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Desperdicio irracional



La noticia eriza la piel: Europa tira a la basura el 20 por ciento de la comida que produce o importa. Según un informe basado en estadísticas de Naciones Unidas, los 27 países miembros de la Unión Europea desperdiciaron en 2021 más de 153 millones de toneladas de productos agroalimentarios, lo que equivale a 143.000 millones de euros. Para más datos, se desecharon más toneladas que la cantidad de alimentos importados anualmente (138 millones).

Semejante acto irracional tomó estado público mientras está reunida en Nueva York la Asamblea General de la ONU, y cuando las agencias implicadas en la seguridad alimentaria reclaman medidas urgentes frente a la crisis mundial. Los responsables advierten que “los alimentos siguen estando fuera del alcance de muchos debido a los altos precios y a las perturbaciones meteorológicas”, y prevén que “el número de personas que se enfrentan a la inseguridad alimentaria aguda en todo el mundo seguirá aumentando”.

El sector que desperdicia más comida es la producción (89,8 millones de toneladas), seguido por los hogares (32,5 millones). En tercer lugar se ubica el procesamiento (15,4 millones), cuarto los restaurantes, hoteles y demás servicios privados (10,5 millones) y por último los supermercados y otros puntos de venta (5,3 millones).

El informe, elaborado por la organización “Feedback EU”, señala que reducir a la mitad la comida que se desperdicia ayudaría a la UE a alcanzar sus objetivos climáticos, reforzaría la seguridad alimentaria, tanto en ese continente como en el resto del mundo, y ahorraría dinero a hogares, empresas y gobiernos.

El desaprovechamiento de comida no es, por cierto, un problema europeo solamente. Cada país lo replica en su medida, incluido el nuestro, donde además se da el contrasentido de que se producen alimentos para cientos de millones de personas, mientras amplios sectores no cuentan con los recursos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas. Deuda social interna que, dejando de lado los eufemismos, muchas familias pagan con hambre.

Como hemos dicho alguna vez aquí, es necesario fomentar los “bancos de alimentos”, que evitan que la producción excedente se pierda o destruya y generan la posibilidad de darle un destino de auténtica significación social, distribuyéndola entre quienes padecen hambre. En muchos países existen leyes que favorecen esas donaciones solidarias y alientan a las empresas a colaborar con los bancos alimentarios.

Los propios restoranes suelen tirar restos de comida a la basura; desechos que terminan siendo vitales para quienes pasan luego a recogerlos o a consumirlos in situ. Este cuadro, desgarrador por donde se lo mire, podría evitarse con medidas que estimulen y amparen la formación de cadenas solidarias que tengan como objetivo erradicar el hambre de nuestras comunidades.

Con frecuencia se insiste en la urgencia de destinar recursos a tareas asistenciales, orientadas a paliar la pobreza. No se entiende, entonces, la falta de incentivo a acciones que permitirían combatir el hambre con mayor eficiencia y sin que el Estado afronte gasto alguno.



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