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Hacer algo distinto



Si se hace memoria y se compara el salario actual de un trabajador/a con lo que ese mismo trabajador/a ganaba en los años noventa -medido en dólares-, rápidamente se advierte la tremenda caída de los sueldos en la Argentina en las últimas dos décadas. Solo por poner un ejemplo digamos que un empleado/a que percibía en pesos el equivalente a mil dólares, hoy con suerte llega a los 500.

Los problemas económicos argentinos han impactado ferozmente sobre el empleo y los salarios. Por sucesivas devaluaciones, por procesos inflacionarios como el que se viene dando en el último decenio, por la falta de crecimiento, los sueldos en nuestro país, además, siempre medidos en dólares, siguen retrocediendo a nivel regional.

Diversos estudios sobre la cuestión confirman este dato luego de analizar las tendencias latinoamericanas en la pirámide laboral, ilustrando claramente acerca del retroceso de la Argentina en relación, inclusive, a países vecinos.

La situación no afecta solo a trabajadores/as comunes sino que se extiende a mandos medios y superiores. El director/a de una compañía, por ejemplo, puede ganar en Chile o en Uruguay mucho más de lo que percibe acá.

Aunque el crecimiento en la economía en todos los países de la región haya sufrido un impacto por la pandemia, la estabilidad macroeconómica les permite a algunos una recuperación más rápida en términos salariales. Si a ello se agrega la cuestión inflacionaria, el resultado es que en la Argentina el bolsillo del trabajador/a atraviesa una de sus peores crisis desde el advenimiento de la democracia.

Volviendo a la comparación del principio, los argentinos/as no sólo ganan la mitad de lo que ganaban en dólares en los noventa sino que, además, la remuneración que perciben les rinde mucho menos. Y como la recesión y la cuarentena han destruido decenas de miles de puestos de trabajo en los últimos años, la amenaza del desempleo sigue estando latente aun cuando la economía pareciera comenzar a recuperarse. Distinto es el panorama en aquellos países con dinámicas económicas más competitivas.

Esa competencia puede ser desigual y agresiva, y no en todos los países, es cierto, el Estado hace las veces de árbitro o de defensor de los actores con menor poder relativo. Es aquí donde Argentina se destaca, curiosamente, porque los beneficios sociales son muy altos y están más extendidos que en algunos países de la región. Pero convengamos que esta política, hasta ahora, no ha permitido, como cabría esperar, sacar a la gente de la pobreza en volúmenes importantes. Al contrario, en las últimas décadas se han multiplicado los hogares carenciados en todo el país.

Por ende, la asistencia estatal es un punto clave del fracaso argentino. Porque si lo que se supone que es universal y debiera servir para que los sectores vulnerables puedan llevar una vida más digna, en el mejor de los casos apenas alcanza para comer, la tragedia social continuará creciendo, agravada por la pérdida de poder adquisitivo de nuestra paupérrima moneda.

Ya lo dijo alguien inteligente de verdad: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.



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