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Corazón de piedra



La inseguridad vial en la provincia es como una mancha venenosa que se extiende por todo el territorio e invade hogares de todas las clases sociales llenando de dolor a numerosas familias formoseñas cada mes.

Entre tantos hechos luctuosos que reflejan a casi a diario las crónicas policiales, queremos hacer hincapié hoy en lo ocurrido el fin de semana pasado en El Colorado, donde un adolescente que circulaba al mando de un automóvil embistió a dos policías en motocicleta.

El incidente, que derivó en la muerte de uno de los uniformados tras cuatro días de agonía, tuvo dos particularidades graves: el conductor se encontraba bajo los efectos del alcohol y, encima, no se detuvo tras la colisión.

Sobre los riesgos de manejar un vehículo en estado de ebriedad hemos hablado muchas veces en este espacio, por lo que vamos a referirnos exclusivamente a la fuga.

Cabe recordar en este sentido que aquella persona que encuentra a otra herida o inválida, o amenazada de un peligro cualquiera, y omite prestarle el auxilio necesario, y aquella que abandona a su suerte a un semejante incapaz de valerse, que ella misma hubiese discapacitado, cometen el delito de “abandono de persona”, reprimido por el Código Penal, con agravantes según los daños que se sigan del abandono en cuestión.

El protagonista central de la tragedia registrada en la intersección de las rutas provinciales 1 y 9, conviene aclarar, fue detenido en un control posterior al lugar del choque, de lo que los investigadores deducen que no detuvo la marcha para auxiliar a sus víctimas.

Como hemos dicho alguna vez, la obligación moral que mueve o debería mover a la acción en auxilio del prójimo desvalido tiene raíces antiquísimas, al punto que puede decirse que es de aquellas inscriptas en el corazón del ser humano.

La Biblia, en el Evangelio de Lucas, narra la parábola del buen samaritano. Un ejemplo concreto de cuál es la conducta debida: no sólo detenerse y curar al herido/a, sino ponerlo/a a buen recaudo.

Dos mil años más tarde nos encontramos con que, especialmente en materia de tránsito, abundan las actitudes contrarias. En Formosa, sin ir más lejos, los malos samaritanos dicen presente con una continuidad alarmante.

Es indudable que la afección moral, el impacto psicológico de la muerte, natural en todos los casos, se ve agravada si las y los deudos saben que la persona culpable abandonó cobardemente a su víctima, cuya salud tal vez habría dependido del inmediato rescate solidario. Por eso algunos jueces, al no existir los “daños punitorios” en la Argentina, deciden agravar el daño moral en condenas sobre hechos de esta índole.

Es común que quienes pretenden exculpar a un mal samaritano (al fin y al cabo todo ciudadano/a tiene derecho a una buena defensa en juicio) arguyan el estado de shock o lo que fuera como causas atenuantes; sin embargo, es importante subrayar que la primera obligación, sea del autor/a, sea de un/a testigo de un accidente, es tratar de ayudar a las víctimas.

Hoy, ante lo que se presume un doble abandono de personas, insistimos en la necesidad de promover que se reprima con mayor severidad estas conductas.



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