca que surcó lentamente el cielo nocturno del festival, al tiempo que se proyectaban sus fotografías de su intenso y alegre paso por el mundo. Sentimos que estaba presente.

Y en este recordarlo y homenajearlo, la poesía se levantó como un canto a la vida, como un conjuro contra la muerte. El poema escrito y leído -desde el dolor de la pérdida- por una de sus hijas nos llevó hasta las lágrimas. Del mismo modo, el que tan amorosamente leyó su hermano Héctor.

Tanto en este como en otros festivales que vienen trazando un nuevo mapa literario en Formosa, comenzamos a comprender que la poesía es un ocurrir y es presencia. ¿Acaso la palabra poética necesita, hoy más que nunca, de cuerpos que la sostengan en un “yo” presente que le preste materialidad y voz? Comprendemos que es así cuando escuchamos a Rodrigo Villalba Rojas y Jorge Aponte leer -y releer- poemas de Nico desde un lugar de amoroso homenaje y nostalgia por el amigo perdido; cuando Vanesa Makuch nos lleva al desborde de la emoción al leer un poema de su madre (“ese que era el preferido de Nico”). Sentimos que la poesía es permanente acto creador -como el mismo Ñamandú- cuando jóvenes poetas -tímida y desinteresadamente- se animan a compartir sus textos por primera vez.

“Ñamandú elimina las tinieblas primigenias y concibe la palabra creadora”, narra la cosmogonía guaraní. Y lo comprendimos cuando escuchamos a Andrea Pérez leer con profunda emoción el poema “Dual” de Nico Gómez:

“El Ángel se marcha. / No sé volar / y aprendo y voy. / Me agarro. / Me le cuelgo. / Caemos” (…) / “mientras retengo al Ángel y le grito mi nombre. / Se sacude, me deja caer de su mano impersonal / y levanta el vuelo / de un solo salto”.

Y luego, nos deja sin aliento, al leer su respuesta en “Dual II”:

“Te sueltas y caes por última vez y pierdes el aliento, / pero sé y lo sabes, que venciste al infierno, / sonríes y al fin te haces eterno”.

La armonía de lo que sucedió en el festival Ñamandú, en comunidad y bajo un cielo de verano formoseño que se desplegó límpido y callado, permite creer -al menos por una noche- que es posible construir colectivamente “la tierra sin mal”, tal como lo sueñan las hacedoras de este primer festival.

El ritmo del sentir en estas tierras a través de sus artistas, artesanos y emprendedores tiene algo de la cosmogonía guaraní donde todo siempre está a punto de ser creado.



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