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La falta de trabajo entre los/as jóvenes y el desinterés de muchos/as por procurarse aunque más no sea un sustento transitorio -honesto, obviamente- para solventar sus estudios es un tema que este Diario sigue desde hace tiempo con preocupación y siempre dispuesto a sacar a relucir perlitas que puedan servir de ejemplo comunitario.

En este sentido, fuerte repercusión tuvo, en estas horas, una publicación en nuestra Web sobre dos estudiantes de Psicología que decidieron emprender la venta de potes de ensalada de fruta frene a las oficinas administrativas del IASEP, en el barrio San Miguel.

La cantidad de lectores que se hizo eco del caso es señal clara de que el tema interesa a la sociedad. Pero además, por los comentarios recibidos en notas anteriores de igual o parecido tenor, puede palparse una suerte de satisfacción comunitaria frente a iniciativas vinculadas con el emprendedurismo juvenil.

A lo largo de las últimas décadas, los sucesivos gobiernos han ido creando, desarticulando y elaborando planes nuevos, a los efectos de contener a jóvenes que no estudian ni trabajan, un aspecto que convierte a esos chicos/as, de hecho, en una presa fácil para la delincuencia. Rescatarlos/as de ese peligro debe ser una prioridad de las gestiones públicas.

El problema mayor, como venimos diciendo hace rato, es que la mitad o más de esos/as jóvenes no estudia ni trabaja, o sea, están fuera del sistema escolar y son inempleables. Así como no los contiene la escuela, tampoco lo hacen convenientemente la asistencia social ni el deporte, y además no tienen las más mínimas exigencias de capacitación para el trabajo.

Decenas de miles de adolescentes y jóvenes vagan sin destino a lo largo y ancho del país, fuera de la enseñanza y fuera de cualquier alternativa laboral. Apenas leen y escriben, hablan poco y mal, padecen incapacidades varias, desarraigo familiar, valores desquiciados, etc. Son producto de la fabulosa “deuda interna”; de la disparidad en las oportunidades culturales, sociales (salud, escuela, infraestructura de servicios). Y lo peor, reiteramos, esta masa de analfabetos/as funcionales abastece el delito.

Pero no todo está perdido. Lo demuestra fehacientemente el ejemplo de las dos chicas mencionadas al comienzo, así como el de muchos otros jóvenes que, al contrario de las y los “ni-ni”, desde distintas posiciones económicas, y con mucho sacrificio en la mayoría de los casos, sí estudian y sí trabajan.

Sin perder de vista la obligación que tiene el Estado de esforzarse por brindar a todos los ciudadanos/as las mismas oportunidades de desarrollo personal, podemos concluir que, aun en las peores crisis económicas, depende mucho del ingenio y la voluntad encontrar una salida laboral, aunque más no sea transitoria.

Lo menos aconsejable es quedarse en casa de brazos cruzados a la espera de una ayuda social que, aunque llegue, nunca será suficiente ni servirá, a la corta o a la larga, para mantener una vida digna.

La Mañana no cejará en la búsqueda de conductas jóvenes edificantes desde lo laboral, porque ellas hacen a la cultura del trabajo que debemos recuperar.



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