La Mañana es mi abuelo caminando silencioso, encorvado, con las manos entrecruzadas detrás de la espalda.
Doña Mary con una vela prendida, una oración y un poco de agua bendita.
Raquel atendiendo el teléfono y Mirian, que te recibe con su voz templada y certera.
El laberinto de bobinas para jugar con mis hermanos, la oficina para imprimir la tarea.
Es mi papá, perfumado, de camisa y pantalón, con mocasines recién lustrados, tonada salteña, una fuerza que atropella, su visión que trasciende.
El olor a tinta, el papel cortado, los dedos y las paredes manchadas. Son los horarios de cierre y las notas que se hacen esperar.
Es el ruido ensordecedor por la tarde, que con el tiempo te acostumbra y te arrulla.
Es la bicicleta del canillita que se asoma en la esquina, el diario del domingo con un café de por medio.
La Mañana es su gente, esa que la construye cada día, una y otra vez. La nueva y la de siempre. Muchos expertos en este baile, leales y eternos. Algunos con el caballo cansado, con vicios y malas mañas. Otros que recién empiezan, con empuje, ideas y ganas. Es luchar contra la costumbre, a veces ampararse en ella.
La adrenalina de la primicia lograda, la satisfacción del cuento completo, de buscar todas las miradas. Es indignarse y exponerse, animarse a opinar, a sentar postura. La frustración de llegar tarde, el enojo del error de ortografía, de la foto mal pegada.
Es la Historia viva de Formosa, que tiene memoria; el archivo que nadie resiste, ni siquiera nosotros, porque es dinámico, humano.
Los siete de septiembre nunca pasan inadvertidos, recapitulamos, miramos hacia adentro y nos encontramos a mitad de camino, entre lo que queremos sostener y lo que nos ata e intentamos soltar.
La Mañana es el orgullo de toda mi familia y muchas veces también su cruz. Pero por sobre todas las cosas, La Mañana es, con mayúsculas, Pasado, Presente y Futuro.