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Apartheid etario



“Hay un verdadero apartheid etario en la Argentina”, dijo el defensor de la Tercera Edad, Eugenio Semino, al referirse a la difícil situación de los adultos mayores en el país, agravada el último tiempo por los efectos socioeconómicos y sanitarios de la pandemia.

El funcionario criticó además al “sistema político” en su conjunto al advertir que “no está debatiendo” la problemática, y calificó de “limosnas” los bonos “que suelen pagar todas las fuerzas políticas antes de una elección”.

Pero no se detuvo ahí en el análisis; agregó que el coronavirus desnudó, “a nivel global, un sistema político que no se hace cargo” de la crisis humanitaria de la tercera edad. Países del primer mundo dieron sobrados ejemplos de ese abandono al comienzo de la pandemia.

La discriminación sucede, paradójicamente, mientras el mundo asiste a la extensión de la posibilidad de vivir más tiempo, hecho considerado un logro de nuestra época.

Se calcula que la esperanza de vida humana seguirá aumentando en las próximas décadas, por lo cual nos enfrentamos al desafío del envejecimiento global, una revolución silenciosa pero segura que transformará el mundo occidental. Y decimos mundo occidental a propósito, porque es bien sabido el lugar de privilegio y de respeto que hay para los adultos mayores en las sociedades orientales.

En Occidente, por desgracia, avanza muy lentamente el proceso de comprensión de lo que significa envejecer. Es decir, no hay una cultura que comprenda el perfil de vejez actual, sino que la sociedad sigue funcionando como si los individuos de sesenta años en adelante no gozaran, como efectivamente lo hacen, de una vitalidad impensada años atrás.

En la Argentina, como bien lo describió Semino en declaraciones a La Mañana, esta situación se complica por los problemas propios de una sociedad como la nuestra, que lucha con dificultades extras en materia económica, social, sanitaria y política.

A esta realidad altamente riesgosa se agrega lo que es común en el imaginario social con respecto a las personas más longevas en general: son absurdamente consideradas enfermas, seniles, deprimidas, pasadas de moda, diferentes, discapacitadas, cuando no sin derechos, como observan los expertos en gerontología.

El coronavirus vino a agravar este cuadro, por lo que hacen falta medidas urgentes que contrarresten los maltratos familiares, institucionales y sociales.

Es deber de todos y todas abolir el apartheid etario. De gobernantes, legisladores/as y funcionarios/as, controlar que se cumpla la legislación que protege a la tercera edad o crear nuevas normas adaptadas a la complicada actualidad; de las familias y del resto de la sociedad, reconocer los conocimientos, capacidades y valores, de la vejez.

Pero esta tarea no estará completa en tanto y en cuanto persistan las tremendas injusticias previsionales de la actualidad y la discriminación laboral por edad que padecen los adultos mayores.

El objetivo debe ser bien alto: recuperar para la Argentina aquellos valores intrínsecos que estuvieron en la raíz de su crecimiento como país y sociedad hace más de un siglo.



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