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Ay país



Otro 25 de Mayo -como tantos a lo largo de nuestra historia- encuentra a la Argentina sumergida en una profunda crisis de variada índole. Una de las mejores descripciones gráficas de la gravedad institucional que atravesamos la dio en las últimas horas un autodenominado “dirigente social” cercano hoy a Alberto Fernández: “Al Presidente lo atacan por derecha, por izquierda… y también por la espalda…”.

La referencia tiene que ver, obviamente, con las duras críticas que el titular del Poder Ejecutivo nacional viene recibiendo tanto de sectores ideológicos antagónicos, ubicados a cada lado, como del propio kirchnerismo, al que desde el Gobierno se acusa de estar trabajando en su desestabilización.

Nada nuevo en el bicentenario devenir institucional argentino, plagado de casos de disputa de poder entre Presidente y Vice, renuncias traumáticas, desplantes, conspiraciones, golpes, etc.

Argentina es, por naturaleza, un país complicado. Lo es en su historia, en su entramado social, en su clase dirigente, en su economía eternamente dependiente de la exportación de los productos del campo y, como si fuera poco, en una endémica estructura institucional pública y privada signada por la corrupción como modalidad de comportamiento habitual.

Tenemos grandes ventajas: gran extensión de tierras cultivables, variedad de climas, buen régimen de lluvias, una población reducida -en términos comparativos en relación con la superficie total del territorio- y ausencia de problemas de tipo racial y religioso. Sin embargo, algo nos impide una y otra vez el despegue definitivo.

Una lectura es que, de históricamente complicado, hemos pasado a ser un país complejo. Es decir, del estado de complicación, que no es otra cosa que un estado temporal con posibilidades ciertas de concluir según las políticas que desde el Estado se emprendan, hemos pasado a un estado de complejidad en el entramado social, que más se corresponde con un estado estructural que coyuntural.

Para que un país sea previsible, es necesario que el poder político brinde su apoyo a las instituciones del Estado, porque está al frente de la administración de la estructura estatal.

Es un contrasentido que el poder político de turno desprecie a alguna de las instituciones del Estado, tanto como que desde un mismo Gobierno se ataque sin contemplaciones o se pretenda denigrar la figura presidencial.

El país ya sufrió horrores por falta de acuerdos políticos que hubieran permitido la continuidad institucional. La peor de las faltas aconteció entre fines de 1975 y principios de 1976, y culminó en la más sangrienta de las dictaduras sudamericanas.

Ay país, país, país… repetía en aquella época un viejo cantor de protesta, y advertía: “Las cosas se cuentan solas, país, sólo hay que saber mirar”. Hoy, en el 212º aniversario de la Revolución de Mayo, basta con mirar lo que está pasando para darnos cuenta del peligro que corre, una vez más, la Argentina; un país complejo al que su cuestionada clase dirigente no puede o no sabe (no se nos ocurre pensar que no quiere) encarrilar hacia el destino que soñaron nuestros próceres.



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